La teoría del Diseño Inteligente es religión, no es ciencia

Publicado originalmente en el Obrero Revolucionario #1220, 23 de noviembre, 2003.

En los últimos 10 años se ha dado un importante cambio en el mundo creacionista. La vieja escuela tradicional de “creacionistas científicos” de Duane Gish y el Institute for Creation Research sigue en sus andanzas: tratando de sembrar dudas sobre la validez científica de la evolución; de hacer creer que la creación divina es una “teoría alternativa” a la evolución que debe tener “igualdad de oportunidad” en las clases de ciencias; de colarse en juntas educativas; de cambiar los libros de texto y las leyes estatales que reglamentan la educación de ciencias; y de pleitear en los tribunales para que el gobierno ordene a los maestros de ciencias de las escuelas públicas enseñar una serie de creencias religiosas (la “ciencia de la creación”) en franca violación de la separación constitucional de la iglesia y el estado, etc. Pero esta escuela, que sostiene que toda palabra del Génesis es verdad, está bastante desprestigiada porque la han confrontado científicos de todos los campos que han declarado públicamente una y otra vez que la “ciencia de la creación” es una pseudociencia, que la evidencia científica de la evolución es sólida, que los creacionistas no siguen los métodos científicos y que su teoría es religión, no ciencia.

Los creacionistas tradicionales hicieron grandes campañas en las dos décadas pasadas y lograron ciertos éxitos, pero también sufrieron derrotas importantes en varios pleitos destacados. Por ejemplo, en un caso de 1982 conocido como McLean et al vs. Arkansas Board of Education, prominentes científicos de muchos campos, ganadores del premio Nóbel y evolucionistas conocidos (como Stephen Jay Gould y Francisco Ayala) fueron al tribunal a explicar que la evolución es un hecho científico perfectamente establecido y que la “ciencia de la creación” no tiene absolutamente nada que ver con la ciencia. También fueron especialistas en religión y filósofos de la ciencia a explicar las diferencias entre ciencia y religión, y a poner en claro por qué la “ciencia de la creación” no debe enseñarse en las clases de ciencias. El resultado fue un revés para los creacionistas. Otra derrota importante sucedió en 1987 en el caso Edwards vs. Aguillard de Louisiana, cuando la Suprema Corte declaró que era inconstitucional ordenar la enseñanza de la “ciencia de la creación” al lado de la evolución en las clases de ciencias (una ley que los creacionistas hicieron adoptar en el estado de Louisiana) porque eso implica enseñar en las escuelas estatales una creencia religiosa específica (que una fuerza sobrenatural creó los seres humanos) y la Constitución lo prohíbe. A pesar de esas derrotas, los creacionistas tradicionales que creen en la Biblia al pie de la letra no han colgado la toalla y siguen sembrando confusión, y han logrado que unas editoriales pongan “advertencias” en los libros de texto de biología de secundaria de que la teoría de la evolución está aún por decidirse y que los estudiantes deben mantenerse abiertos (!) a teorías alternativas (obviamente religiosas).

Los creacionistas no están satisfechos con los éxitos que han tenido a nivel municipal y estatal, y quieren imponer la enseñanza de su dogma religioso en todo el país. Para lograr eso, especialmente con las derrotas que han tenido en los tribunales y con las fuertes críticas de la comunidad científica, necesitan una nueva estrategia: necesitan nuevos argumentos para convencer al público general, que está más informado y desconfiado de la “ciencia de la creación”; y necesitan una nueva estrategia legal para que los tribunales aprueben la enseñanza obligatoria en las escuelas públicas de lo que a fin de cuentas es religión.

Por eso entra en escena la nueva generación de creacionistas de Diseño Inteligente.

La escuela de Diseño Inteligente es más pulida que la vieja escuela tradicional de “creacionistas científicos” que creen en la Biblia al pie de la letra, y por lo tanto tiene más potencial de crear confusión entre gente relativamente bien educada. Se dedican a minar la ciencia de la evolución y a meter teorías religiosas en las clases de ciencias de secundaria, ¡y han logrado colarse en algunas universidades!

El principal ideólogo de este movimiento es Philip Johnson, profesor de derecho de Berkeley. Conocedor del derecho y de la Constitución, Johnson entiende que la estrategia legal de las dos décadas pasadas de los “creacionistas científicos” (que presentan la creación bíblica como verdad textual ) tiene pocas probabilidades de cambiar las leyes federales, y está modernizando la labia creacionista. Dice que hay que dejar de hablar de la Biblia, el Génesis, Adán y Eva, Noé y de que Dios creó todo en seis días porque hace fácil cerrarle las puertas de las clases de ciencias a la teoría de la creación divina con argumentos de que es un punto de vista religioso específico (¡le cayó el veinte!). Johnson entiende que los creacionistas bíblicos textuales del Institute for Creation Research y similares han perjudicado la causa porque la impresión que dan es que son unos dogmáticos fanáticos irracionales.

