Religión, fariseísmo y holocausto… o las maravillosas fábulas del Papa Ratzinger

A alguien le preguntaban un día si había verdaderos ateos. ¿Cree usted -fue la respuesta- que haya verdaderos cristianos?”

—Denis Diderot, “Pensées philosophiques”

El máximo representante visible de la iglesia romana, Papa Benedicto XVI, acaba de hablar acerca de -cito literalmente- “la feliz fusión entre la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas con el cristianismo y la cultura moderna”. Rechazando, seguidamente -y vuelvo a citar literalmente- “las afirmaciones en algunos ambientes, de que la fe cristiana fue impuesta por la fuerza a los indígenas. El Papa Ratzinger afirmó que, por el contrario, “el encuentro entre sus culturas y la fe en Cristo fue una respuesta interiormente aceptada por los indios”.Luego agregó que “el encuentro” con el cristianismo ha creado la verdadera identidad de los pueblos latinoamericanos”.

El Papa Ratzinger llegó a la cima del Vaticano con un halo de “gran intelectual”. Cómo puede llegar a conciliarse un genuino desarrollo mental con la manifestación pública de semejantes dislates es algo que, seguramente, escapa a la comprensión de quien escribe.

La iglesia de Roma cuenta con una extensa lista de atropellos inverosímiles a lo largo de la historia, acerca de los cuales haría bien manteniendo un respetuoso y también astuto silencio. Lo que han venido haciendo con gran habilidad durante muchísimo tiempo. Hasta que llega este nuevo Papa, al que le gusta hablar de aquellos temas sobre los que, no habiendo nada bueno para decir, sería mejor callar. Pareciera ser que, de entre las virtudes que el cristianismo ha ponderado, no es la humildad la más desarrollada en el Papa alemán.

Las frases de Ratzinger sólo podrían ser el resultado de una profunda imbecilidad o de una inconmensurable hipocresía. No seré yo quien pretenda hoy dilucidar ese acertijo. Pero, si este es el más elevado Pastor de aquellas almas que se sienten a sí mismas católicas, nos hace temer por el camino hacia donde pueda guiarlas.

Ratzinger habla de “encuentro”. Un “encuentro” genuino sólo puede darse cuando ambas partes se dirigen a él de mutuo acuerdo. Difícilmente podemos hablar de “encuentro”, cuando se trata de una etnia imponiéndose a sangre y fuego sobre otra. Eso siempre se llamó y aún se sigue llamando,”conquista”. Y a la ignominia de una conquista especialmente salvaje, pretende ahora, el Papa Ratzinger, sumarle el oprobio de la presunta morigeración semántica, tornando la tortura y el asesinato “persuasivos”, en “encuentro”.

Para culminar esta pequeña joya del trasvestismo ideológico, el venerable pontífice interpreta que este “encuentro” “ha creado” “la verdadera identidad” “de los pueblos latinoamericanos”. Parece que Ratzinger conoce la intrínseca esencia de estos pueblos mejor que los nativos originales, quienes hasta la llegada de los iluminados frailes, aparentemente desconocían su “verdadera identidad” …Ahora se entiende por qué, con un despliegue de etnocentrismo patético, aún se insiste en llamar a los pueblos originarios, “aborígenes”, es decir, “sin origen”. Quien esto escribe se ha cansado -sin éxito alguno hasta la fecha- en pedir la rectificación de este epíteto, ya más que peyorativo, esencialmente erróneo desde una perspectiva semántica, histórica y antropológica.

Pero no deberían sorprendernos, en realidad, estas pretendidas tergiversaciones por parte de quienes han tenido la manipulación y el dominio como oficio durante siglos.

Uno de los ejemplos más acabados de lo que esencialmente trajo la “civilización occidental y cristiana” a estas tierras “feraces e incultas”, lo encontramos en el relato historiográfico de dos nativos de la Etnia Tehuelche, quienes hacia el Siglo XVIII, al sur del Virreinato del Río de la Plata, conversaban muy seriamente de la siguiente manera:

-Y, ¿cómo andas, hermano?
-Bien, y contento. Creo que cada día me voy convirtiendo en un mejor crestiano…
-Por qué?”
-Porque de a poco estoy aprendiendo a mentir.

Este es un ejemplo sociológico que podría llegar a refutar lo que, según Watslawick, representa una paradoja imposible, que un niño no sólo tome la sopa, sino que, además, disfrute haciéndolo (ver su breve pero brillante “El arte de amargarse la vida”). Y debemos responderle a Watslawick que los “dulces y compasivos” métodos “disuasivos” del cristianismo organizado, a través de los piadosos y amables frailes que participaron en la conquista de América, han alcanzado esa meta tenida como imposible, a saber, que un hombre observe con alegría y vivencie como un logro, la perversión de su saludable estado natural.

Sic Transit gloria mundi… Escribía Tomas de Kempis. Así pasa la gloria del mundo. Y cuando ya nadie recuerde a este oscuro papa, tan “del mundo”, aún se escucharán los ecos de las pobres criaturas de América masacradas en pos de satisfacer la codicia y el deseo de aquellos que, trastocando el misterio eucarístico, “transubstanciaron” a los indios por medio de torturas indecibles, luego de lo cual estos, agradecidos, pudieron finalmente disfrutar de su “verdadera identidad” a imagen y semejanza de los luminosos frailes de la Iglesia de Roma.


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