¿Seguimos evolucionando los humanos?

Para contestar esta pregunta es importante tener presente la diferencia entre los mecanismos de evolución biológica y los mecanismos de evolución cultural.

La especie humana, como todas las especies de plantas y animales, está compuesta por poblaciones de individuos variables. Parte de esa variación es genética y, por lo tanto, se puede heredar y la puede afectar la selección natural. Por ejemplo, si el ADN de una persona tiene el gen de fibrosis cística hay probabilidades de que lo transmita a sus hijos.

Sin embargo, gran parte de la variación individual humana es cultural (viene del aprendizaje y la experiencia social) y eso no se puede transmitir a los descendientes por la reproducción biológica. Así sucede con la personalidad y el nivel social: los ricos pueden “heredar” riquezas y privilegios a sus hijos (dinero, educación, ventajas sociales, etc.), pero eso no tiene nada que ver con los genes que transmiten sus células sexuales (óvulos y espermatozoides). O si alguien dice que su hija “heredó” su sentido del humor o el mal genio de su tío, en realidad quiere decir que ella ha aprendido esas cosas por ejemplo o imitación, pero eso no tiene nada que ver con la herencia biológica ni con los genes que recibió de sus padres.

Los genes elaboran proteínas importantes para el funcionamiento de los órganos del cuerpo; pero la personalidad, la inteligencia, el nivel social, etc., se deben a complejas experiencias sociales e interacciones de los individuos con el mundo externo, y no están codificados en los genes. Comparados con todas las demás especies del planeta (y con los otros primates y las muchas especies homínidas que fueron nuestros antepasados más recientes), lo que más nos diferencia es nuestra capacidad mucho mayor de aprender, enseñar, construir cosas que no existían, inventar nuevas formas de relacionarnos entre nosotros y con el entorno, organizar y comunicar, transformarnos nosotros y el mundo natural y social… sin necesidad de modificaciones biológicas.

Nuestros parientes cercanos, como los chimpancés, pueden hacer muchas de esas cosas en cierto grado (tienen formas complejas de cooperación y comunicación social, usan herramientas sencillas, enseñan a sus hijos destrezas complejas y forman “amistades”; inclusive en distintas partes tienen distintas “tradiciones culturales” sobre el uso de herramientas y la conducta social), pero eso no se compara con lo que podemos hacer los seres humanos. Nuestra especie humana moderna es la primera en la historia de la evolución biológica de este planeta que se zafado de las limitaciones de la evolución biológica y ha “evolucionado” principalmente por medios sociales y culturales no genéticos. En gran medida, esto es lo que nos hace humanos.

De hecho, la supervivencia de los individuos y la cantidad de descendientes que dejen en general tiene poco que ver con los rasgos favorables o desfavorables que generen la variación genética y los mecanismos genéticos, porque el efecto de la evolución cultural en los seres humanos es mucho más importante que el de la evolución biológica. El hecho de que una enfermedad mate a una persona depende más de si recibe una vacuna, antibióticos o tratamiento médico (o agua potable y suficiente comida) que de la variación genética que tenga con respecto a otros individuos. La cantidad de descendientes de una persona en generaciones futuras depende más de factores sociales (pobreza o riqueza y recursos; costumbres, tradiciones, concepciones y prácticas de control de la natalidad y posición social de la mujer; estructura económica y organización de la sociedad a favor de familias grandes o pequeñas; influencia de la religión y otros factores ideológicos, etc.) que de los rasgos que pueda transmitir por medio de material genético y procesos genéticos.

En los últimos 100,000 años nuestro cuerpo (y nuestro cerebro) casi no ha cambiado; pasamos de la cultura de herramientas de piedra a ser capaces de curar muchas enfermedades y explorar por medio de tecnología partes remotas del cosmos con el mismo cuerpo biológico. Repitiendo, todo esto se ha logrado principalmente por medio de la evolución cultural, no biológica, aunque nuestra biología es lo que lo hizo posible.

Bueno, ¿entonces la evolución biológica ha parado por completo en la especie humana? No del todo, pero casi. Las poblaciones humanas constan de individuos con variación genética (no somos clones unos de otros) y la frecuencia relativa de ciertos alelos (formas de genes) en una localidad puede ser afectada de una generación a la siguiente por las continuas recombinaciones genéticas que causa la reproducción sexual, o inclusive por mutaciones genéticas ocasionales o cambios de las frecuencias génicas debidos a factores aleatorios como la muerte o la migración de individuos [1].

Como en todas las demás especies, si los seres humanos heredan cierta variación genética que les da rasgos que producen una ventaja reproductora (les permiten tener más hijos, que a su vez se reproducen, que los individuos que no tienen esos nuevos rasgos heredables) y si este proceso se repite a lo largo de muchas generaciones sucesivas, es posible que se manifieste un cambio evolutivo en pequeña escala (por ejemplo, de resistencia a enfermedades).

Pero esto es muy raro en la práctica porque la mayoría de los cambios que todavía ocurren por recombinación genética en los seres humanos no afectan significativamente cuántos descendientes un individuo contribuirá a futuras generaciones. Como vimos, en tiempos modernos, la cantidad de descendientes que un individuo contribuya a las generaciones siguientes tiene muy poco que ver con su “aptitud reproductora” biológica, pero tiene mucho que ver con las relaciones y costumbres sociales y culturales, y con las oportunidades: suficiente alimentación, las ideas sobre quién, cuándo y con quién se debe uno reproducir, nuestra capacidad de prevenir y curar muchas enfermedades que antes impedían la reproducción, etc. Todas estas cosas tienen más efecto en la reproducción humana hoy que cualquier rasgo nuevo que pueda surgir por recombinación genética al azar de nuestro ADN. De hecho, remontándonos al pasado de la existencia humana, la capacidad de los seres humanos de transformarse a sí mismos y su mundo por medios culturales ha rebasado desde hace tanto tiempo los efectos de la evolución biológica, que no hay evidencia de que nuestro cuerpo haya tenido una reorganización biológica significativa por selección en una dirección definida ¡en los últimos 100,000 años!