¿Qué hacer? Bueno, ¿por qué no dar la impresión de que es al revés? Que los evolucionistas son unos dogmáticos cerrados y testarudos, ¡y que han convertido la ciencia de la evolución y el “naturalismo científico” prácticamente en una nueva religión estatal! Y dar la impresión de que la nueva escuela de Diseño Inteligente es gente mucho más amplia y razonable, abierta a todas las posibilidades, pero a la que le parece que la evolución no se ha probado y que ve buenas razones para pensar que es más probable que un poder divino creó la vida biológica. Johnson dice que eso se puede hacer sin hablar del Génesis, y que de esa forma es mucho más factible convencer al Congreso y a la Suprema Corte de que sería “discriminación de un punto de vista” no dejar presentar la teoría científica “alternativa” de Diseño Inteligente en las escuelas o en otros lugares públicos.

Ese razonamiento creacionista tiene dos problemas:

  1. Montones de evidencia científica concreta confirman de manera concluyente el hecho de que la evolución ocurrió (y continúa), y han demostrado una y otra vez los mecanismos por los cuales se produce (como la selección natural). Así que la teoría de la evolución no es un “punto de vista” sin comprobar que podría ser cierto o falso.

  2. La teoría de Diseño Inteligente efectivamente es un “punto de vista” alternativo, pero es un punto de vista religioso y es falso decir que es una ciencia alternativa.

En realidad, como veremos, el Diseño Inteligente tiene la misma falta de base científica que las versiones anteriores de creacionismo científico. Pero puede sembrar más confusión (a más gente) por estas razones:

Los “creacionistas científicos” de la vieja escuela tradicional son un grupo rústico con un aire de fanatismo irracional y profundamente ignorantes de los principios científicos más básicos. Pero los creacionistas de Diseño Inteligente son un grupo fino con profesores universitarios y gente educada; tienen doctorados en derecho, filosofía, matemáticas, ingeniería, y hasta bioquímica y biología molecular. Admiten que creen en un dios sobrenatural y en la creación divina, pero afirman que ellos son los científicos auténticos porque no tienen el cerebro nublado por los prejuicios seculares institucionalizados de la ciencia moderna, a diferencia de los evolucionistas. Philip Johnson propone remplazar la ciencia secular (la ciencia que explora los mecanismos naturales de los procesos naturales sin referencia a seres sobrenaturales ) con una ciencia teísta:¡un método que incorpore la idea de Dios en el proceso científico! Con esa posición filosófica la escuela de Diseño Inteligente es más profundamente reaccionaria que la vieja escuela de “creacionistas científicos”, quienes dicen que tienen “evidencia científica” de que la evolución es incorrecta pero no llegan al extremo de querer meter la idea de Dios en toda la ciencia.

Pero no mucha gente se da cuenta de lo que se proponen los creacionistas de Diseño Inteligente. “Debaten” cortésmente con los evolucionistas en foros académicos; hablan como si supieran ciencia; y en general no parecen fanáticos religiosos. De hecho, a la mayoría no les gusta que los llamen “creacionistas”, precisamente porque no quieren que los confundan con sus hermanos más rústicos que dicen que toda palabra de la Biblia es verdad. (En general dicen que para ellos la Biblia es una guía moral y ética escrita en metáforas). No hablan de que Dios creó toda la vida en 6 días de 24 horas hace unos pocos miles de años; no creen textualmente en los relatos de Adán y Eva, el Arca de Noé y el diluvio universal. La mayoría acepta que es ridículo pensar que todos los millones de especies que vemos hoy son descendientes directos de los pares de animales que Noé empacó en el arca. A fin de cuentas, son gente educada y entienden que esos relatos bíblicos los escribieron seres humanos hace 2,000 años (o más) a fin de explicarse cosas que no entendían.

Pero a pesar de eso, no hay ninguna duda de que los defensores de la “Teoría de Diseño Inteligente” son, en realidad, creacionistas, gústeles el nombre o no: como todas las otras variedades de creacionistas, creen que es imposible explicar todas las características de la vida en este planeta por procesos evolutivos naturales completamente inconscientes que se desenvolvieron a lo largo de miles de millones de años. Creen que, de una forma u otra, tuvo que intervenir la mano de un ser sobrenatural.

Aunque admiten que no lo pueden comprobar definitivamente, se han convencido de que la vida es “demasiado compleja” para explicarla con procesos meramente naturales como la evolución. Por lo tanto, piensan, la única alternativa posible es que una fuerza superior, un “artífice o diseñador inteligente” -que por definición es imperceptible en el mundo natural y por definición no está sujeto a las leyes y limitaciones naturales—tiene que haber intervenido en algún punto del proceso para que la vida sea como es hoy. ¡Que no digan que no es un punto de vista religioso!

La teoría de Diseño Inteligente en realidad no es nueva y el “argumento de diseño” es muy viejo. Por ejemplo, a principios del siglo 19 el reverendo William Paley se hizo famoso en Inglaterra por argumentar que solo un diseñador divino podría haber creado algo tan complejo como el ojo humano. Charles Darwin conocía bien esos argumentos, que fueron populares a lo largo de todo el siglo 19, y dedicó mucha atención a explicar en El origen de las especies que, con el suficiente tiempo, el simple mecanismo enteramente natural de la selección natural pudo haber formado y moldeado características complejas, como el ojo humano. Los biólogos modernos dedicados al estudio de la evolución hoy saben que Darwin tenía razón y pueden detallar (a un nivel que Darwin nunca imaginó) el desarrollo paso a paso de las modificaciones evolutivas que llevaron a la complejidad de los ojos de los mamíferos. Pero ya en 1860 Darwin entendía el mecanismo básico, lo que no se puede decir de la escuela moderna de Diseño Inteligente que anda resucitando el viejo y trillado argumento de William Paley.

