Neurología. La hormona afecta nuestras transacciones económicas, la forma en que leemos las intenciones de los demás y nuestra composición genética dicta cómo reaccionamos a sus extravagantes efectos.
La oxitocina aún no termina de mostrarse plenamente. Esta hormona, que funciona también como neurotransmisor, ha protagonizado en las últimas semanas variadas noticias que le otorgan un puesto significativo en el desarrollo de las civilizaciones humanas. Pero no por ello quiere decir que forma parte exclusiva del menú biológico Homo sapiens; como todos los químicos que rondan por nuestros cuerpos, la oxitocina también aparece en otros animales, organismos tan lejanos a nosotros como los peces. No obstante, ha sido en los mamíferos que este químico ha desarrollado efectos verdaderamente asombrosos.
Los primeros en ser conocidos fueron descubiertos en el sexo y la leche materna. La unión y la confianza entre parejas y entre madre y recién nacido son controladas por esta sustancia; sin embargo, los efectos de la oxitocina van más allá de estas esenciales conductas, afectan también nuestras transacciones económicas, la forma en que leemos las intenciones de los demás y, de acuerdo con otro reciente experimento, nuestra composición genética dicta cómo reaccionamos a sus extravagantes efectos.
Los amantes de las comedias televisadas estarán familiarizados con Sheldon Cooper, un personaje de la serie estadounidense “The Big Bang Theory” cuyos genes no parecen reaccionar favorablemente a los comandos de la oxitocina. Sheldon malinterpreta las emociones en los rostros de sus compañeros, se le dificulta interpretar el sarcasmo y hasta la tristeza en el rostro de un amigo le es casi imposible distinguir de un dolor de estómago, por ejemplo. Son características de los síndromes de Asperger y Autismo, los pacientes presentan inconvenientes en estas áreas sociales. Uno de los experimentos publicados recientemente en el diario “Procedimientos de la Academia Nacional de Ciencias” asegura que genomas como los de Sheldon responden de forma distinta a la hormona, una diferencia que les impide identificarse con personajes en novelas clásicas como Cien años de soledad o en historietas como Mafalda.
“Entré con mucho escepticismo a este experimento”, explicó para el diario The New York Times Sarina M. Rodrigues, autora del estudio en la Universidad del Estado de Oregon, “pero los resultados me convencieron de forma contundente”.
Natalie Angiers, comunicadora científica para el diario neoyorquino, escribe, además, que otros experimentos han vinculado la hormona con la economía. Un punto que tiene mucho sentido si nos vamos al efecto principal de la oxitocina, uno que conocemos ya hace tiempo: la confianza. De hecho, la reputación y la confianza van de la mano por el camino de la economía. Los préstamos, el intercambio, los negocios, las transacciones bancarias de todo tipo, están liadas a estas dos cualidades que vemos desarrolladas en incontables animales y, este químico, controla la forma en que tendemos a realizar nuestras transacciones económicas con el medio. En otras palabras, si somos más confiados, si es difícil que nos engañen, nuestra habilidad para identificar a un individuo fraudulento y nuestras diversas estrategias presupuestarias.
Una dosis por la nariz
¿Creería usted que un chorrito de oxitocina le haría cambiar de opinión? Unos experimentos publicados en el diario Nature, realizados en la Universidad de Zurich y reportados por Angiers hicieron precisamente eso en 58 voluntarios, todos hombres saludables. Las dosis del químico fueron administradas vía nasal, un grupo recibió oxitocina y otro grupo recibió un placebo, cincuenta minutos después todos participaron en el Juego de la confianza donde los voluntarios, utilizando dinero, podían invertir en un compañero o quedarse con toda la cantidad. Pues bien, en el grupo que no recibió la hormona, sólo un 21% de los que jugaron invirtió el dinero mientras que entre los voluntarios que recibieron la oxitocina, un 45% decidió invertir, mostrando más confianza en sus inversionistas.
Otro punto curioso. Cuando los participantes jugaron con una computadora, es decir, que invertían con la máquina y no con un compañero humano, el nivel de confianza no disminuyó y las inversiones continuaron igual. Se confía, no importa el receptor.
Sin embargo, otro estudio apunta que la hormona no necesariamente convierte a la persona en un blanco para los fraudes. En otro experimento citado por el Times y llevado a cabo por investigadores en la Universidad de Haifa, voluntarios que jugaron con una persona arrogante, luego de una dosis de oxitocina por la nariz los sentimientos de envidia y de malos deseos que ya alojaban hacia el nocivo elemento tendían a aumentar.
La exclusividad de un receptor
Esta hormona que recorre todo el organismo por nuestra sangre nace en el cerebro y funciona también como neurotransmisor, es decir, que permite la comunicación entre neuronas. Sin embargo, explica Angiers, la oxitocina, a diferencia de otros neurotransmisores, sólo responde a un receptor, una proteína que ha evolucionado para reconocer sus señales y reaccionar acorde. Y es precisamente aquí donde comienzan esas diferencias individuales que hacen a la humanidad tan interesante. Rodrigues, junto a investigadores de la Universidad de California en Berkeley estudiaron variaciones en el código genético que se encarga precisamente de manufacturar el receptor único para la oxitocina. Los científicos midieron la empatía y el nivel de confianza en individuos con distintos tipos de códigos. Por ejemplo, el código para la versión A de la hormona está relacionado con autistas y con personas que no reconocen las señas emocionales de los demás ni sienten empatía hacia el dolor o la felicidad de los otros. Esta versión siempre obtiene resultados bajos en las pruebas de reconocimiento de estados de ánimo. Sheldon Cooper, quien probablemente tiene el tipo A, obtendría muy mala calificación en estos experimentos, mientras que Penny, su rubia vecina de excelente trato social, pasaría la prueba con honores. Habría que ver cómo reaccionaría Cooper luego de una buena dosis de la hormona.
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