Uno de tantos capítulos de la Biblia, trata sobre una de las imposibilidades físicas más notables en la historia de la religión. Dejemos de lado la improbabilidad de que haya habido supuestamente resurrecciones como la famosa conferida a Lázaro. No importa que el tiempo en que el cuerpo haya permanecido en su estado final de rigor mortis no haya ocasionado algún tipo de atrofia muscular visible posterior a la resurrección, ni que el cerebro haya permanecido sin oxigenación por un tiempo tan dilatado, ocasionando taras irreversibles. Tampoco es de consecuencia la cantidad de células muertas en el cuerpo, ni la necrotización de la sangre en los vasos sanguíneos o el estado de degradación que tendrían articulaciones, masa cefálica y demás órganos internos. A pesar de todo, habrá quienes defiendan esta historia argumentando que Dios habría restaurado en su totalidad el cuerpo de Lázaro.
Pero la historia que se lleva la palma, no es la división del mar rojo por Moisés, ni la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra. Tampoco lo es el Diluvio; se trata de la historia más absurda en todo el libro, la batalla de Josué y su orden de detener el Sol sobre Gideón, y la Luna sobre el valle de Ajalón.
Evidentemente, lo primero que se infiere en esta historia, es la creencia de que el Sol gira alrededor de la Tierra, cuando todo el mundo sabe que es la Tierra la que gira alrededor del sol. Resulta increíble además, que Dios omnisciente, desconociera esa información. Probablemente no tenía acceso a buenos telescopios, por tanto, cuando redactó su biografía en la ahora famosa Biblia, olvidó checar sus apuntes, para no obviar el detalle de que era la Tierra la que giraba alrededor del sol, y no al revés.
Por supuesto que esta historia haría dudar de la veracidad de la Biblia a la gente verdaderamente sincera, dejando de lado el fanatismo y fundamentalismo. No obstante, hay gente actualmente que defiende esta parte de las escrituras porque es palabra de Dios, y de ella no se debe dudar. Aducen que esa parte de la Biblia fue un agregado posterior hecho por malos traductores, o un agregado ad veredictum, no verificable pero implícito únicamente para demostrar el poder de Dios. Si es así, si esta parte de la Biblia debe interpretarse de manera no literal, ¿por qué no el resto de la obra debe interpretarse de similar forma?
Pero los hay quienes dicen, incluso, que Dios en realidad había detenido la rotación de la Tierra, y que fueron los que presenciaron la batalla, quienes agregaron esa información a la Biblia posteriormente, dado que estaban sobre la superficie de la Tierra, a ellos les parecía que era el Sol el que se detenía, y no la Tierra.
Veamos ahora por que esto es doblemente imposible: En primer lugar, está la cuestión de la inercia. Supongamos que, efectivamente fue la Tierra la que detuvo su finisecular movimiento de rotación. La imagen del fenómeno que parecen estar pensando los más violentos detractores de esta idea sería la que puede contemplarse en la versión cinematográfica del relato de H.G. Wells titulado “El hombre que podía hacer milagros”: La Tierra detiene milagrosamente su rotación, pero a causa de un descuido, no se toman precauciones previsoras sobre los objetos no anclados sólidamente a la superficie del planeta, de manera que siguen moviéndose como de costumbre, y en consecuencia, abandonan la Tierra a una velocidad alrededor de los 1,650 kilómetros por hora. No obstante, es inmediato constatar que una deceleración gradual de un orden aproximado de los 10-2 g, puede producirse en un período de tiempo inferior a las 24 horas. Por tanto, no saldría nada volando por los aires y seguiría conservándose a la perfección incluso las estalactitas y otras formaciones geomorfológicas similares, pero nunca de manera instantánea como nos relata la historia de Josué.
Tómese en cuenta una consecuencia de la conversión de la energía, de la que tanto hacen mención los defensores del creacionismo, pero aun poco comprendida por éstos. En la historia de Josué, el detener la rotación de la Tierra requeriría convertir una forma de energía en otra distinta, precisamente por la misma conservación de esta. Detener la rotación de la tierra convertiría la energía de rotación en energía calorífica, de manera que nuestro planeta podría fundirse en una gigantesca bola de magma incandescente al hacer esto. Sin embargo, la energía necesaria para detener la rotación de la tierra de acuerdo a nuestro escenario anterior de 24 horas, no sería suficiente para provocar la fusión del planeta, aunque tal aportación energética si iba a traducirse en un incremento de la temperatura perfectamente apreciable; el agua de los océanos alcanzaría el punto de ebullición, fenómeno que parecen desconocer todos los defensores de la Biblia.
Con todo, no son estas las objeciones más serias que cabe plantear a la exégesis que nos ofrece la historia de Josué. El problema más serio quizás se ubique en el otro extremo del relato. Más exactamente; ¿cómo pudo la Tierra emprender nuevamente su movimiento de rotación a una velocidad de giro aproximadamente idéntica? Desde luego, no pudo hacerlo por si sola a causa de la Ley de la Conservación del momento angular. Y sin embargo, los escritores de ese capítulo de la Biblia ni siquiera parecen haberse percatado de que ahí había un problema, y no pequeño, a resolver.
Por otro lado, no hay registros en otras culturas que atestigüen la prolongación del día o de la noche durante ese período histórico. Sociedades que dependían de la astronomía como la china o la mesoamericana no hacen ningún tipo de alusión a semejante fenómeno. Y me refiero a personas que utilizaban la astronomía para sobrevivir, no como un mero pasatiempo. Estoy seguro que si la Tierra se hubiese detenido para poder concluir la campaña militar de Josué exitosamente, este fenómeno hubiese sido detectado por otras sociedades en todas partes del mundo. Hay personas que aseguran que en los registros de las culturas euroasiáticas y del próximo oriente hablan de una prolongación del día, pero lo que no toman en cuenta es que este fenómeno va relacionado con la presesión de los equinoccios, y es paulatino. Además, desde tal perspectiva, no existiría explicación a las informaciones recogidas en México. Creo pues que este punto deja de lado o en el olvido sus propios argumentos validadores extraídos de los escritos de la antigüedad.
Después de esto, y de las otras pruebas expuestas a lo largo de esta breve exposición, me pregunto, ¿habrá todavía gente que defienda esta historia en particular? Y si es así, ¿lo harán más por temor a contravenir lo escrito en un libro? ¿por inercia social? o ¿por algún tipo de daño en el lóbulo frontal del cerebro generado por la continua exposición a mitos y leyendas?
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