Por otra parte, la escuela de Diseño Inteligente está “modernizando” el viejo “argumento de diseño”. Además de aceptar que la Biblia no es la palabra textual de Dios (lo que enfurece a los creacionistas tradicionales por “traicionar” la Biblia), en general acepta el hecho de que los organismos de este planeta han experimentado cierta cantidad de evolución biológica, y que esta continúa (esto también enfurece a los creacionistas tradicionales).

La escuela de Diseño Inteligente no habla con una sola voz, pero podemos resumir así su oposición a la teoría de la evolución:

  1. Oposición filosófica y metodológica:

    Un ataque común, en particular de Philip Johnson (el principal ideólogo), es que los científicos modernos han caído en un error fundamental al adoptar el “naturalismo científico”, que postula que para entender los fenómenos naturales se deben investigar exclusivamente procesos naturales (¡los únicos procesos que se pueden investigar!). Johnson dice que es un error no dar cabida a que una fuerza sobrenatural ordene y guíe los procesos naturales y todo el universo. El “naturalismo científico” es el método de trabajo de toda la ciencia moderna y es el método por el cual se hacen avances científicos. A pesar de eso, Johnson sostiene que la comunidad científica es prejuiciada y cerrada porque no da cabida a Dios y porque no inserta esa idea dentro del proceso científico. La mayoría de los científicos, inclusive los que creen en Dios, dirán que si se abandonan los métodos seculares de la ciencia y se empieza a investigar el mundo natural con un método y una cosmovisión que parten de la base de que existe un reino sobrenatural (que por definición no obedece a las leyes de cambio y desarrollo del mundo material y que no se puede investigar ni verificar), ¡eso llevaría a la destrucción total del proceso científico y pararía en seco los avances científicos y el desarrollo del conocimiento! Más adelante examinaremos de nuevo estos ataques filosóficos.

  2. Oposición “científica”:

    La escuela de Diseño Inteligente afirma que los científicos que se sacuden el prejuicio del “naturalismo científico” y se “abren” a la idea de Dios verán que en el mundo hay evidencia de un poder superior, de una inteligencia consciente. Los ataques a la evolución que posan de científicos se centran en la idea de “filtro de diseño” (o “inferencia de diseño”) de William Dembski y, especialmente, en la idea de “complejidad irreducible” de los sistemas naturales de Michael Behe.

A continuación resumimos esos argumentos pseudocientíficos:

El “filtro de diseño” de Dembski:

William Dembski, matemático y filósofo asociado con el Discovery Institute de la escuela de Diseño Inteligente, sostiene que debemos aplicar un “filtro” a todo carácter o fenómeno de la naturaleza y hacernos una serie de preguntas: primero, ¿se puede explicar con nuestro conocimiento actual de las leyes y procesos naturales? Si no, ¿se puede explicar como un incidente al azar, la desviación ocasional de las leyes de la naturaleza? Si la respuesta es no, dice, nos toca admitir que tuvo que ser diseñado por alguna forma de inteligencia consciente.

Esta lógica no es muy lógica: primero, el hecho de que no entendamos todavía todos los pasos de un proceso natural no implica que no los entenderemos más adelante. Nuestro conocimiento de los procesos naturales (por ejemplo de los procesos evolutivos) aumenta continuamente.

Segundo, como hemos recalcado tantas veces en esta serie, la evolución no es “apenas un proceso al azar”. Muchos de los mecanismos que generan cambios evolutivos (en particular la selección natural) no son procesos al azar (o aleatorios). En la producción de la variación genética que tienen todas las poblaciones de plantas y animales (que es la materia prima de la evolución) entran procesos al azar (como las mutaciones genéticas); pero la selección natural “selecciona” esa variación genética a lo largo de muchas generaciones en una relación muy estrecha con un ambiente dado, así que esa parte del proceso evolutivo no es al azar.

En una población puede aparecer un carácter o rasgo por puro azar (como una mutación o “error de copiado” del ADN), pero la selección natural solamente lo propagará a más individuos en las siguientes generaciones si ofrece una “ventaja reproductora” (si ayuda a producir más descendientes que a su vez producirán más descendientes). Sin embargo, el hecho de que un nuevo carácter ofrezca tal ventaja reproductora no es una ocurrencia al azar; eso depende de las características específicas del ambiente de un organismo, y de la interacción de los organismos con los rasgos físicos de ese ambiente y con otros individuos de su especie y de otras especies. Dependiendo de las circunstancias, un nuevo carácter puede ofrecer una ventaja y ser “favorecido” por la selección natural o no. Por eso no se puede decir que esta parte del proceso ocurre al azar.

Dembski (y los creacionistas en general) no entienden que los evolucionistas no dicen que la evolución natural es “un proceso accidental al azar”. Los evolucionistas simplemente afirman que la evolución es una propiedad básica de todos los organismos; que ocurre a lo largo de generaciones en toda población de individuos con variación genética por medio de una combinación de cambios al azar del material genético y de procesos altamente selectivos (no aleatorios) como la selección natural; que los cambios que pueden ocurrir en cualquier momento dado los limita y canaliza la historia de cambios evolutivos pasados, pero que el cambio futuro no tiene que proceder en una dirección predeterminada; y que el cambio evolutivo procede automáticamente por su cuenta, sin necesidad de que intervenga una “inteligencia” externa.

