Cerebro creyente

Partamos de una observación simple. Todos los humanos creemos, todos creemos en cosas comunes, o en cosas diversas, pero creemos. De esa afirmación podríamos deducir que las creencias son consustanciales a nuestra especie, no podemos evitar creer. Parece ser una condición impuesta por nuestra biología de la que no podemos escapar.

Diría más, las creencias son en buena parte una de las cualidades que nos diferencian del resto de las especies. Pero si afinamos más la observación veremos que es una gran conquista biológica, es lo que nos permite organizar y prever nuestro futuro y nuestra vida.

Una de las creencias fundamentales es creer que mañana estaremos vivos, nadie nos lo puede garantizar, pero sin esa creencia nuestra vida no tendría sentido, ¿para qué organizar y pensar en mañana si no creemos que estaremos vivos? Somos conscientes de que nadie nos lo puede garantizar, pero no podemos evitar creerlo.

Otra creencia fundamental es que mañana volverá a salir el Sol, nadie nos lo garantiza, pero creemos que los días se sucederán unos a otros y eso nos permitirá desarrollar nuestra vida. Son creencias lógicas, son creencias avaladas por la experiencia, por el saber, tanto es así que ni siquiera nos damos cuenta que son creencias, damos por hecho que son cosas que sabemos.

La creencia se convierte en saber cuando se cumple siempre, o casi siempre. El número de creencias lógicas en las que basamos nuestra vida son muchas, muchísimas más de las que pensamos. Creemos que cuando vamos al médico va a diagnosticar correctamente nuestra enfermedad y curarla. Creemos que estudiando no sólo aprenderemos, además nos servirá para aprobar los exámenes y finalmente acabar los estudios, creemos que con ellos podremos ganarnos la vida, ser útiles a la sociedad, a nuestra familia y a nosotros mismos. Creemos que si trabajamos recibiremos a final de mes el salario para poder atender nuestras necesidades, y las de los nuestros.

Nadie nos lo garantiza, nadie nos puede garantizar que todo eso ocurrirá siempre, de hecho sabemos por experiencia que no se cumple siempre, aun así seguimos creyendo en ellas por que la lógica nos dice que así ocurre en la mayoría de los casos.

Aun así esas creencias condicionan toda nuestra vida, nos someten a horarios, nos imponen formas de entender la vida, nos imponen en muchos casos, el lugar de residencia. Nos imponen grandes esfuerzos para lograr unos fines de los que creemos que merecen la pena.

Creemos que si viajamos llegaremos a nuestro destino, aunque también sepamos que no siempre ocurre así, pero la creencia en que llegaremos es más fuerte que la creencia en que no llegaremos, eso nos anima a viajar, a minimizar los riegos, a creer que tomando las precauciones necesarias llegamos al final de nuestro viaje.

Prácticamente las creencias están en todos los aspectos de nuestra vida diaria aunque no seamos conscientes de ellas. No son más que una cualidad de nuestro cerebro humano, una cualidad que bien aprovechada nos es muy útil.

Cada sociedad, cada época tiene sus creencias, si nos preguntáramos por la lógica de muchas de ellas llegaríamos a la conclusión de que no tienen ninguna lógica, que simplemente las aceptamos por que así nos lo han contado otras personas, por que así lo cree la sociedad en que vivimos, y por que así nos sentimos integrados en ella. Además de ser seres individuales, también somos seres sociales y necesitamos que nuestras ideas y creencias sean aceptadas por esa sociedad en la que vivimos. Una de las recompensas más grandes que podemos sentir es ver que somos aceptados, respetados en nuestras creencias y nuestras ideas, en sentirnos miembros útiles de esa sociedad.

Nuestro cerebro esta diseñado para generar creencias, esa es una cualidad biológica sobre la que no tenemos control. En realidad le da igual generar creencias lógicas que generar creencias absurdas.

Será con el tiempo, la madurez, el estudio, la forma personal de ser, la sociedad que nos rodea, la época que nos ha tocado vivir, nuestras experiencias vitales, nuestros intereses, los que irán seleccionando poco a poco cuales de esas creencias perviven y cuales se desechan. Cuales de esas creencias pasaran a formar parte de nuestra verdad, y cuales de ellas las declararemos como mentiras. En realidad a nuestro cerebro le da igual generar verdades que mentiras, incluso parece que a veces disfruta más generando y aceptando inmensas mentiras que buscar por sí mismo las pequeñas verdades.

