Neurología. Mediante un cambio en el condicionamiento clásico de Pavlov realizado en ratas de laboratorio, científicos han descubierto la relación entre dos sistemas de recompensa en el cerebro donde la corteza orbitofrontal tiene el trabajo de vincular objetos abstractos, como el dinero, con premios específicos, carros o viajes.
Con el objetivo de comprender lo que ocurre en nuestros cerebros, los investigadores recurren a sistemas menos complejos que los humanos, es decir, nuestros compañeros del reino animal. En estos órganos más simples, las conductas se ven representadas, más que por pensamientos abstractos, por acciones concretas relacionadas directamente con la necesidad. No obstante, las cosas son más complicadas cuando analizamos el cerebro del Homo sapiens donde los mecanismos que nos dan placer son más sutiles que un buen pedazo de pastel o la sensación de un orgasmo.
Mediante el uso de ratas, neurocientíficos han logrado comprender un poco mejor el pensamiento abstracto humano. Los investigadores han explicado que dos sistemas en el cerebro se encargan de mostrarnos el camino hacia lo que se siente bien. “Los animales poseen un sistema de recompensa que se enfoca en un resultado en específico, este sistema a su vez se conecta a otro más general que nos deja saber qué se siente bien. Si entendemos cómo estos dos sistemas interactúan comprenderemos por qué fallan, como cuando aparecen las adicciones y no podemos controlar nuestra voluntad”, explicó para el diario científico Nature el neurocientífico Jeoffrey Schoenbaum, de la Universidad de Maryland en Baltimore.
Los investigadores se preguntaban, por qué el dinero nos pone tan felices si no podemos comerlo ni nos puede embarazar. En otras palabras, cómo nuestro sistema de recompensa recibe felicidad de estímulos indirectos y cuál es el camino neuronal que describe ese sentimiento de contentura cuando recibimos un merecido (o inmerecido) aumento salarial.
“La gente no siempre anda buscando recompensas primarias como el alimento y el sexo, cosas que caracterizan a los demás animales, sino que buscamos apoderarnos de otras cosas que nos llevan allí indirectamente, que ofrecen una felicidad por medio de la abstracción, como el dinero”, dijo Schoenbaum.
Esta complejidad humana hace que planeemos nuestras conductas con objetivos a largo plazo, como trabajar duro para comprarnos un carro o irnos de viaje. “Lo que deseábamos hacer durante el experimento era conseguir separar los dos sistemas, el cognitivo (orientado a alcanzar metas) y el general (completamente emocional). Para alcanzar nuestra meta elaboramos una variación del método clásico de condicionamiento de Pavlov”, explicó.
Los investigadores describen el objetivo del experimento como separar los pensamientos de Homero Simpson y seguir el camino que toma cada uno en su cerebro, en otras palabras, es tomar la reflexión, “¡mmmmm, donas!” y separarlas en una expresión de placer general que es “¡mmmm!” y otra específica sobre el estímulo, “¡donas!” Luego se distinguen ambas en regiones diferentes del cerebro. Glenys Álvarez
Una variación del clásico de Pavlov
Es posible que conozca el famoso método pavloviano. Un estímulo externo se relaciona con una recompensa hasta que el animal aprenda a vincular el estímulo con el premio, aún en su ausencia. Los perros de Pavlov salivaban cada vez que escuchaban una campana porque esperaban ya el alimento. Pues bien, los científicos enseñaron a las ratas a relacionar una luz con uvas y otra luz de un color diferente con guineos. Después, correspondieron sonidos con la luz: se encendía la luz y un sonido en particular era transmitido junto a la uva. Las ratas ignoran el sonido porque no lo relacionan con la uva. Pero después, cuando encendieron la luz que lleva a la banana, añadieron un sonido y cambiaron el premio, en vez del guineo salía una uva. Aquí, el sonido significa nueva información, a las ratas les gustan ambas frutas pero el sonido les decía algo sobre los detalles del sabor que recibirían.
El policía en la corteza orbitofrontal
Todas las ratas en el experimento aprendieron a relacionar tanto la luz como el sonido con una rica recompensa, no importa el sabor. De hecho, las ratas presionaban una barra para que se encendiera la luz o para escuchar el sonido, no importaba ya si el premio salía o no. Sin embargo, los roedores con daños en la corteza orbitofrontal, un área relacionada con la toma de decisiones que se encuentra en la parte frontal del cerebro justo encima de los ojos, no hicieron nada para escuchar el sonido, sólo les interesaba encender las luces que habían relacionado con un resultado general y positivo; lo específico, como el sonido que diferencia el sabor, no les interesaba. “Es un experimento brillante que nos enseña a distinguir los sistemas de recompensa en el cerebro, es una disección inteligente sobre cómo los mecanismos que asocian a los estímulos con premios también se convierten en recompensas”, expresó Trevor Robbins, neurocientífico de la Universidad de Cambridge.
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