O sea que el “filtro de diseño” de Dembski es completamente inútil porque es posible que un rasgo o proceso del mundo natural a) no se pueda explicar todavía con nuestros conocimientos de los procesos naturales y b) no se pueda explicar como un proceso exclusivamente al azar, sin que eso constituya evidencia de que nunca podremos entender los procesos evolutivos en cuestión y cómo los han moldeado componentes no aleatorios. El “filtro de diseño” de Dembski no da una gota de evidencia de que tuvo que intervenir una inteligencia consciente ni razón lógica para llegar a esa conclusión.

La “complejidad irreducible” de Behe

Michael Behe es un bioquímico de Lehigh University interesado en los procesos biológicos que se dan al nivel molecular, es decir, dentro de las células. Behe es de los creacionistas que no rechazan toda la teoría de la evolución; por ejemplo, acepta la evidencia de cambios evolutivos de pequeña escala que se dan continuamente con el paso de las generaciones en las poblaciones de cualquier especie a partir de la selección de mutaciones y recombinaciones genéticas que ocurren naturalmente. Pero ve un problema con la teoría de la evolución al nivel de las moléculas, el nivel que más conoce. Lo asombra la complejidad de los sistemas moleculares que funcionan dentro de las células para producir, digamos, la cadena de reacciones bioquímicas que permiten que el flagelo (la cola) de un espermatozoide se mueva, o la cascada (reacción en cadena) de pasos químicos coordinados que permiten que la sangre se coagule. Behe afirma que esos sistemas moleculares altamente complejos no pueden ser simplemente el resultado de procesos evolutivos naturales (que, como Dembski, también llama “procesos al azar”) y que, por lo tanto, la existencia de tal complejidad es en sí “evidencia” concreta de “diseño inteligente”, es decir, de que una inteligencia consciente (básicamente un poder sobrenatural) intervino en algún punto para crear esos procesos complejos.

Behe y otros de la escuela de Diseño Inteligente han llevado más lejos ese razonamiento y afirman que unos sistemas biológicos son “irreduciblemente complejos”. Un sistema biológico de múltiples partes es “irreduciblemente complejo”, dicen, si se desploma o deja de funcionar cuando le falta una sola de sus partes. Behe da ejemplos del campo de la bioquímica de sistemas (reacciones bioquímicas) que no pueden realizar sus funciones actuales si les falta aunque sea un componente y después declara que para él eso es prueba de una inteligencia consciente (o sea, Dios). ¿Por qué? ¿Por qué el hecho de que un sistema bioquímico no pueda realizar su función actual a menos que todas sus partes funcionen bien es automáticamente prueba de “diseño inteligente”? Porque, dice Behe, la evolución biológica natural no pudo haber creado todas esas partes necesarias (y con un funcionamiento tan complejo y coordinado) de una sola vez . Los evolucionistas contestan que sabemos que la evolución es perfectamente capaz de generar sistemas complejos en un proceso gradual a lo largo de mucho tiempo, no de un tirón. Pero Behe no cree que la evolución haya podido construir procesos bioquímicos complejos paso a paso porque un sistema que no tenga todas sus partes no funcionaría (o podría desplomarse); por lo tanto no podría ofrecer a un organismo una ventaja reproductora y, por lo tanto, la selección natural no favorecería ese desarrollo evolutivo gradual ni permitiría que un sistema incompleto e inoperante se propagara de una generación a otra. Pero como veremos, la única razón por la cual Behe y colegas no entienden cómo procesos evolutivos relativamente sencillos y bien conocidos han podido generar sistemas tan complejos sin la intervención de seres sobrenaturales es que a) no entienden cómo opera la evolución y b) ni siquiera entienden bien la naturaleza de la complejidad biológica. Sin embargo, como Michael Behe es uno de los miembros más influyentes de la escuela de Diseño Inteligente, y como el hecho de que es un bioquímico profesional puede ser suficiente para llevar a pensar que sabe de lo que habla, vale la pena examinar y refutar sus argumentos a fondo.

Michael Behe y la complejidad irreducible como “evidencia” de diseño inteligente

La influencia de Behe no proviene de ningún descubrimiento importante en su campo sino del simple hecho de que, como es un bioquímico profesional, puede hablar elocuentemente de los intrincados detalles de los procesos moleculares que se dan dentro de las células. Behe realmente no añade nada nuevo al viejo argumento de “complejidad”; simplemente lo ha llevado al nivel subcelular. El problema de Behe es que puede que sepa mucho de la organización e interacción de moléculas para realizar funciones complejas (como la coagulación), pero no sabe mucho de la evolución. Conoce bien las partes y procesos bioquímicos, pero no entiende los mecanismos por medio de los cuales la evolución puede formar nuevas partes y procesos a partir de variación genética existente. Es más, abriga ciertos errores serios sobre los aspectos más básicos de la teoría de la evolución. Por ejemplo, dice que la evolución es un proceso “al azar”, cuando hasta los libros de biología de secundaria explican que el cambio evolutivo ocurre por medio de procesos aleatorios (al azar) que alteran la variación genética disponible en una población (como mutaciones, recombinación genética, deriva genética, etc.,) combinados con mecanismos selectivos no aleatorios (como la selección natural), que con el paso de generaciones seleccionan ciertas modificaciones evolutivas y propagan diferencialmente las que dan a los organismos ventajas reproductoras en un ambiente determinado (de modo que esta parte del proceso no es aleatoria ). Al igual que Dembski y casi todos los creacionistas, Behe no capta que la selección natural dista mucho de ser algo al azar.