En pequeña escala, es posible encontrar evidencia reciente de evolución de resistencia a enfermedades, por ejemplo. Muchas enfermedades humanas actuales (como el cáncer) no son objeto de selección natural porque no afectan la reproducción, o porque se presentan a una edad avanzada, cuando ha terminado la reproducción. Por otra parte, hace apenas unos pocos siglos los colonos europeos diezmaron las poblaciones de las Américas exponiéndolas a la viruela (¡a veces adrede!). Los europeos, expuestos a la viruela por siglos, adquirieron una inmunidad parcial a lo largo de muchas generaciones, y por eso la enfermedad no les daba muy fuerte y por lo general no los mataba. Por contraste, los amerindios nunca se habían expuesto a la viruela y por lo tanto no habían tenido tiempo de adquirir ninguna inmunidad, así que la enfermedad los atacó con fuerza y casi los aniquiló. (Esto contribuyó mucho a su derrota militar por los europeos).

Es posible imaginar que hoy una mutación al azar que ofrezca resistencia al VIH (que mata mucha a gente antes de tener hijos) se pueda establecer y extender a lo largo de generaciones en África y otras partes del mundo especialmente devastadas por esta enfermedad. Parece que ya existe una de tales mutaciones en un pequeñísimo porcentaje de europeos caucásicos, y se cree que se estableció por medio de la selección natural hace unos siglos, durante las epidemias de peste bubónica de la Edad Media, y que protegía de esa enfermedad. Tales casos son interesantes y dejan la incógnita de si nuestra especie todavía está evolucionando con relación a cosas como enfermedades letales que matan antes de la reproducción.

Pero inclusive con enfermedades tan devastadoras, es evidente que lo que podemos hacer hoy por medios sociales y transformaciones culturales es mucho mayor, y más rápido, que lo que pueda hacer la selección natural hoy en día. Millones de personas mueren en poco tiempo de SIDA a una edad joven en muchas naciones africanas (pero en las naciones industrializadas mucha gente vive con VIH más tiempo) debido a la pobreza, las relaciones desiguales y la explotación del sistema imperialista mundial (con la falta de educación y la inescrupulosa negación de medicinas y tratamientos modernos por compañías farmacéuticas multinacionales regidas por la ganancia). Eso no tiene que ver con la evolución biológica. ¡Y la solución a tales problemas tampoco tiene nada que ver con la evolución biológica!

Nuestra especie evolucionó de otras especies homínidas; ¿surgirá de nosotros otra especie?

No es probable por dos razones. Primero, debido a lo que acabamos de ver sobre el hecho de que los medios culturales y sociales de modificación de nosotros mismos y de nuestro mundo externo han rebasado lo que se pueda lograr por medio de la evolución biológica (aunque queda por verse lo que hagamos a la biología de nuestra especie con ingeniería genética y demás técnicas).

Además, es importante recordar que una nueva especie por lo general evoluciona de una población pequeña y aislada a nivel reproductor de la especie madre. Sin un período de aislamiento reproductor absoluto por muchas generaciones, no es posible que una modificación genética se establezca y distinga a una población nueva de la población ancestral al punto de que no puedan cruzarse y reunirse en una sola especie. Pero ese aislamiento reproductor no ocurre con los seres humanos en este planeta; somos una sola especie, muy móvil y distribuida por todo el globo. Habitamos todos los rincones del planeta y toda clase de hábitat, y hay una corriente continua de genes entre las poblaciones humanas. No es posible hoy en día que una población humana del planeta se aísle completamente del resto de la humanidad el largo lapso de tiempo necesario para que empezara a divergir como una nueva especie (si todos los factores culturales no trastornaran el proceso).

Supongo que si una pequeña población humana colonizara una parte distante del cosmos y pudiera permanecer aislada del resto de la humanidad por muchas generaciones (¿qué tan probable es?), entonces se podría dar cierta divergencia biológica evolutiva. Pero inclusive en ese caso, es altamente improbable que las particularidades de la herencia genética individual desempeñaran el papel principal en la constitución de las generaciones sucesivas. Otros factores, principalmente culturales y sociales, entrarían en juego para que los colonos espaciales y la población terrestre se pudieran o no se pudieran cruzar (la definición de especiación completa), como por ejemplo, la orientación de las sociedades futuras hacia la ingeniería genética y si todavía nos reproducimos biológicamente o no de la forma que conocemos.

Los mecanismos de evolución biológica produjeron todas las especies de la Tierra a lo largo de unos 3.5 mil millones de años, y no hay la menor duda de que nuestra especie surgió por este proceso natural. Como todas las demás especies, la nuestra se extinguirá, sea como sea; pero entre ahora y ese momento sin duda nos transformaremos conscientemente a nosotros y al mundo que nos rodea de modos que apenas podemos imaginar.


Notas


Este artículo apareció por primera vez en la Revista “El Obrero Revolucionario” Nº 1183, 19 de enero de 2003.


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