La humanidad ha tenido desde sus orígenes contacto con restos de grandes animales extintos. Un hueso fósil, generalmente más denso y duro que un hueso normal, podía ser aprovechado para la fabricación de herramientas y armas, o con fines ornamentales. Independientemente de su utilización para diversos fines, el depararse ante los restos de un animal extraño debe haber sido intrigante para la mente de nuestros antepasados, principalmente si se trataba de un animal de grandes dimensiones. ¿Qué habría pasado por la mente de un antiguo griego al encontrar casualmente los restos de un mamut? ¿Qué habría pensado un antiguo chino al ver los restos de un gran dinosaurio saurópodo? Difícilmente sus hallazgos habrían sido atribuidos a animales conocidos en su época. A esta situación ya problemática tenemos que agregar que los esqueletos de animales fósiles raramente se encuentran completos. La mayoría de restos de vertebrados fósiles aparecen bastante incompletos, con sus huesos desarticulados (mezclados entre sí) y fragmentados. Esto daría lugar a interpretaciones aún más especulativas. ¿Qué pensarían entonces, ante lo inexplicable? Probablemente los restos de estos extraños animales se considerarían dotados de alguna naturaleza mágica, id est dioses o monstruos.
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