Es importante entender que ningún biólogo dirá que los sistemas moleculares subcelulares que Behe menciona no son sumamente complejos , pero cualquier biólogo especializado en evolución dirá que los mecanismos evolutivos naturales pueden generar mucha complejidad, en todo nivel de organización, y que no hay motivos para pensar que la complejidad de los sistemas moleculares que funcionan en el interior de las células sea el resultado de algo más que esos procesos evolutivos naturales, de la mano de ningún “diseñador”.

Puede que Behe sepa escribir fórmulas químicas complicadas en un pizarrón, pero esos son puros malabarismos. Sus métodos no son muy diferentes de los de los creacionistas bíblicos tradicionales: ya sea por ignorancia crasa de los principios evolutivos o porque se hace el ciego ante lo que contradice sus nociones preconcebidas de intervención divina, Behe tergiversa el conocimiento actual sobre los mecanismos de la evolución y comete el mismo error metodológico de todos los creacionistas: incapaz de “imaginar” cómo se formaron las maravillas del mundo natural sin un dios, trata de imponerle a la realidad su noción preconcebida de un “diseñador inteligente”, para lo cual busca procesos de la vida que todavía no se han descrito o entendido totalmente y dice que lo que todavía no entendemos es prueba de la intervención de un dios.

Si esto suena conocido, es porque no es diferente del razonamiento de los “creacionistas científicos” de vieja guardia que atacan la evolución porque en el registro fósil (o en el conocimiento humano) hay “lagunas”… y cuando esas lagunas se resuelven buscan otra cosa que todavía no se entienda y repiten el mismo argumento.

Adentrémonos un poco más en los argumentos de Behe.

Behe empieza el libro Darwin’s Black Box (y suele empezar sus presentaciones) diciendo: “para que la teoría de la evolución sea verdad, tiene que explicar la estructura molecular de la vida”. Eso es cierto y todo biólogo evolutivo lo acepta. Pero a continuación Behe dice que el propósito del libro es “demostrar que no la explica”.

Behe no cumple su grandilocuente propósito: los ejemplos de sistemas bioquímicos subcelulares complejos que supuestamente son “evidencia” de diseño no prueban nada; ninguna de sus explicaciones lleva a pensar que los mecanismos de la evolución no pudieran generar esa complejidad.

El argumento básico de Behe es que la evolución puede ser responsable de las características de la vida en todos los niveles de organización, con excepción del nivel molecular subcelular. A diferencia de otros creacionistas, como los de Tierra joven, Behe reconoce que el universo tiene miles de millones de años y que las especies están emparentadas porque descienden de antepasados comunes. “La idea de ascendencia común (que todos los organismos comparten un antepasado común) me parece convincente y no tengo razones para dudar de ella”, escribe Behe.

El bioquímico evolucionista Ken Miller, que ha debatido personalmente con Michael Behe en varias ocasiones, comenta que este dice que no le molesta en absoluto la idea de que los seres humanos y los simios descienden de un antepasado común. (¡Ahora sí lo van a matar los creacionistas tradicionales!). Bueno, si acepta la evidencia concreta de la evolución y de la ascendencia común, ¿con qué aspectos de la teoría de la evolución es que no está de acuerdo? Behe ve evidencia de diseño divino en los complejos sistemas biológicos del interior de la célula pues no cree que hayan podido generarse por medio de los mecanismos conocidos de la evolución biológica.

Como bioquímico, Behe conoce bien esos sistemas. En parte, el problema es que está demasiado inmerso en su propio rincón del universo biológico (las reacciones bioquímicas subcelulares) y no ve que en todos los niveles de organización de la materia hay “sistemas biológicos complejos” (inclusive en niveles donde no dice que haya “diseño”).

Behe destaca ciertos sistemas moleculares complejos de la maquinaria interna de las células (los sistemas que mediante una multitud de “pasos” químicos producen enzimas, anticuerpos, agentes de coagulación, etc.,) y dice: “Estos sistemas son supremamente complejos. ¡Es imposible que los formara la evolución biológica!”. No le cabe en la cabeza que la evolución pudiera producir reacciones en cadena tan complejas por su cuenta, y entonces dice que por fuerza hay que reconocer que algún “diseñador inteligente consciente” (bien podría decir “dios”) los tuvo que haber creado tal como los vemos hoy.

A Behe personalmente “no le cabe en la cabeza” que la evolución pudiera producir esos sistemas, pero eso no quiere decir que haya encontrado evidencia de diseño.

