La oración

Frecuentemente vemos a millones de creyentes en todo el mundo recurrir a una especie de diálogo entre ellos y el dios al que le profesan sumisión. Esto es conocido como oración. Es un rito que se ha efectuado durante miles de años, algunas veces en forma rutinaria y con parsimonia y otras de manera eufórica, casi llegando al delirio. Es común enfrentarnos a este fenómeno por cuanto medio de comunicación existe: televisión, radio, Internet, periódicos, revistas, etc.

¿Qué funciones prácticas o resultados tiene la oración?. Como veremos, ésta juega varias funciones, desde las más mundanas, hasta las más increíbles.

La oración, como método terapéutico, como paliativa del dolor emocional, puede muchas veces ser beneficiosa para algunos humanos, pues les permite desahogar las emociones reprimidas, expresar los deseos frustrados, las ansiedades ocultas. Por otra parte, la oración también puede servirle a algunos como una forma de introspección o búsqueda de errores cometidos, y en este sentido, llevarlos a un cambio de actitud.

Sin embargo, la oración también puede ser el peor enemigo de estas personas. Existen muchos seres que frecuentemente atribuyen a esta plática consigo mismo, un poder más allá que el descrito antes, y creen en vano que otro ser (en este caso su dios, o algún representante o intermediario) puede escucharla y, sobre todo, atenderla, es decir, devolverla en forma de concesiones o favores.

Los creyentes le confían al supuesto poder de la oración toda clase de decisiones importantes en la vida. Oran antes de emprender un viaje, a la entrada del quirófano, en la víspera de un examen, en la antesala de un juicio, a la espera de un resultado. Incluso la oración interviene a la hora de tomar medicamentos, del partido de fútbol, del concurso de belleza, de las elecciones políticas, etc.

Además, los creyentes no se limitan a realizar ellos solos este rito arcaico y absurdo, sino que también sugieren a diestra y siniestra que se efectúe. ¿Qué ateo no ha terminado de sufrir algún problema en su trabajo, con su familia o con sus amigos, cuando ya está un creyente espetándole “órele a dios”?. ¿Qué persona escéptica no ha estado lamentando la pérdida de un ser estimado cuando el hombrecillo de saco y corbata –y con libro bajo el brazo- se le ha acercado para aconsejarle que se acerque más a Dios a través de la oración?. En realidad es uno de los momentos más chocantes en la vida del ateo.

El creyente no es capaz de entender –y he aquí el peligro que la oración entraña –que se está cegando a la realidad que le circunda. Como ejemplo esclarecedor diremos que si un enfermo no es medicado u operado y muere (a pesar de las oraciones), el creyente cree que esto ocurre porque su dios así lo quería. Por el contrario si la persona es medicada o intervenida quirúrgicamente y sana, el creyente deduce erróneamente que se debe a la atención hecha por su dios a las oraciones, como si no estuviera claro cuál es el origen de la mencionada mejoría.

Existen casos en que el creyente cae en un estado deplorable, pues la oración no ha rendido fruto, esto es, no ha sucedido lo que se esperaba ocurriera sin intervención humana. Es muy triste para nosotros los ateos, ver como personas que tenemos en estima, ven frustradas sus esperanzas, truncados sus sueños, vedados sus anhelos. Este es un momento muy crucial para el ateo. Por un lado, está la postura hipócrita, la condescendiente, en que se le dice al creyente que probablemente su dios decidió que las cosas ocurrieran de tal forma, en que se le exhorta (sabiendo el sentido terapéutico descrito) a que ore en busca de consuelo. Por otra parte, está la postura más cruda –pero más real –que acepta nuestra incapacidad para evitar que algunas cosas ocurran, no porque estén escritas en algún destino, sino por la falta de medios científicos o tecnológicos para detenerlas o cambiarlas. Es probable que ninguna de las dos posturas consuele al decepcionado creyente. Sin embargo, la última lo hará pensar, y en el mejor de los casos, cambiar de ideas. ¿Acaso no es cierto que muchos ateos se forjaron como producto de su inconformidad con el dios en que creían?, ¿No fallaba este dios siempre?, ¿No era frustrante sentirse ignorado?

De lo anterior se deduce el último resultado de la oración: Sí, la oración también puede formar ateos, o al menos agnósticos. Tal parece pues, que el rito inventado hace miles de años, como método para hacerle creer al incauto la posibilidad de cambiar el curso normal de los sucesos, no resultó del todo tan adecuado. Probablemente funcionó de maravilla, cuando se pedía por las cosechas, por la lluvia, por la luz del día, por cosas que ocurrían ya fuera que se hicieran o no las oraciones (¡algunas veces acompañadas de sacrificios!), como fueron notando poco a poco los humanos.

Pero ahora, cuando el humano ha logrado entender la mayoría de fenómenos que ocurren en el Universo, y desea intervenir en cosas más complejas (léase la muerte), el embaucador –cura, pastor o el nombre que tenga de turno –no puede hacer más que maldecir a los que le precedieron en el puesto más cruel e infame (el de engañar al que sufre, es decir, a todos), y que no le dejaron respuesta para la pregunta más obvia: ¿Si existe un dios, por qué nunca hace nada…?


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