La Iglesia Católica ha sido la religión occidental más importante en los últimos dos mil años, y además la más influyente en la política, la moral, y en general, en la totalidad de la vida privada de millones de personas. Muchos personajes cerrados de mente han pasado por las filas del catolicismo, impidiendo así el avance científico y la libertad plena a la que todos tenemos derecho, e imponiendo dogmas retrógrados a la fuerza (aunque estos se contradigan con la naturaleza y aún con su propio libro “sagrado”).
Muchos personajes de estos han existido, pero uno en especial merece la atención de este análisis: San Agustín de Hipona.
San Agustín, aquel personaje considerado por la Iglesia Católica como santo, utilizó estas palabras para referirse a la curiosidad:
“Existe otra forma de tentación; aún más cargada de peligro. Esa es la enfermedad de la curiosidad. Es ella la que nos impulsa a tratar de descubrir los secretos de la naturaleza; esos secretos que están más allá de nuestro entendimiento, que no nos proporcionarán ninguna ventaja, y los cuales el hombre no debería desear aprender”
Imagínense qué tipo de conversación habría resultado entre Ud. y el dichoso San Agustín; una conversación aburrida, autoritaria y sin admisión de preguntas libres. Discutir con él acerca de religión o de metafísica, habría sido imposible por dos razones: la primera tiene que ver con lo anteriormente dicho; la segunda responde al hecho de que en su tiempo, San Agustín dedicaba parte de su tiempo a condenar como herejes (y por lo tanto, condenar a muerte) a toda persona que creyera cosas diferentes (o no creyera en absoluto) a lo que mandaba la Iglesia Católica.
Imagínese el lector, ¡qué tipo de mente podía proponer la supresión de la curiosidad humana! Es decir, ¿San Agustín creía de verdad que la curiosidad no proporciona ninguna ventaja en la vida? ¿Lo hacía? ¿O solamente utilizaba estas palabras de acuerdo a sus conveniencias y a las conveniencias de las autoridades eclesiásticas?
Tal parece que es lo último lo que ha movido a todos los personajes que desfilaron por los pasillos del catolicismo. No se puede creer que una persona desee de verdad anular una virtud tan importante en la vida como la curiosidad. O me diría San Agustín que él nunca sintió curiosidad acerca del carácter y naturaleza de Dios, o curiosidad por lo que la gente pensaba o por qué lo pensaba, o curiosidad por conocer más de su mundo (aunque sea a la manera religiosa, es decir, subjetivamente).
Sin la curiosidad humana, no habría existido avances en ciencia ni en ninguna otra materia, ya que es la curiosidad misma lo que impulsa al humano a aprender cosas nuevas y a hacer de su vida personal algo interesante y enriquecedor. Por supuesto que no me refiero a la curiosidad por lo que hacen las personas en su vida privada, ya que ese tipo de curiosidad tiene un nombre especial: chisme. Con curiosidad me refiero a nuestra capacidad y necesidad de aprender cosas nuevas, a nuestra capacidad de asombrarnos ante alguna nueva experiencia e ir más allá para conocerla y entenderla mejor. Este tipo de curiosidad es lo que motiva las vidas de las personas: la búsqueda por conocerse y entenderse a si mismos, por un lado, y conocer y entender la naturaleza, por el otro.
Sin curiosidad no hay conocimiento nuevo, y por lo tanto se logra un estancamiento del conocimiento, justamente lo que sucedió por aproximadamente mil quinientos años gracias a la acción de la Iglesia Católica.
Pero San Agustín no solo hizo comentarios acerca de la curiosidad humana, sino que habló prácticamente de todo lo que tenía que ver con el ser humano, aunque de manera claramente ignorante y despótica (como el Dios de la Biblia).
Su idea acerca de las mujeres era sorprendente para la mayoría de personas de hoy en día:
“Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones.”
Es decir, ¡qué machismo tan extremo el que se reflejaba en sus palabras! O sea, el buen San Agustín tenía la idea de que el hombre era el sabio, el iluminado, el que tenía derecho exclusivo a la educación y al conocimiento, y el gran inocente del espectáculo.
En otra de sus citas puede verse más de esta “ideología”:
“Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer… No alcanzo a ver qué utilidad puede servir la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir niños.”
Es decir, porque al “santo” de San Agustín (valga la redundancia), las mujeres le provocaban erecciones vergonzosas, se atrevía a menospreciarlas de esa manera tan machista e ignorante. Al parecer no se podía dar cuenta de que ninguna mujer se daba siquiera por enterada de sus erecciones, mientras le echaba la culpa a terceros ¡de un proceso fisiológico natural que acontecía en él mismo!
Por otro lado, el buen Agustín evidentemente no respetaba en lo más mínimo a las mujeres, a ninguna. No respetaba ni a su madre, ni a sus familiares mujeres, y en general, a ninguna mujer. ¡Decir que la mujer solo sirve para concebir hijos es un insulto no solo a las mujeres de su época, ni siquiera a las mujeres de todas las épocas, sino que es un insulto a toda la humanidad!