A manera de paréntesis, tengo que comentar que me gusta que los detalles maravillosamente intrincados de las reacciones bioquímicas maravillen a Behe, y me imagino que incluso cuando los biólogos descifren por completo todos los aspectos esenciales de esos procesos nos seguirán pareciendo increíblemente maravillosos. Pero el hecho de que algo sea maravilloso (y que no lo entendamos bien todavía ni conozcamos cómo se desarrolló) no justifica saltar a la conclusión de que lo creó un ser sobrenatural. A lo largo de la historia humana hasta el presente, mucha gente dice que ha dicho que vio un “milagro” cuando observó algo que no podía explicar o colocar en su debido contexto). Por ejemplo, como no sabían lo que eran, en la antigüedad pensaban que los rayos eran mensajes de los dioses; pero pensar eso no hace que sea realidad.

Uno se da cuenta de que Michael Behe no entiende los procesos de la evolución cuando explica cómo supone que un “diseñador inteligente consciente” pudo diseñar las reacciones bioquímicas complejas. Dice que el diseñador posiblemente tomó las primeras células vivas hace unos 4 mil millones de años y les empacó toda la información molecular necesaria que iban a necesitar para producir todos los sistemas bioquímicos complejos que vemos en diferentes organismos hoy. Esto es absurdo y no tiene sentido desde el punto de vista científico. Es tan absurdo que otros biólogos no se molestarían en contestarlo si no fuera porque Behe es el vocero consentido del movimiento de Diseño Inteligente.

¿Cómo es posible que toda la información molecular necesaria para todos los procesos bioquímicos “futuros” (de organismos que evolucionaron cientos de millones de años después de la aparición de la vida, como admite Behe) estuviera ya en las primeras células (que no usaban esos procesos) hace miles de millones de años? Behe dice que no puede probarlo, pero que especula que la información genética “preformada” (que no se necesitaría por cientos de millones de años) debe haber estado latente gracias al control de un gen regulador (como los que encienden y apagan muchos sistemas subcelulares) que permaneció apagado por muchísimo tiempo.

¡Esto no tiene el menor sentido desde el punto de vista científico! Efectivamente en las células hay genes reguladores que apagan ciertas funciones moleculares por un tiempo. Pero es ridículo decir que los genes que codifican todas las funciones subcelulares que “después” aparecieron ya estaban presentes en estado latente (“apagados”) en las primeras células y que pasaron de generación en generación, completamente intactas, por miles de millones de años. Como dice Ken Miller, la visión de Behe es “una fantasía genética imposible de genes ‘preformados’ a la espera de que aparezcan gradualmente los organismos que los necesiten”.

Cualquier genetista dirá que los genes “apagados” no pueden permanecer intactos, sin cambiar, por cientos de millones de años. Cuando los genes se transmiten de generación en generación, con el tiempo se acumulan toda clase de mutaciones al azar (“errores de copiado”) que a la larga cambian las instrucciones genéticas básicas. Eso se aplica a cualquier conjunto de genes. Además, se ha demostrado en el laboratorio que los genes inactivos (“apagados”) tienden a acumular mutaciones a mayor velocidad que los genes activos. Esto tiene sentido a la luz de la teoría de la evolución porque la selección natural no puede eliminar cambios genéticos que ocurren en sistemas latentes que todavía no tienen ningún efecto en un organismo, ya que esos cambios no dan a los individuos ventajas ni desventajas reproductoras; por lo tanto, nada previene o restringe la acumulación de mutaciones genéticas. Esto explica por qué los genes inactivos cambian más rápido que los genes activos.

O sea que si, como propone Behe, un “diseñador inteligente” hace 4 mil millones de años empacó en las primeras células todas las instrucciones químicas que necesitarían y después dejó que procediera la evolución natural, es imposible que la información genética necesaria para los sistemas moleculares posteriores (como el mecanismo de coagulación sanguínea de los mamíferos) se hubiera conservado en su estado original. Pero para Behe precisamente la compleja estructura de los sistemas moleculares hoy es “evidencia” del “diseño inteligente” inicial que ocurrió hace miles de millones de años. Esta es una enorme falta de coherencia lógica del argumento central de Behe, para la cual no tiene respuesta.

Dejemos de lado por el momento la absurda idea de que la vida empezó con células diseñadas por un poder sobrenatural con instrucciones preformadas para todas las funciones celulares posteriores, y veamos los problemas del argumento fundamental de Behe: que si un sistema biológico es sumamente complejo no puede ser resultado de la evolución.

Esto simplemente no es verdad. Todos los biólogos saben que hay muchos sistemas biológicos altamente “complejos”, ya sea dentro de las células o a cualquier nivel de organización, como las partes del cuerpo, organismos enteros, poblaciones o comunidades ecológicas. La definición de “complejo” es que tiene muchas partes o componentes interrelacionados e interdependientes (y muchos biólogos y gente en general opina que la belleza y la maravilla de la vida radica en su gran diversidad, que en sí es una forma de complejidad). Inclusive se podría pensar que las células son complejos “ecosistemas” en miniatura de moléculas bioquímicas trabadas en interrelaciones complejas. Por ejemplo, las células siguen muchos pasos para metabolizar (procesar) las fuentes de energía, reproducir su maquinaria genética, producir mecanismos defensivos, repararse, interactuar con otras células para realizar funciones complejas como coagular la sangre, etc., etc. Pero decir que un sistema es “complejo”, solo quiere decir que no es “simple”: que tiene muchas partes que operan en un proceso integrado. La complejidad no es en sí algo misterioso o inexplicable por procesos naturales.

