“La Biblia es una maravillosa fuente de inspiración para los que no la entienden”.
—George Santayana.
Yo me casé ya grande, después de los cuarenta, y recuerdo mucho los esfuerzos de mis ex compañeros de parranda —para entonces ya casados— para convencerme de las bondades del matrimonio. No sé si sus esfuerzos eran sinceros o simple envidia de que yo aun podía hacer lo que me diera la gana, cosa que aún puedo hacer, solo es cosa de pedir permiso con dos meses de anticipación y por escrito.
Pero entre todas las razones que esgrimían mis amigos hay una que me llamaba mucho la atención por su inocencia y el efecto que causaba en ellos mi respuesta. Decían que lo mejor del matrimonio era la vida en familia, como si yo hubiera nacido en probeta y crecido en un hospicio, y que de la familia lo mejor eran los hijos. Casi todos ellos decían que solo por los hijos valía la pena estar casados, cosa que hasta la fecha considero la peor de las razones para vivir en familia.
Palabras más, palabras menos los diálogos siempre iban de esta manera:
—No lo vas a entender hasta que tengas un hijo, no hasta que estés en mi situación —decían ellos.
—Tú tampoco puedes entenderme porque no estás ni has estado en mi situación —respondía yo.
—¿A qué te refieres?, claro que sí estuve en tu situación, también fui soltero.
—¡Nunca a mi edad!
Ante esto había pocas respuestas coherentes y debo de reconocerles que casi siempre me concedían este punto. Quizás yo no sabía lo que era ser casado y tener un hijo, pero ellos tampoco sabían que se sentía ser soltero a los 40. Y a los que crean que voy a hacer ahora una apología del matrimonio y la paternidad, siento mucho decepcionarlos porque la cosa no va por ahí.
A lo que voy es a que la situación es casi la misma de quienes dicen que los ateos somos personas infelices y amargadas y que llevamos una vida vacía y sin sentido porque no conocemos a Dios.
En cualquier blog que critique la religión no puede faltar nunca una buena colección de comentarios viscerales que digan que nos tienen lástima porque no conocemos el amor de Dios y que además somos infelices porque solo vemos el lado racional de las cosas. Y la conclusión, según ellos lógica, es que no podemos ser buenas personas porque no tenemos los valores y principios que solo pueden ser dictados por un ser superior.
La ultima parte, la de los valores, es muy fácil de rebatir con evidencias, las cárceles están llenas de creyentes, las guerras y grandes masacres están casi siempre lideradas y peleadas por creyentes. Los crímenes más escalofriantes son protagonizados casi siempre por creyentes y a veces incluso inspirados en su fe.
Los últimos estudios de las condiciones socioeconómicas de los países desarrollados, nos indican que las incidencias de eventos negativos como drogadicción, enfermedades infeccionas de transmisión sexual, mortalidad juvenil, embarazos en adolecentes, disfunciones sexuales y aborto son más altos en los países mas religiosos que en los países con mayor población secularizada.
Es cierto que esto no significa necesariamente que la religión sea la causa de estas disfunciones sociales, lo que si resulta más que obvio es que el abandono de la religión no es causa de descomposición social y caos, como suelen afirmar (o amenazar) los diferentes lideres religiosos.
La parte que no es tan fácil de demostrar para ninguno de los dos, es si el ateísmo hace infelices y amargadas a las personas.
Pero en este punto los ateos tenemos una ventaja y esta es que muchos de nosotros hemos estado de ambos lados del espectro que hay entre la fe y la razón, y sería absurdo pensar que hemos escogido voluntariamente la parte más infeliz y vacía. Y cuando digo “estar de ambos lados“ no me refiero a los creyentes que pasaron de ser “católicos light” a religiosos activos o renacidos, como se suelen llamar a si mismo los de cierta corriente. En realidad estos no pasaron de un extremo al otro, solamente se deslizaron del centro al extremo religioso.
En mi caso particular yo pasé primero de ser católico por tradición familiar, cosas como ser bautizado, hacer primera comunión y esas cosas, de ir a misa con el pretexto de bodas o funerales a una casi total indiferencia hacia la religión de mis padres, exactamente como la mayoría de los católicos.
De ahí me deslicé hacia el extremo del fanatismo pasando primero por cursos de evangelización que en realidad son lavados de cerebro con técnicas indistinguibles de cualquier secta de fanáticos. Después me convertí en coordinador de pequeñas comunidades de jóvenes y en integrante activo de una comunidad religiosa de no tan jóvenes y en un buen apologeta de la palabra de Dios. Tenía facilidad para justificar lógicamente las contradicciones e incongruencias de los hechos de la Biblia utilizando tan solo recursos dialecticos que otros confundían con un don (era un señor con don).
Pero no por nada mi pasaje favorito de las escrituras es hasta la fecha Juan 8:32, y en esto mi tocayo no andaba tan errado.
“Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.
En mi caso no hubo eventos dramáticos que me hayan hecho perder la fe, fue más bien mi compulsión por la lectura lo que me permitió realmente conocer a Dios, o debería decir a todos los dioses y su origen.
Para decirlo de forma mas poética: “Mordí la manzana, comí del fruto prohibido y fui expulsado del paraíso”. En mi afán por buscar mejores argumentos para defender mis creencias me encontré con mucho más de lo que buscaba.
Siempre he creído que los que se pelean con Dios por alguna decepción, algún día volverán a él, aunque sea en otra religión. En cambio quienes dejamos la religión pacíficamente, por medio de la razón, no tenemos punto de retorno porque ya encontramos el paraíso. En mi caso es una biblioteca donde sirven vino tinto y cerveza obscura y donde la vida se construye de pequeños detalles cotidianos. Donde no existen pecados originales ni culpas eternas, tan solo actos con consecuencias y responsabilidades. Donde la meta no es un mundo libre de problemas y felicidad permanente, sino tan solo un mundo real y tangible, ni bueno ni malo y una mente lúcida y racional para adaptar el mundo a nuestras necesidades.
Con una meta así de este tamaño dudo mucho que los ateos seamos unos seres infelices y amargados. A los creyentes que dicen que llevamos una vida vacía y carente de sentido y que solo conocen el lado de la línea que va de la indiferencia al fanatismo, yo les pregunto: ¿Y cómo lo saben?
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