Cinco razones fundadas en la Biblia, para descartar la resurrección de Jesús
No necesitamos razonamientos para descartar la absurda idea de cualquier resurrección, pero vale la pena analizar los siguientes argumentos.
Contradicciones. Si alguien te pregunta en qué parte de la Biblia se contradice a sí misma, el ejemplo más evidente es la narración de la supuesta resurrección de Jesús. Basta leer con atención los cuatro evangelios canónicos, que son la fuente “biográfica” oficial sobre Jesús, para darnos cuenta de que narran cuatro versiones muy distintas, con mayor o menor exageración, de este acontecimiento que debería ser tan importante (sólo compara entre sí Mateo 28:1-10, Marcos 16:1-8, Lucas 24:1-12 y Juan 20:1-10). Esto, a pesar de que los redactores se basaron en las mismas fuentes, o incluso se copiaron unos a otros (al menos los tres evangelistas sinópticos).
Exageraciones. Obviamente todo concepto de resurrección, por ser absurdo, implica una exageración. Y los cuatro redactores exageran sin ninguna timidez. Pero entre ellos el que más lo hace es Mateo, quien hasta afirma que cuando Jesús murió la tierra tembló y las rocas se partieron abriéndose los sepulcros, y que entonces muchos “cuerpos de santos” que habían “dormido”, se levantaron y salieron de sus tumbas (Mateo 27:51-52). Obviamente un fenómeno de esta naturaleza habría causado gran conmoción e impacto en todos los historiadores, independientemente de la religión que profesaran, pero ninguno registró absolutamente nada.
Dudas de sus mismos seguidores. Si observamos la reacción de los seguidores más cercanos de Jesús, según lo describen los mismos evangelios, ninguno creyó que su Maestro pudiera sobrevivir o pudiera haber sobrevivido, por lo que reaccionaron con dolor, sorpresa, desconcierto y miedo. Nunca festejaron lo que supuestamente estaba a punto de ocurrir. Esto, a pesar de que él se los había anunciado varias veces.
Rumores de la época. El mismo Mateo indica claramente que existía sospecha razonable respecto a que los seguidores de Jesús se robarían el cadáver para luego engañar a la gente, y sobre todo a los romanos, diciendo que el Maestro había resucitado tal como lo había anunciado, y que muy pronto se instauraría el reinado de Jehová y su pueblo judío sobre la Tierra (Mateo 27:62-64). Después de todo, la desaparición de cadáveres no era extraña en aquellos tiempos. El cuerpo de otros grandes Maestros habría desaparecido en forma misteriosa, lo cual habría contribuido a engrandecer su figura. Es probable que en algunos casos los cadáveres hayan sido incinerados para evitar que fueran encontrados por sus adversarios. E indica Mateo que esa versión del cuerpo hurtado se divulgó desde entonces “…entre los judíos hasta el día de hoy” (Mateo 28:15), es decir, hasta finales del siglo primero o principios o mediados del siglo segundo de nuestra era, cuando fue escrito este evangelio.
Una deducción sin sentido. Ninguno de los evangelios describe el momento en que Jesús habría recuperado la vida. Nadie estaba allí acompañándolo, ni hubo un velatorio como ahora se acostumbra. A los judíos no les estaba permitido según sus creencias, tocar cadáveres (Éxodo 20:9-11), y menos en un día tan sagrado como la Pascua; además de que durante el Sabbat no podían realizar ninguna actividad física que pudiera ser interpretada como trabajo. Por eso las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea y habían preparado con anticipación las especies aromáticas y ungüentos para perfumar su cuerpo, no habían podido aromatizarlo recién descendido de la cruz (Lucas 23:56), teniendo que esperar hasta el día siguiente. Pero lo curioso es que bastó decir que el cadáver no se encontraba en su tumba, para deducir que había resucitado, una hipótesis que a ningún detective forense jamás se le ocurriría. Si así fuera, tendría que decirse lo mismo de toda persona cuyo cadáver desapareciera sin ningún rastro.
El problema para los cristianos es que según Saulo de Tarso, “el Apóstol San Pablo”, “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana nuestra fe” (1 Corintios 15:14). Pero aunque los fundamentos del cristianismo son demasiado débiles, los creyentes siguen aceptándolos como realidad por motivos emocionales, no racionales.
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