Para ilustrar otro ejemplo de complejidad biológica pensemos en un terreno de una compañía maderera sembrado con una sola especie de pino y comparémoslo con un terreno de bosque natural. El pinar diseñado por la compañía maderera para que crezca rápido no tiene mucha variedad: por todos lados hay fila tras fila de una sola especie de árbol y esa uniformidad a su vez produce poca variedad de alimento y otros recursos que puedan aprovechar otras especies. Así que la diversidad de los animales del pinar también es poca. (Es más, a pesar de la cantidad de árboles, el pinar es una especie de baldío biológico). Es un sistema muy simple . Por contraste, pensemos en una selva tropical o en un bosque mixto de América del Norte, donde se encuentran montones de especies distintas de árboles, arbustos, hongos y plantas con flores, y todo eso crea una colcha compleja de hábitats que aprovecharán miles de especies de insectos, aves, anfibios, reptiles, mamíferos, etc.

De una forma u otra, directa o indirectamente, los componentes de ese sistema (todas las especies de plantas y animales) interactúan y se interconectan de formas complejas. En tales sistemas una gran cantidad de especies son interdependientes: no pueden funcionar plenamente ni sostenerse saludablemente una sin la otra. Tal es el caso de las interacciones que entrelazan a los polinizadores (insectos, aves, murciélagos, monos) y las plantas con flores que polinizan; o de las aves de rapiña y sus presas. Esas interacciones son tan importantes para la salud general del ecosistema que se ha visto que si se elimina una parte (por ejemplo, matando demasiados insectos y aves con pesticidas o causando la extinción de un depredador de la parte superior de la cadena alimenticia), puede derrumbarse toda una población biológica y a veces todo un ecosistema.

Así que todo sistema biológico complejo, ya sea al nivel molecular o al nivel de ecosistema, está compuesto por una red de eslabones entrelazados e interpedendientes de diferentes organismos. La gran cantidad y variedad de eslabones suele dar a los sistemas complejos más estabilidad de la que tienen los sistemas simples. Pero si se trastornan muchos eslabones o si se trastorna un eslabón especialmente central (como la eliminación de un depredador importante), hasta un sistema complejo puede derrumbarse, y en ese caso suelen “caer duro”. (Tristemente, esto es lo que está pasando en la gran mayoría de las selvas tropicales del planeta, donde, en una escala monumental, la intervención humana está trastornando y trastocando ecosistemas crucialmente complejos). ¿Por qué hablar de los ecosistemas complejos en una discusión de la propuestas de Behe de Diseño Inteligente al nivel subcelular? En parte, para mostrar que la complejidad biológica no es exclusiva del nivel subcelular. Sin embargo, Behe no argumenta, que yo sepa, que esos otros niveles de complejidad biológica también son “evidencia” de un diseñador divino. Esto encierra una incoherencia lógica. Si Behe entiende cómo la evolución desarrolló un alto nivel de complejidad al nivel de ecosistema, ¿por qué no entiende que la evolución pudo desarrollar un alto nivel de complejidad al nivel de las moléculas biológicas?

La “gran objeción” de Behe a la evolución es que unos sistemas biológicos son tan complejos que se puede decir que son ” irreduciblemente complejos”, o sea, que requieren un mínimo de partes para funcionar y si no tienen una sola de esas partes dejan de funcionar. Para Behe esa “complejidad irreducible” es la verdadera evidencia de Diseño Inteligente porque, dice, la evolución jamás podría producir todas esas partes de una sola vez. Por ejemplo, si un sistema necesita 50 pasos químicos sincronizados para cumplir una función, no puede haber evolucionado de un sistema que tiene 48 ó 49 pasos porque ese precursor no funcionaría; asimismo, es inconcebible que ocurran suficientes mutaciones al azar para desarrollar un sistema tan complejo “de una sola vez”. Además, añade Behe, la evolución no puede producir sistemas “irreduciblemente complejos” en etapas, con el paso del tiempo, porque la selección natural solo favorece sistemas que son “totalmente” funcionales. Un sistema que no tenga todas las partes necesarias no funcionará y la selección natural lo eliminará, afirma Behe. Ese es el meollo de su argumento contra la evolución-

¿Tiene algo de verdad el argumento de que la “complejidad irreducible” de ciertos procesos bioquímicos es evidencia de diseño?

No. Veamos por qué.

Los conocimientos actuales de la evolución demuestran que los sistemas complejos (con nuevas funciones) pueden evolucionar de sistemas menos complejos y probablemente con funciones diferentes , como veremos en los ejemplos de más adelante. El argumento de Behe (y de sus predecesores del siglo 19) es incorrecto porque la selección natural pudo haber favorecido y preservado los componentes “preliminares” de cualquier sistema biológico (las partes que evolucionaron antes) cuando tenían funciones distintas a las que desempeñarán más adelante como parte de un sistema altamente evolucionado. La evolución produce nuevos caracteres a partir de la variación genética que existía en las generaciones previas de una población (por medio de mutaciones y otras recombinaciones genéticas al azar, como vimos). Pero eso no quiere decir que la variación genética de una población generara necesariamente partes y caracteres que eran “menos funcionales” en una forma dañina; la variación genética de un tiempo anterior puede haber generado funciones limitadas pero ventajosas para los organismos (como una versión simple o “primitiva” de lo que más adelante sería un carácter complejo), o pudo haber generado caracteres que cumplían funciones enteramente distintas.

