Las celebraciones de la semana santa se han encargado de fijar en la mente de las gentes los eventos de los últimos días de Jesús, según como los narran los evangelios. Según la historia oficial hubo una entrada triunfal en Jerusalén, luego una última cena, la traición de Judas, el juicio ante Pilatos, la crucifixión, y luego el domingo la resurrección.
El cristianismo enseña que el acto de martirio de Jesús era parte del plan de salvación de la humanidad. Solo con el derramamiento de sangre y el sacrificio del hijo de Dios, que es también Dios (¿?), se podría salvar al ser humano.
¿Salvarnos de qué?
Salvarlo de la muerte eterna. En el cristianismo el sacrificio de Jesús es necesario para garantizar el acceso de los humanos a Dios. Por ello es posible que la gente buena al morir vaya al cielo (según la doctrina católica y evangélica), o que pueda ir al cielo después de una resurrección futura que se dará tras la segunda venida de Jesús (según la doctrina adventista y otras).
Asumiendo que hay un cielo tras la muerte ¿cómo lo saben? Toda la doctrina es un cheque en blanco en el que no hay forma de comprobarlo. Algunas personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte han descrito un túnel de luz. Hoy sabemos que esa experiencia se debe a una caída en los niveles de oxígeno en el cerebro, que conllevan a estas experiencias que pueden ser catalogadas como místicas. Y de la muerte nadie ha regresado para decirnos si el dogma es cierto o falso.
Acceder a la salvación incluye adherirse al credo. Lo que llaman “aceptar a Jesús”. Creer que Jesús murió por nuestros pecados. Claro está, que este plan deja muchas cosas de lado ¿y qué ocurre con los chinos y aborígenes australianos que nunca oyeron hablar de Jesús? ¿Por qué un ateo, judío o agnóstico que sea bueno no puede acceder a la salvación simplemente siendo bueno, y no haciendo una declaración de fe de algo de lo que no hay evidencia o que no hizo parte de su tradición cultural?
Claramente parece que el imperativo de aceptar un dogma como requisito para la salvación es un anzuelo que favorece la dispersión del cristianismo. Como contraataque los cristianos dicen que es mejor aceptar a Jesús. ¿Qué pierdes?, dicen, en cambio si el incrédulo se equivoca pierde la vida eterna y se va al infierno. Este argumento, conocido como la apuesta de Pascal, se cae si lo examinamos de cerca. ¿Y qué tal que los cristianos esten errados, el islam sea la religión correcta y se condenen por decir que Jesús es Dios, algo que prohibe expresamente el Corán?
¿Y si nos salvaron cuándo fue que nos perdimos?
El cristianismo formula que fueron los primeros humanos de la narración bíblica, Adán y Eva, quienes al desobedecer a Dios fueron expulsados del paraíso, y condenados a envejecer y morir, y no solo ellos sino toda la estirpe humana.
Dice la Biblia en la epístola a los Romanos: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”
A lo anterior añade el catolicismo que todos los humanos nacemos con una mancha de “pecado original” una especie de culpa hereditaria de la que solo se salvaron Jesús y su madre María. Pero aquí el dogma choca con la realidad histórica. Nunca hubo Adán y Eva, así que tampoco hubo una serpiente tentando a Eva a comer un fruto prohibido por Dios, ni expulsión de paraíso ni castigo a la mujer haciendo dolorosos sus partos. Adán y Eva son un mito.
El registro fósil nos muestra que la muerte siempre ha existido a la par de la vida, y que la extinción ha sido paralela a la evolución de nuevas especies. Nuestros antepasados australopitecos envejecían y morían. El dolor del parto fue fruto de la evolución de un cerebro más grande junto con la postura bípeda que puso el canal de parto mirando hacia abajo. Los australopitecos no tuvieron partos dolorosos, no tanto por un castigo divino, sino porque sus crías nacían con cerebros más chicos que los nuestros.
Las explicaciones teológicas dejan por fuera un dato inquietante. Dicen los cristianos que tras el pecado original entró la muerte al mundo. Pero, ¿porqué también condenar a muerte a las plantas y animales? ¿Qué mal hicieron ellos? ¿Es esto justo? ¿Dónde queda la misericordia de Dios?. De nuevo la ver el registro fósil sabemos que la muerte de los organismos, la depredación y el aprasitismo surgen en la lucha por la existencia, afinándose por la selección natural. El gorrión que muere en garras de un halcón no es culpa de Eva o de los caprichos castigadores de Yavhé sino de la naturaleza.