Lo que soporta mal es la duda, ante la duda se rebela, ante la duda genera teorías, fantasías, crea seres tan perfectos que por su propia perfección no pueden existir, crea seres monstruosos, crea seres con poderes infinitos, genera hipótesis, unas lógicas y otras ilógicas, con el tiempo deslindará unas de otras, aunque no siempre ocurra así, a veces parece más reconfortado y premiado por una mentira inmensa que por una verdad pequeña, pero si puede rechazar la duda la rechazará.

Necesita tener certezas, no siempre le importa que la certeza sea lógica o no, lo que le importa es poder rechazar la duda. Por eso es tan sencillo que los demás nos engañen, por eso es tan sencillo que nos engañemos nosotros mismos.

Basta con que los demás nos muestren, junto con la mentira que quieren transmitirnos, la lógica que pueda convertirla en verdad, y si además esa mentira nos interesa tiene muchas posibilidades de convertirse en verdad en nuestro cerebro.

Tan irracional es creer en Dios, como creer en espíritus, tan irracional es creer en brujas, como creer en milagros, tan irracional es creer en el karma, como creer en las reencarnaciones. No hay ninguna evidencia de ninguna de ellas, no hay ni siquiera indicios de que sean ciertas.

Pero muchas personas prefieren creer en esas cosas, no les importa lo racional o irracional que pueda ser, lo importante es que despeje las dudas de su cerebro, que les de seguridad, que les marque unos principios sobre los que basar su vida.

A nadie le interesa creer que todo acabará cuando muera, a todos nos interesa creer que algo de nosotros quedará después que nuestro cuerpo desaparezca, por eso las creencias que más éxito tienen son aquellas que nos proporcionan un alma inmortal que de una forma o de otra se perpetuará para siempre. No importa si es verdad o mentira, lo que importa es creer en esa idea porque es la que mejor defiende nuestros intereses.

Tras las creencias en Dios o en dioses, tras las creencias que defienden las reencarnaciones, tras las creencias que defienden el alma como algo eterno, no se esconden más que nuestros intereses, por eso tienen tanto éxito.

Por eso dudo mucho que el ateísmo llegue a tener éxito algún día, pienso que siempre será de minorías, el ateísmo priva a la persona de la eternidad, y del premio eterno que las religiones le brindan. En el fondo a nuestro cerebro le da igual creer que no creer, pero creyendo encuentra el enorme consuelo de pensar en el premio eterno, y además el premio permanente de estar aceptado e integrado en una sociedad que piensa y cree lo mismo que él.

Solamente aquellas personas que anteponemos “nuestra verdad” a esos premios tan reconfortantes que da la sociedad y la vida eterna nos denominamos ateos.

Preguntadle a algún creyente que pasaría si no tuviera la certeza de la vida eterna, sin ella su fe se desmorona. Tiene, necesita imperiosamente creer en el premio eterno para poder seguir creyendo en lo que cree. Ni siquiera le importa que sea verdad o mentira, le es suficiente con el premio que le proporciona su cerebro al saberse integrado en una sociedad que cree lo mismo que él. Por eso no se hace preguntas, sabe que si empieza a hacerse preguntas pudiera descubrir que tras la aparente verdad única y eterna no hay más que una inmensa mentira.

Por eso un cristiano no se encuentra a gusto entre creyentes de Alá, por eso un islámico no se siente a gusto entre cristianos, sabe que su verdad es permanentemente cuestionada por la sociedad que le rodea, comprende que sus verdades únicas y eternas, no son verdades más que en determinados ambientes y rodeado de personas que creen lo mismo que él. La verdad, para que sea verdad debe ser compartida, si no lo es, pierde la cualidad que la convierte en verdad. Una verdad permanentemente cuestionada tiene muchas posibilidades de convertirse en mentira a corto plazo.

De ahí nace la necesidad de los ritos, de las oraciones, es necesario reunirse con los que creen lo mismo que nosotros para reforzar esa verdad y mantenerla viva. Obviamente cuando en estos párrafos me refiero a la verdad, me estoy refiriendo a la verdad religiosa, no a la verdad científica, no a esa que se repite siempre, que está suficientemente contrastada y que cuando no se repite lo consideramos una rareza o excepción.

Pero nuestro cerebro esta preparado para creer, es una imposición biológica, todos creemos en algo. Todas las sociedades y en todas las épocas los hombres hemos creído en algo, por muy absurdo que nos parezca visto desde nuestra posición actual.

Tan absurdo como les parecerá a los hombres del futuro pensar en nosotros, y en nuestra sociedad como creyente en un dios llamado Dios. Pero a su vez ellos tendrán sus propias creencias impuestas por la biología de sus cerebros humanos.

El problema no está en creer, todos creemos, todos creeremos mientras nuestro cerebro humano no evolucione, el problema está en lo que se cree.


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