Las neuronas más pequeñas para los grandes sonidos

Sus neuronas hacen más por usted de lo que imagina. Estas células nerviosas, protagonistas de nuestro mundo interno, organizadoras de nuestra relación con el medio y directoras de la actividad cerebral nos ayudan, además, a distinguir cuál de nuestros compañeros nos habla, los truenos que asustan al perrito y el susurro típico de los chismes y cuentos clandestinos entre amigos. Ahora, una nueva función ha sido confirmada de forma contundente y con una impresionante técnica. Un equipo en el laboratorio consiguió grabar el sonido de un grupo de neuronas cuyas funciones eran hasta ahora desconocidas, ni siquiera se sabía si llevaban información al cerebro.

Entremos al oído. Bien adentro, en la cóclea, neuronas se encargan de enviar sonidos al cerebro. Un primer grupo, apropiadamente llamado tipo I, conforma el 95 por ciento de todas las neuronas de sonido, son grandes y ruidosas células y transportan casi todos los estímulos sonoros que recibimos del mundo exterior. El estudio de estas neuronas ha aportado casi todo el conocimiento que tenemos hoy sobre cómo funciona la audición.

Ahora bien, otro grupo de neuronas, tipo II, que supuestamente también llevan sonidos al cerebro, siempre ha sido objeto de debate ya que se desconocía si verdaderamente era ésta su función y qué clases de sonido entraban en su especialización.

Ahora, un nuevo estudio publicado en el diario británico Nature explica el procedimiento llevado a cabo por un equipo científico en el Instituto Médico John Hopkins. Los investigadores lograron, por primera vez, medir y grabar la actividad eléctrica de estas neuronas en esa diminuta estructura dentro de nuestros oídos que parece un caracol. Los resultados confirman que estas células sí transportan sonidos al cerebro, de hecho, estas raras y pequeñitas neuronas se encargan de los sonidos más fuertes, como las alarmas de carros o las explosiones; de hecho, de todas esas resonancias que consideraríamos traumáticas y hasta dolorosas.

“Nadie nunca pensó que grabar la actividad de estas células sería posible. Lo único que sabíamos de este tipo II de neuronas es que se encontraban allí, ahora por lo menos conocemos algo de lo que hacen y sobre cómo lo hacen”, explicó Paul A. Fuchs, director del Centro para Biología Sensorial en el Hopkins. “Nuestros resultados muestran claramente que contrario a las neuronas tipo I que se activan hasta con los sonidos más tenues e imperceptibles que escuchamos y que se saturan tan pronto estos ruidos se tornan cada vez más fuertes, a las tipo II hay que darles con un sonido extremadamente fuerte para que se exciten y reaccionen”.

La carreta del glutamato

El glutamato es un neurotransmisor que goza de la popularidad de Madonna. Su presencia es requerida por todo el sistema nervioso central, sin embargo, es bastante tóxico y una sobredosis es letal para las neuronas que lo usan. Las tipo II responden al glutamato liberado por las células en los pelitos que se encuentran en el oído interno. La función del neurotransmisor en esa instancia es excitar a estas neuronas para que envíen la información sonora desde la cóclea hasta el cerebro. Lo que ocurre es que estos dos grupos de neuronas, I y II, producen unos filamentos largos o axones, que corren hacia el cerebro y hacia los pelitos sensoriales del oído. La gran diferencia entre los dos tipos es que en  las primeras, cada célula crea uno de estos ligamentos que va y se adhiere a uno de los pelitos en un punto en específico, pero en las segundas, esas proyecciones celulares se conectan a docenas de esos pelillos celulares y en distancias realmente alejadas. Para los investigadores, es realmente contraproducente que las neuronas que menos estímulos reciben son las que están más conectadas. “Sorprendentemente, si reunimos todos los contactos de estas células pequeñas tipo II y medimos la información recibida, no llegaría ni a la mitad de la cantidad de datos que maneja una de las neuronas tipo I con tan sólo un único contacto”, explico Fuchs.

Estímulos varios para el oído interno

En el laboratorio, el equipo investigador utilizó ratoncitos de una semana de nacidos. La neurocientífica Catherine Weisz aisló y desprendió tejido vivo y suave de las frágiles cócleas de estos ratoncitos. Luego, guiada por un poderoso microscopio, la investigadora tocó con electrodos las diminutas puntas nerviosas debajo de los pelos celulares sensoriales. La científica jugó con distintos tipos de estímulos para detectar cuáles excitaban a estas neuronas, una vez lo conseguía, medía y grababa las señales eléctricas de esta actividad lo que les permitió analizar luego los resultados dentro de estas fibras celulares del tipo II.


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