Pero yo me pregunto, ¿si las mujeres sólo servían para concebir hijos, entonces para que servía San Agustín? ¿Acaso le era permitido siquiera tener descendencia? Pues la respuesta es NO. Muy probablemente esta aversión explícita a las mujeres haya derivado de experiencias personales negativas, además de influencias y creencias comunes propias de la ignorancia de la época en cuanto a la naturaleza en general, en este caso, la humana.
Afortunadamente, nos encontramos en una época en la que el conocimiento que tenemos acerca de la naturaleza humana (aún imperfecto), nos ha permitido liberarnos de viejos y absurdos tabúes impuestos por las religiones, y nos brinda de manera notable un panorama diferente en cuanto a cuestiones morales y de nuestra propia naturaleza y nuestra posición en ella.
Ahora sabemos que tanto el hombre como la mujer pertenecemos a la misma especie: Homo sapiens, y llevamos una relación de horizontalidad mutua, a diferencia de la verticalidad dogmática idealizada por siglos principalmente alentada por la Iglesia Católica.
Según este concepto, no existe sexo débil ni inferior; únicamente existen algunas diferencias fisiológicas, morfológicas y anatómicas naturales, comunes a todos los seres vivos sexuales. Esto se denomina dimorfismo sexual. Así como los leones, los elefantes marinos, las arañas, el pavo real y otros animales, presentan diferencias de este tipo entre machos y hembras, el humano también las posee.
Ni el hombre es superior a la mujer, ni la mujer superior al hombre; cada uno tiene características y funciones propias. Así es como nos moldeó el proceso evolutivo. Por ello, nunca más debemos referirnos a la humanidad como “el hombre”, sino como “el ser humano”, que es una denominación más justa y más libre de prejuicios e ignorancia.
Pero obviamente San Agustín no sabía todas estas cosas que hemos aprendido mediante el conocimiento científico, por lo que debemos juzgar sus palabras e ideas según la forma de pensar de su época. Como dijo Stephen Jay Gould acerca de James Ussher, arzobispo irlandés, quien determinó que la Creación tuvo lugar el 23 de Octubre del año 4004 a.C.:
“Me dispongo a defender la cronología establecida por Ussher en tanto que un esfuerzo encomiable para su tiempo; y a argumentar que su pretendida faceta ridícula es fruto tan sólo de una lamentable pobreza de miras, nacida de nuestro hábito malsano de de juzgar un pasado lejano y distinto a la luz de criterios actuales.”
Pero evidentemente, el proceder de Ussher para llegar a esa conclusión fue científico, aunque la premisa de la que partió no lo fuera; mientras que San Agustín sólo se circunscribió al ámbito irracional de la teología. Así que, de todos modos, un poco de sentido común y de pensamiento racional, hubiera impedido a San Agustín, y a otros tantos, decir tantas barbaridades acerca de las mujeres, del sexo, del ser humano como vedette de la creación, etc.
No existen superioridades entre sexos, ni existe superioridad del humano sobre los demás seres vivos. Todos los seres vivos presentes en este planeta somos igual de evolucionados, ninguno es más evolucionado que otro ni superior a otro. Lo único que sucede es que cada uno ha seguido un camino propio evolutivamente hablando.
En su libro La Ciudad de Dios, San Agustín trata de explicar cómo fue la selección divina de las criaturas que debían entrar en el arca de Noé:
“De modo que no se crea que hubo allí los que carecen de sexo, porque estaba ordenado que fuesen macho y hembra; pues hay algunos animales que nacen de cualquiera cosa, sin haber unión de macho y hembra, y después se vienen a juntar y engendrar, como son las moscas, y otros en quienes no hay macho y hembra, como son las abejas.”
¿A qué se refiere San Agustín? A la generación espontánea. Como dije anteriormente, ¿para qué servía San Agustín? Dentro de la inspiración que Dios le daba, ¿no podía siquiera darle un poco de información nueva acerca de cosas elementales como que no existe generación espontánea? Resumiendo, si la mujer solo servía para tener hijos (según él), él no tuvo hijos. Mujeres 1 – San Agustín 0. Pero él servía para transmitirnos el mensaje de Dios ¿o no? Si existiese Dios, podría haberle dado información correcta y corregir sus errores y los de otros en cuanto a cuestiones naturales diversas. Pero, como lo que él llamó inspiración divina solo estaba dentro de su cabeza, entonces, podemos decir que no servía tampoco para tal tarea. Mujeres 2 – San Agustín 0. Aún bajo su propio pensamiento, las mujeres ganan.
Como podemos apreciar, muchos mitos y malinterpretaciones de la naturaleza han regido nuestra cultura durante siglos, pero está en nuestras manos liberarnos de ellos. Personajes como San Agustín han hecho gala de mucha ignorancia y poca curiosidad, hecho que ha tenido consecuencias terribles en cuanto al desarrollo científico y a los derechos humanos a lo largo de los últimos milenios.
Hoy podemos preguntarnos: ¿en verdad queremos seguir viviendo así? Confío en que la respuesta de la mayoría sería un NO rotundo.
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