La guerra contra el aborto, una agresión a las mujeres

“Las mujeres nos corrigen. Nos hace falta su presencia para ser mejores. Por eso son tan peligrosas todas las instituciones de hombres solos”.

—Tibor Wlassics

El asesinato de un médico que practicaba abortos en su clínica de atención a las mujeres es apenas un caso más en la larga guerra que los grupos que dicen defender la vida vienen dando desde hace muchos años. Se llaman grupos pro vida, defensores de las mujeres, protectores del alma y el cuerpo de los fetos, representantes de dios en este mundo, o simplemente anti abortistas.

El asesinato del Dr. George Tiller, en Kansas en el año 2009, fue el final de un drama que llevaba años preparándose. Ya le habían disparado dos tiros, uno en cada brazo, con la intención de inhabilitarlo en su práctica quirúrgica. Ya le habían incendiado la clínica. Todos los días, camiones estacionados frente al edificio exhibían fetos gigantes y en distintos niveles de crecimiento, bañados en sangre. Todos los días, brigadas de voluntarios, con el cerebro bien lavado y pagados por organizaciones antiaborto bien financiadas, se dedicaban a insultar a las mujeres que entraban a la clínica. Todos los días, algunos voluntarios lograban convencer a alguna mujer para que se hiciera una ecografía gratuita, en una casa cercana, para hacerle ver y sentir la vida que llevaba dentro y meterle en el cuerpo el miedo necesario para que no fuera ella a convertirse en asesina. Todos los días, hasta que un voluntario decidió más bien pegarle un tiro al médico y acabar de una vez con el mal.

Los grupos antiaborto, negaron cualquier conexión con el asesino y uno de sus dirigentes, que había viajado hace años desde California con familia y fanáticos incluidos para establecer su cuartel de guerra al lado de la clínica, tuvo el cinismo y las buenas dotes de actor para declarar “con lágrimas en los ojos”, que el asesino no le hizo ningún bien a la causa, que ellos repudian esos métodos. Estuvo muy claro que el matón tenía nexos con organizaciones anti aborto y con el fanático de California y sus brigadas.

No pararon ahí, siguieron con sus campañas de odio y muerte. De odio y muerte, porque dicen que defienden la vida sin entender lo que eso significa. No lo entienden porque la vida no es un ente abstracto que anida en la imaginación. La decisión de tener un hijo debería ser un acto responsable. Pero resulta que la mayoría de las veces no lo es, las razones, por millones, como millones son las personas y millones sus problemas y ansiedades y anhelos. ¿Para qué seguir con un embarazo no deseado, resultado de una noche de juerga, de una violación, de un entusiasmo trunco, de un amor acabado? Porque un grupo de hombres solteros, algunos de ellos sin hijos, deciden que así tiene que ser, porque así lo dice la ley divina. Imposiciones atávicas, inventadas por los seres humanos para auto esclavizarse.

Si no ¿de que otra manera se explica que cuando dos médicos brasileños hicieron la cirugía de una niña de nueve años doblemente embarazada por el padre violador fueran excomulgados? Los condenaron por ASESINATO de niños. A la niña ni caso y al padre ni juicio.

En la parte alta de Manhattan, en el Bronx, existe una clínica que practica abortos y que está muy cerca de la entrada del metro. En la corta distancia que tienen que caminar las mujeres, o en algunos casos las parejas, son asediadas por jóvenes que con esa sonrisa acartonada de los vendedores de seguros, les ofrecen folletos y atención gratis para el embarazo. La atención es la famosa ecografía disuasoria. “Es nuestra principal arma” dice una de las jóvenes. Al momento se corrige y dice, “nuestro principal instrumento”. Una pareja que iba decidida a la clínica, ella con sólo 15 años, desiste. Un triunfo celebrado con loas al creador.

¿Y qué de esa niña-madre que a duras penas estará lidiando con su corta vida y experiencia, que tendrá que dejar de estudiar, que tendrá un embarazo difícil porque su cuerpo no se ha acabado de hacer? ¿Quién la va a ayudar con la crianza de ese hijo que había decidido no tener? ¡Cuanta irresponsabilidad junta!

Pero esta guerra del aborto no es sólo de hoy. Viene de siglos.

Ann Lohman fue una enfermera inglesa, especializada en atención a las mujeres (en español no existe el equivalente de midwife, pues se lo traduce como partera, siendo que el oficio, en los países ricos, exige estudios universitarios). Sus servicios abarcaban desde consejería sexual, prevención del embarazo, traer niños al mundo, agenciar adopciones, y por supuesto, practicar abortos. Vivió su vida en una casa enorme en Nueva York, donde atendía por poco dinero a las mujeres pobres y mucho a las ricas. Durante los años dedicados a ayudar a sus pacientes tuvo que ir más muchas veces a las cortes y pasó más de un año presa. Nunca pudieron comprobar una sola de las mil acusaciones de mala práctica médica.

Sufrió los hostigamientos y amenazas diarios con tranquilidad, aunque, y por ser una mujer culta y de lengua afilada, contestaba con agudeza verbal y fuerza a los escritos de los fanáticos religiosos en los tabloides.

Sobre el supuesto de que el control natal y el aborto corrompían a las mujeres, Lohman escribió a un periódico: ¿“será que sus esposas, y sus hermanas y sus hijas, una vez despojadas del miedo, todas se vuelven prostitutas”? No puedo entender cómo hombres que son esposos, hermanos o padres puedan darle credibilidad a una idea tan infame y sucia”.

Pero pudieron más el odio y la sinrazón. Amenazada con otro juicio, esta vez mayor, y temiendo hacerle daño a su familia y repetir la cárcel, una mañana de abril de 1878 se acostó en la tina y se cortó el cuello. Tenía 66 años.

Ahora, otra mujer valerosa, la Dra. Julie Burkhart, luego de abandonar Kansas después del asesinato del Dr. Tiller decidió volver y, apoyada por donaciones de diversas instituciones que protegen los derechos de las mujeres, reabrir la clínica de abortos. Cree que estará lista para la primavera.


Josefina Cano nació en Pasto, una ciudad lejana y olvidada de Colombia, donde hay más iglesias que escuelas y hospitales. Educada en una familia católica y en un colegio de monjas, pronto al final de la niñez inició su camino de escepticismo para acabar siendo atea practicante. Estudió biología en la Universidad Nacional de Colombia, donde realizó también su maestría en la Facultad de Medicina, con una tesis que fue laureada. Ejerció como docente hasta que salió del país para trabajar en investigación de las células cancerosas en Suiza, Canadá, Brasil (se doctoró en Genética Molecular en la Universidad de Sao Paulo). En Nueva York trabajó en el Albert Einstein College of Medicine. Ahora se dedica a la divulgación de la ciencia en su blog Cierta ciencia.


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