La cosmología no necesita de dioses
Analicemos los hechos. Los humanos habitamos una especie de esfera hidratada que corre a 100,000 kilómetros por hora alrededor de un vigoroso balón de fuego. Junto a ellos se mueven otros objetos cósmicos, resultados de distintas explosiones, choques y demás accidentes. Todos estos objetos se encuentran dentro de una galaxia que a su vez se aleja, cada vez más rápido, de las demás galaxias a su alrededor.
En diciembre del 2001, un equipo de astrónomos, encabezados por Abraham Loeb, presentaron nuevas pruebas que confirman este aceleramiento. El futuro del universo, según estas conjeturas, será oscuro, solitario, más bien gótico, con pocas estrellas alrededor.
Loeb realizó unos cálculos y concluyó que dentro de cincuenta mil millones de años, los astrónomos de este lejano futuro, (si es que los humanos continúan en la Tierra y si el mismo planeta continúa existiendo), sólo contarán con algunas mil estrellas en el firmamento. Un número bastante bajo si tenemos en cuenta que en el presente podemos observar billones y billones de galaxias.
Los misterios y enigmas son el “pan nuestro de cada día” para los astrofísicos. Descubrir y desenmascarar el universo no es trabajo de tan sólo unas décadas. Aún así, la información que se ha recolectado hasta el momento es impresionante. El ojo humano, a través de los eficaces lentes de los observatorios y los telescopios modernos, ha logrado ver más allá de lo imaginado. La ciencia moderna se ha adelantado a la ciencia-ficción. Spock comienza a preocuparse por hoyos negros y horizontes eventuales. Y más de una energía misteriosa puede acabar con un placentero paseo en la nave del capitán Picard.
Y es que la astrofísica está aún gestionando el pasado del universo. Sin embargo, el equipo de Loeb estudió algo distinto. Ellos han dado un salto de miles de millones de años. Utilizando toda la información recopilada sobre el pasado y, muy importante, los experimentos y las observaciones con supernovas (explosiones estelares), Loeb ha tratado de construir el futuro y el fin del universo. Sin embargo, todavía hay muchas cosas por explicar.
La mayoría de los cosmólogos modernos está de acuerdo en que la teoría de la Gran Explosión es la que más se aproxima a una explicación racional del nacimiento del universo que habitamos. Alrededor de esta teoría aletean decenas de dimensiones, cuerdas y supercuerdas, universos paralelos y hoyos negros del tamaño de un electrón, que intentan explicar cómo llegamos “aquí” y a “hoy”.
El Big Bang ha pasado un sinnúmero de experimentos que parecen corroborar su ocurrencia. Desde la detección del fondo de microondas cósmicas que supone pertenece a los primeros momentos del universo, hasta el descubrimiento de que las galaxias, efectivamente, se alejan unas de las otras y que algo, una energía o fuerza, también parece separarlas y acelerarlas cada vez más.
Los astrónomos, luego de décadas de experimentos y discusiones, están más o menos de acuerdo que todo comenzó hace algunos 14 mil millones de años. Desde entonces, en un proceso gradual, la materia le ganó la carrera a la antimateria y el mundo comenzó a desarrollarse.
Ya hemos visto estrellas nacer en esas gigantescas guarderías llamadas nebulosas. El lente de Hubble ha capturado distancias tan lejanas, que los astrofísicos han publicado fotografías de las primeras galaxias, cuando el universo aún se encontraba en un estado preadolescente. Y hasta los objetos más lejanos, los conocidos y muy estudiados quasar, cuentan la historia del principio. Uno de los quasar más distantes tiene trece mil millones de años, es decir, que nació cuando el universo sólo tenía mil millones de años. El estudio de estos objetos es importante para la recreación de este majestuoso evento. Parecería que las piezas a veces forman una explicación coherente, sin embargo, grandes y numerosos fragmentos aún quedan por encontrar y resolver.
La materia oscura, invisible y misteriosa, que los astrónomos suponen representa de un 90 a un 95 por ciento de toda la masa cósmica, aún no ha sido detectada por ningún equipo tecnológico. La energía oscura, que se supone está acelerando las galaxias y separándolas unas de las otras, tampoco ha sido encontrada. Por lo que muchos dudan de su existencia.
Otras teorías como la del Big Crunch, que asegura que la atracción gravitatoria entre los objetos terminará por desacelerar al universo y las galaxias comenzarán a retroceder hasta llegar al principio, han sido descartadas hasta que más información las confirmen. Por el momento, los científicos están seguros que el cosmos se mueve cada vez más rápido, aunque no saben todavía qué fuerza lo acelera. Algunos piensan que quizá, esa energía que lo acelera ahora, cambie con el tiempo. Si es así, se puede esperar que esta variación, en un futuro, genere situaciones diferentes a las teorizadas hasta el momento.
Pero Loeb piensa que un tipo de energía que desconocemos es responsable del aceleramiento continuo que se observa en el cosmos. El astrónomo explica que la desaparición de las galaxias de nuestro alcance será extremadamente curiosa.
“Se asemeja a la entrada de la materia a un hoyo negro luego que pasa el horizonte eventual. Las galaxias que se alejan llegarán a un lugar tan lejano y se moverán a una velocidad tan rápida que será imposible distinguirlas, observarlas. Desde el planeta, los observatorios verán una luz que de repente se detiene y, gradualmente, va perdiendo su brillo. La luz que se extingue es la última liberada por la galaxia antes de caer para siempre en el horizonte eventual del cosmos para siempre inalcanzables para nosotros. Lo que pase de ahí en adelante para todas esas galaxias es imposible saberlo”, explicó el astrónomo para The New York Times.