Claro esta, que los primeros teólogos cristianos no sabían nada de los orígenes reales de nuestra especie, y creían a pie juntillas la historia de Adán y Eva, con su pecado original. Pero, sin pecado original ¿para qué salvación? O en otras palabras, ¿Jesús se sacrificó en la cruz por el pecado inexistente de una pareja mítica? Si aceptamos los orígenes reales de nuestra especie, como lo hacen muchos católicos, basta preguntar ¿murió Jesús también por los neandertales? ¿Hay neandertales y “sinantropos” en el cielo?
¿Y por qué ese plan de salvación?
También cabe preguntarnos por qué era necesaria la tortura y sacrificio de un inocente por toda la humanidad. Los cristianos sin duda responderán mencionando Hebreos 9 que dice que “sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. El pasaje de los hebreos recuerda como en el Viejo Testamento el dios Yavhé ordenaba sacrificios de corderos, tórtolas, chivos, toros, etc., para expiar los pecados del pueblo. Pablo, autor de la epístola a los romanos muestra a Jesús siendo sacrificado como un cordero por toda la humanidad.
Pero lo anterior no responde al porque. Salvo que se estipule que esta es la voluntad de Dios. Una voluntad de hecho cuestionable. Primero que todo ¿para que esa masacre de animales por los pecados cometidos por los humanos? ¿Qué culpa tenían los animales? ¿Dónde está el sentido de compasión por los inocentes, en este caso los animales? Segundo, ¿No le bastaba con simplemente decir los perdono y ya? ¿O simplemente darle la salvación a los que se arrepintieran de sus faltas, resarcieran el mal y fueran mejores personas sin tener que hacer una crucifixión sangrienta? Igual si él es el que pone las normas ¿por qué no lo hizo?
Dicen los cristianos que el sacrificio de Jesús es el rescate de Dios a la humanidad. Suena como un intercambio en una escena de secuestro, en la que se envía a alguien para que se libere a un secuestrado. Pero ¿Quién sería el secuestrador? La respuesta cristiana es: el diablo.
Diablo que por cierto Dios mismo no destruyó cuando se rebeló, y que permitió que tentara a Adán y Eva. Si Dios ya lo tiene predestinado para ser destruido –según el Apocalipsis— ¿por qué no lo destruyó antes de que tentase a Adán y a Eva? Toda la humanidad estaría viviendo ahora mismo en el paraíso, y nunca tendría Jesús que venir a ser clavado en una cruz.
La teología cristiana está fundada sobre absurdos que no resisten un análisis lógico.
¿Murió por nuestros pecados?
Pero a la teología cristiana le espera otro golpe con la lógica. Sucede que los eventos más celebrados por los católicos: el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesús son precisamente los que menos evidencias históricas tienen. Si es que alguno lo tiene.
En cuanto a la historia de la navidad, este aspecto ya se analizó en otro artículo de Sindioses.org
Respecto a la muerte por crucifixión y su resurrección resulta sorprendente que ningún historiador contemporáneo independiente narre los hechos finales de Jesús, así como otros más espectaculares asociados a este como que hubo un gran terremoto cuando Jesús murió (Mateo 27:51), que el cielo se oscureció (Mateo 27:45), que el velo de templo judío se rasgo, o que tras la resurrección de Jesús hubo otras resurrecciones.
En los documentos históricos contemporáneos o un poco posteriores a la época de Jesús solo lo mencionan cuatro: Flavio Josefo, Plinio el Joven, Suetonio y Tácito. El primero lo cita en la obra Antigüedades Judaicas, pero el único pasaje que lo menciona es tardío y muy probablemente añadido por cristianos.
En este pasaje supuestamente Josefo dice “Él era Cristo. Y cuando Pilatos oyó que era acusado por nuestros gobernantes, lo condenó a la cruz. Aquellos que lo habían amado desde el principio no perdieron la fe en él, y él apareció ante ellos, redivivo, el tercer día, porque los profetas habían previsto esta y otras mil maravillas sobre él”. Algo difícil de creer que viniese de Josefo porque según narra Orígenes, padre de la Iglesia y conocedor de la obra de las Antiguedades judaicas en el siglo III, Josefo no reconocía a Jesús como Mesías, algo de lo que él se lamentaba.
Así que el parrafito de la obra de Josefo en el que este acepta la resurrección de Jesús fue añadido muchos años después de escrita la obra original. También Clemente de Alejandría, anterior a Orígenes comenta que Josefo no dijo “nada de las cosas maravillosas que hizo el Señor”.