Behe no concibe cómo puede evolucionar un sistema complejo con múltiples partes mediante un proceso de modificaciones evolutivas de partes y sistemas preexistentes, que desempeñaban funciones distintas (pero no dañinas). Behe ilustra la “complejidad irreducible” con el ejemplo de una trampa para ratones de cinco piezas (una plataforma, un resorte, un anzuelo y demás); dice que es “irreduciblemente compleja” porque necesita todas las cinco piezas en buen funcionamiento al mismo tiempo para atrapar ratones. Una trampa que no tenga una de las piezas será inútil. Con esta analogía Behe quiere decir que un sistema biológico que requiere todas sus partes para funcionar no puede haber evolucionado de un sistema que no tenía todas esas partes porque el sistema incompleto no sería funcional y sería perjudicial, y la selección natural lo habría eliminado. Pero como refuta bromeando el evolucionista Ken Miller, la trampa puede funcionar sin todas las piezas… como otra cosa. Miller agarra una trampa, le quita un par de piezas ¡y hace un clip que funciona perfectamente bien! Con ese chiste quiere ilustrar el hecho de que el precursor evolutivo de un sistema “irreduciblemente complejo” (al nivel bioquímico o a cualquier otro nivel de organización) pudo haber sido “funcional” en una línea antepasada con menos partes (o que interactuaban de otras formas), pero en una función diferente.

Otro ejemplo favorito de Behe de “complejidad irreducible” es la serie de reacciones bioquímicas que permite el movimiento de los cilios o los flagelos celulares (pelillos que tienen células como los espermatozoides). Esas reacciones bioquímicas se realizan dentro de tubos microscópicos en los cilios o los flagelos. Si se interrumpe uno de los pasos, no se mueven. ¿Es este un sistema bioquímico complejo? Claro que sí. ¿Sabemos absolutamente todo lo que se puede saber sobre esos procesos? No, todavía no. ¿Pero creen los biólogos que inclusive las más complejas de esas estructuras (que Behe considera “irreduciblemente complejas”) pueden haber evolucionado naturalmente y sin intervención divina a partir de estructuras preexistentes más simples presentes en especies anteriores? Sí. Ken Miller (también bioquímico) da ejemplos de la vida real de muchas estructuras similares, compuestas de una cantidad menor de túbulos (y por lo tanto “más simples”) que no tienen toda la gama de funciones de las estructuras más complejas; pero tienen algunas estructuras y algunas partes, y funcionan (de modo más limitado). Estos sistemas más simples todavía existen en organismos actuales, y la selección natural obviamente no los ha eliminado como algo “defectuoso”.

Si en uno de esos sistemas precursores aparecen mutaciones genéticas y ofrecen nuevas capacidades funcionales que dan a los organismos una “ventaja” reproductora en determinado ambiente (por ejemplo, espermatozoides que nadan mejor), la selección natural tenderá a propagar esas modificaciones en las generaciones siguientes. Esto ocurre automáticamente (sin necesidad de intervención divina); de ese modo la evolución puede “construir” nuevas estructuras y producir nuevas funciones o funciones mejoradas a partir de las partes que estaban presentes (cumpliendo funciones diferentes o limitadas) en generaciones anteriores y en especies antepasadas.

¿Por qué no es “evidencia” de diseño divino la gran complejidad del ojo humano y de otros mamíferos (ojos con visión estereoscópica), como afirman los defensores del “diseño inteligente” desde el siglo 19? Porque no hay motivos para pensar que los mecanismos evolutivos usuales no sean suficientes para desarrollar estructuras tan complejas con el tiempo ( mucho tiempo), en una serie de modificaciones con la mezcla usual de mutaciones y recombinaciones genéticas al azar (que ocurren constantemente en toda población) combinada con la selección natural no aleatoria. Cuando apareció una capacidad primitiva y muy limitada de detectar la luz, formas o movimiento en una línea antigua de organismos, es fácil imaginar que la selección natural tendería a propagarla. La evolución de los primeros “ojos” primitivos (grupos de pocas células que detectan luz de modo muy limitado y que todavía se observan en organismos hoy) le dio a los animales que los tuvieran una enorme ventaja en cualquier ambiente con luz. Basta pensar en la gran ventaja reproductora de los animales que pueden detectar movimiento y evadir a los predadores.

Desde el siglo 19 los creacionistas preguntan “¿para qué sirve medio ojo?”. La respuesta es: “¡para mucho!”. La selección natural favoreció las modificaciones genéticas de los descendientes de esos individuos que mejoraron la capacidad de ver, y produjo mejores ojos con más campo de visión.

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Lo que ilustran estos ejemplos, una vez más, es que las estructuras y sistemas biológicos pueden evolucionar de lo simple a lo complejo (y a veces en sentido contrario) en un proceso gradual a lo largo de mucho tiempo. La evolución de mayor complejidad no ocurre “de una vez”: los sistemas y caracteres menos complejos y “parciales” de las líneas evolutivas anteriores pueden ser todavía perfectamente funcionales, en diferente grado o de otra forma.


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