Teniendo en cuenta esta breve y simple explicación del origen y el futuro hipotético del universo, cabe preguntarse en dónde está Dios dentro de esta sucinta ilustración, y por qué no hace falta que se encuentre para elaborar una explicación que, aunque incompleta, es coherente sin necesidad de alguna presencia divina.
Para comenzar, vamos a evitar hablar de los dioses inventados por los humanos desde los comienzos de su historia. Vamos a olvidar a todos esos dioses mayas, incas, y demás deidades tan primitivas como sus creadores. También vamos a saltarnos las deidades griegas y romanas, olvidemos a Zeus y a Poseidón, borremos a las lindas diosas que representaron alguna vez el mundo femenino. Fueron todos necesarios en sus distintas épocas, pero ya murieron, hoy no nos sirven más que para escribir poesías y contar sus mitos y leyendas.
Olvidemos también los dioses del presente, los que, evidentemente y teniendo en cuenta el pasado, no estarán en el futuro, por lo que no cuentan en la vida del universo. Olvidemos a Yaweh y Jehová y todos sus demás nombres, no nos acordemos más de los dioses adorados en la India, con sus cabezas de elefantes y serpientes y sus múltiples brazos. Ni conversemos sobre Alá y todos sus derivados adicionales. Tampoco hablemos de la literatura que los representa, de los libros que cuentan sus mitos y leyendas. Olvidemos los dioses del presente, del aquí y ahora. Dioses tan primitivos como sus creadores.
¿Qué nos queda?
Nos queda el dios personal. Nos queda esa fuerza que para muchos se traduce en una energía de paz y tranquilidad. Ese Dios adorado por cada vez más personas, un dios sin nombre y desligado de cualquier religión tradicional. Muchas veces lo vemos bailando entre los seguidores del esoterismo de la Nueva Era o New Age. Estas personas creen en distintas combinaciones que han sido recopiladas y nombradas por escépticos en todo el mundo con el término de “Pseudociencias”. Verdades a medias vendidas con nombres y terminología científicas, cuyo objetivo es hacer que las personas cambien de una religión primitiva a otra tan primitiva como las anteriores pero disfrazada de modernismo.
Las dimensiones, la energía y los enigmas que aún no han sido descubiertos o descifrados por la ciencia, son los actores principales de estas innovadas creencias. Es de esperarse. Antes, en el pasado que tratamos de no recordar, un dios explicaba al sol y a la luna, al río y al océano y al firmamento lleno de estrellas. Los dioses explicaban el día y la noche, la lluvia y los terremotos, todo lo que el cerebro humano no era capaz de comprender.
Hoy, los dioses de la Nueva Era, llenan el vacío que los experimentos y la tecnología aún no han podido explicar. El dios personal, por lo general, es definido como una energía que transita el universo y se encuentra en todos lados. Este dios es equiparado con la naturaleza, con el universo, es todo porque está en todo. Quizá deberíamos llamarlo dios Átomo.
Sin embargo, para la mayoría de las personas es difícil separarse de toda una vida de creencias. Los más osados se unen a la “iglesia” de Deepak Chopra y esperan encontrar la inmortalidad y a Dios en los misterios de la física cuántica. Otros prefieren definir vagamente a su dios personal y pensar que se trata de la energía oscura que fluye por el universo, esa fuerza, o causa primera de todo, la que originó la Gran Explosión. O, quizá George Lucas tenía razón y se trata, tan sólo, de la fuerza del Jedi.
Claro que este dios puede simplemente llamarse energía oscura, y todo sigue siendo igual. Buscar a un dios en la física, o escarbar por causas divinas en los descubrimientos científicos es un oximoron, una absurda contradicción. Lo próximo sería construir un altar para la diosa de la Gravedad y la altísima divinidad Quanta. Es lo mismo que adorar al Sol, sólo que ahora, como ya sabemos que es una estrella, pues no tiene mucho sentido pedirle cosas y honrarlo con sacrificios.
Sin embargo, todavía quedan enigmas que pueden llenar el corazón creyente. Las personas que necesitan creer encontrarán siempre un espacio, un objeto o un evento al cual llamarle dios, no importa si existe una mejor explicación, lo único importante es no morir, continuar en este viaje de vida por otros desconocidos caminos cósmicos. Algunos lo llaman el cielo, otros prefieren pensar en dimensiones ocultas, energías mágicas. La ciencia, sin embargo, lo reconoce como la muerte, el fin de todo, tanto para una hormiga, como para una estrella o para una persona.
Según Loeb, también el universo tendrá un final triste. Las galaxias permanecerán solas por miles de millones de años. Su correr por el tiempo/espacio será cada vez más acelerado hasta que todo termine. Hasta que todo deje de moverse. Es imposible saber lo que pasará, pero no parece que ningún dios, o cualquier otra construcción humana, entre en este imponente escenario. Especialmente si tenemos en cuenta que miles de millones de planetas pueden también cobijar vida inteligente y, que ellos, a su vez, han inventado sus propias divinidades. Dioses tan diferentes, (desde nuestro punto de vista, por supuesto) y tan primitivos, como sus creadores.
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