De los otros historiadores, Plinio el Joven habló genéricamente de los cristianos. Suetonio no dice nada de los hechos de la vida de Jesús, solo Tácito dice que “Cristo, de quien toman el nombre, fue condenado por Poncio Pilatos, procurador de Judea durante el reinado de Tiberio”. Pero Tácito no consultó sus fuentes. Él se limita a repetir lo que dicen los cristianos. Si Tácito hubiera consultado sus fuentes habría encontrado que Pilatos no fue procurador sino prefecto.
Yéndonos a los evangelios se nota que los primeros de ellos no mencionan nada de la muerte de Jesús, ni de su resurrección. De los cuatro evangelios, los de Mateo, Marcos y Lucas muestran grandes similitudes. Los estudiosos han concluido que Marcos es la fuente de Lucas y Mateo. La fuente de Marcos es llamada la fuente Q (del alemán Quelle = “fuente”) y estos primeros escritos no llaman a Jesús como Cristo (que significa Mesías), ni hablan de su muerte y resurrección.
Es altamente probable que Jesús, de haber existido, fuera un predicador más de los de su época, quizás predicaba el amor al prójimo en lugar del “ojo por ojo y diente por diente”. Jesús no fundó religión alguna, y si llegó a morir ejecutado poco tenía en mente de ofrecerse en sacrificio por la humanidad. De haber sido esto así, bien le faltó a la Biblia o al Espíritu Santo haber especificado un capítulo claro sobre el plan de salvación para que después no hubiese tantas sectas que difieren en si la salvación es por obras o por la fe, católicos y luteranos ejemplifican ambos casos, o si la recompensa del cielo será tras la muerte o después de un segundo advenimiento, como en el caso de católicos y adventistas respectivamente. También tan valiosas aclaraciones habrían evitado que hubiese ateos que dudan de toda la farragosa teología cristiana.
¿Dónde están los textos de los historiadores romanos hablando del terremoto en ese día de pascua y de la oscuridad que duró desde la hora sexta hasta novena? ¿Pudieron los historiadores haber dejado pasar una oscuridad de tres horas y un terremoto ocurridos el mismo día como si nada? ¿Y después nos preguntan que por qué no creemos?
Según cuenta Earl Doherty, en “¿Acaso no hubo un Jesús histórico?” en sus comienzos el cristianismo se refiere como “Salvador” no al nombre de un individuo humano sino (como el término Logos) a un concepto: una figura divina, espiritual, quien es el mediador de la salvación de Dios. “Cristo”, la traducción griega del “Mesías” hebreo, es también un concepto, significando el Ungido de Dios (aunque enriquecido por mucha connotación adicional). La creencia en alguna forma de Salvador Ungido espiritual —Jesús Cristo— estaba en el aire. Pablo y la hermandad de Jerusalén eran simplemente una corriente de este fenómeno ampliamente diseminado, aunque una importante y finalmente muy influyente. Más tarde, se añadirían a la persona de Jesús hechos milagrosos alrededor de su nacimiento, los milagros y la resurrección, creando un personaje que luego seria llevado a todos los rincones del imperio romano.
Afirmar que una religión puede nacer de hechos falsos no es una exageración. Basta ver como José Smith logró convencer a unos pocos, inicialmente en el siglo XIX, que Jesús había venido a América y que había existido toda una historia de unos pueblos llamados lamanitas y nefitas en América. Hoy los seguidores de esta doctrina, los mormones, son 14 millones en el mundo, de los cuales 1.300.000 viven en México. Una nación en la que nunca José Smith predicó.
Miles de personas son creyentes de la Cienciología, una doctrina creada por un escritor de ciencia ficción, L. Ron Hubbard, quien no obstante ser conocido como escritor de historias irreales logró encontró fieles para su religión que incluye a un emperador intergalactico llamado Xenu. ¿Por qué entonces habría de extrañarnos que entre el siglo I y II se fabricase la doctrina de un mesías que murió por nuestros pecados?
En medio de todo el absurdo de la teología cristiana encontré un versículo que es 100% veraz: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.” (1 Corintios 15:14)
Ahí lo tienen. Lo cierto es que no hay evidencia histórica de la resurrección de Jesús, ni que el sea mesias ni que haya fundado una religión o especificado en detalle un plan de salvación. Los escépticos solemos recordar las palabras de Carl Sagan cuando citó la frase “Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias” [1]. Así pues la invitación es examinar críticamente las creencias y exigir pruebas antes de aceptarlas. La creencia ciega solo beneficia a los traficantes de la fe. Por el momento seguiré dudando.
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