El más acá

La muerte es la culminación del ciclo que recorre todo ser vivo: nacer, crecer, reproducirse y morir. Todo humano sabe que ésta llegará algún día. Trata de evitarla en lo posible, e incluso se olvida de ella hasta que aparece. A veces lo hace de improviso: un accidente, un asesinato, un paro cardíaco. A veces advierte que el tiempo se acerca y solamente queda esperar a que dé su zarpazo final. En ocasiones es cruel, implacable; otras es sencilla, indolora. A muchos les llega con bastante antelación, mucho antes de lo previsto. A algunos ni siquiera los deja cumplir el proceso vital antes mencionado. Incluso algunos llegan al mundo acompañados por ella. Probablemente son pocos los que la buscan, y la mayoría de veces es ella la que encuentra.

¿Qué ocurre cuando el ser humano muere?, ¿Va a alguna parte?, ¿Es consciente tras la muerte?. Son preguntas que la humanidad se ha hecho desde los anales del tiempo. Las respuestas que se han dado, a pesar de estar reñidas con la lógica, han satisfecho a la mayoría. Con el fin de consolarse, el humano ha inventado un “más allá”. El miedo a la muerte le ha hecho albergar la esperanza de que existe otra vida, otra existencia, una más placentera y prometedora, una más justa y feliz que la que probablemente le ha tocado vivir. En el borde de su delirio, el humano ha depositado su confianza en una tierra prometida, en un edén eterno, en el que el bueno, disfruta eternamente. El tipo de gozo, está íntimamente ligado con la cultura a la que el inventor de esta quimera pertenece. Todos los placeres vedados aquí, son desmesuradamente dados allá.

¿Atrayente?. Tal vez. Pero no para todos. No lo es para aquellos pocos a los que la idea de un paraíso eterno les suena hueco, falso. No para aquellos a los que no les gusta tragarse las cosas sin antes ver si están sustentadas en algo más que la imaginación portentosa de algún desquiciado.

¿Cuál es la actitud que el ateo tiene hacia la muerte?. Pues la que debiera tener todo ser pensante. En un momento muy especial, el ateo descubre que la muerte, pese a significar la pérdida de la conciencia, el paso de materia pensante a materia azarosa, es también el paso a un “más acá”, es el momento en que todo ser viviente vuelve a los elementos que le dieron la vida, y continúa siendo parte de un todo. No deja de existir, la materia no puede hacerlo, simplemente cambia de estado.

Esto no es panteísmo. Algo tan sublime como la noción de pertenencia a un todo, la conciencia de que por un segundo en el tiempo pudo saberse que se es un elemento del Universo, no puede caer en una idea tan baja y absurda.

Y es esa la dicha que acompaña al ateo al final de sus días. Ya sin miedo a la muerte pues sabe, que probablemente volverá algún día a ser materia pensante, recreará nuevamente la vida, como ha ocurrido ya durante millones de años, en un ciclo eterno, más atrayente, y sobre todo, apegado a la verdad.


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