Las barbaridades de la Biblia

Dentro de nuestra sociedad, cuando uno habla de moral y de sabiduría, uno de los primeros libros que se vienen a la mente es la Biblia. Usualmente se piensa en la Biblia como un libro lleno de moral absoluta, justicia, amor y enseñanzas sin igual. Sin embargo, cuando uno se aventura a leer la Biblia al detalle y más ampliamente, sin limitarse a lo que los sacerdotes o pastores nos dicen que leamos, el libro sufre una metamorfosis extrema: pasa de ser el libro de amor y sabiduría al libro de las barbaridades y la inmoralidad, o en el mejor de los casos, la falsa moral.

Por ejemplo, en Éxodo 32, 25-34 podemos ver una muestra de la actitud inmisericorde y vanidosa de Dios:

“Y viendo Moisés que el pueblo estaba desenfrenado, porque Aarón lo había permitido, para vergüenza entre sus enemigos, se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres. Entonces Moisés dijo: Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre vosotros. Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado. Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito. Y Jehová respondió a Moisés: Al que pecare contra mí, a éste raeré yo de mi libro. Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado.”

Lo primero que podemos ver es la actitud vanidosa y ególatra del dios bíblico, pero lo más chocante y la actitud más inmoral que él mismo dictamina es un genocidio de inocentes. ¿Para qué? Para nada, pues supuestamente era una especie de sacrificio que serviría para resarcirse del pecado cometido. Pero más adelante Dios le dice a Moisés que en el día del castigo, ellos pagarán por su pecado.

Aquí hay algo contradictorio con la idea popular de un dios absolutamente bueno y misericordioso, ya que Dios insiste con terquedad en que el pueblo pagará por el pecado (que no fue más que adorar a otros dioses, lo que da una muestra de cómo se origina la intolerancia hacia otras religiones con otros dioses) a pesar de ya haber cumplido el pueblo con el genocidio que él mismo ordenó.

Conclusión: Dios absolutamente absurdo y rencoroso.

En un caso aún más sorprendente, se narra la muerte de una persona que violó el mandato del día de reposo:

“Estando los hijos de Israel en el desierto, hallaron a un hombre que recogía leña en día de reposo. Y los que le hallaron recogiendo leña, lo trajeron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación; y lo pusieron en la cárcel, porque no estaba declarado qué se le había de hacer. Y Jehová dijo a Moisés: Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación fuera del campamento. Entonces lo sacó la congregación fuera del campamento, y lo apedrearon, y murió, como Jehová mandó a Moisés.”

—Números 15, 32-36.

En este pasaje, claramente el pueblo no está seguro de qué hacer con el hombre, pero vino el buenísimo de Dios y puso las cosas en su lugar: muerte para el hombre. Esta actitud podríamos clasificarla como propia de un ente sediento de sangre, vengativo y absolutamente intolerante. ¿Aquel hombre hizo mal a alguna otra persona? Evidentemente no. Su única falta fue realizar una actividad que Dios no contemplaba digna de hacerse en el día de reposo. Lo que Dios quería era que lo adoraran. Conclusión: Dios absolutamente vanidoso.

En Romanos 13, 1-7, encontramos una muestra clara de obediencia absoluta a la autoridad:

“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.”

Este pasaje no puede ser más claro: la autoridad es la autoridad, y si no se le obedece, se comete un pecado contra Dios. ¿Qué mejor excusa que ésta podría utilizar cualquier administrador del poder para manejar al pueblo a su antojo? Obviamente este pasaje fue “diseñado inteligentemente” para fines políticos. Si no obedeces, Dios te castiga. Ese es el lema necesario para mantener las aguas calmas y las mentes críticas dormidas.

Conclusión: Dios absolutamente injusto y estrechamente vinculado con intereses políticos.

“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.” (Romanos 13, 1-7)

Por último, en Lucas 3, 7-9 hay un ejemplo en el que se muestra el infierno como castigo eterno para los que no cumplen lo que manda Dios:

“Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego.”

Primer punto a considerar aquí: el arrepentimiento. La Biblia resalta la culpa como parte inherente del ser humano, y lo único que hay para combatirla es el arrepentimiento. Todo ser humano lleva una culpa innata (según la Biblia) y por ello hay que arrepentirse. ¿Pero, arrepentirse de qué? Tal parece que lo único importante es arrepentirse de los pecados en general (sin especificar qué pecados), es decir, lo que importa es convertirse en seres sumisos y subyugados; sin culpa real innata, pero arrepintiéndose de cosas que no se han cometido. En todo caso, lo que quiere decir el dios bíblico es que hay que arrepentirse simplemente de haber nacido, ya que el pecado nace irremediablemente con uno y la culpa acompaña nuestra vida entera.

Y la segunda cosa a considerar es lo que se dice en el último párrafo del pasaje mencionado: “el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego”. Esto quiere decir que todos ya estamos condicionados de antemano. Desde el momento que existimos el hacha está puesta sobre nosotros, y depende de si somos buenos o malos para que esa hacha nos corte o no. ¿Acaso eso no es una tortura psicológica? En caso de que seamos malos, el hacha nos cortará y nos iremos al infierno, en donde seremos torturados eternamente. Habría que pensar nada más cómo es que un espíritu inmaterial se puede quemar en el fuego físico. Por otro lado, el concepto de “ser malo” se vería condicionado según lo que Dios considere malo, lo cual, como ya hemos visto, es altamente contradictorio, variable y absurdo, situándonos entonces en una situación de constante condicionamiento y gran incertidumbre.

Conclusión: Dios torturador e inquisidor eterno.

Después de todo esto, resumiendo, tenemos a un Dios absolutamente absurdo y rencoroso, absolutamente vanidoso, absolutamente injusto y estrechamente vinculado con intereses políticos, y torturador e inquisidor eterno. Entonces, ¿de qué se habla cuando se menciona a un Dios absolutamente misericordioso, absolutamente bondadoso y absolutamente sabio? Si uno compara al Dios que se conceptualiza popularmente y el Dios bíblico, parecería que fueran dos personajes totalmente distintos y opuestos. El dios bíblico dista mucho de la bondad, la misericordia y la sabiduría.

Lo más probable es que la gente extraiga lo más conveniente de la Biblia para formar su idea de Dios, y dejar de lado lo malo, como si no existiera. Aún así, tienen el atrevimiento de declarar a la Biblia como el libro de mayor contenido moral y de sabiduría de la historia de la humanidad.

Habría que preguntarles en qué se basan para afirmar eso.


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