Los ateos y la ira

Quiero hablar de los ateos y la ira.

Este ha sido un artículo difícil de escribir y puede ser también difícil de leer. No voy a ser tan amable ni mi carácter tan apacible como por lo general soy en este blog. Esta nota es acerca de la ira y, por una vez, me iré al demonio y soltaré mi enojo.

Pero pienso que es importante. Una de las críticas más comunes a la comunidad atea que recientemente ha empezado a hacerse oír es “¿Por qué tienen que estar tan enojados?”. Por eso quiero hablar de lo siguiente:

  1. Por qué los ateos estamos enojados;

  2. Por qué nuestro enojo es válido, valioso y necesario; y

  3. Por qué se pone completamente jodido tratar de sacar nuestra ira de adentro.

Entonces, empecemos con “por qué estamos enfadados”. O, mejor dicho —porque este es mi blog y yo no pretendo hablar en nombre de todos los ateos— “por qué estoy enojada”.

Estoy enojada porque, de acuerdo a una encuesta reciente de Gallup, sólo el 45 por ciento de los estadounidenses votaría a un ateo para presidente.

Me enoja, además, que las convenciones ateas tengan que tener una mayor seguridad, incluyendo detectores de metales manuales y registros de bolsos, a causa de fetuas y amenazas de muerte.

Estoy enojada porque los soldados ateos —en las Fuerzas Armadas de los EE.UU.— fueron presionados para participar en ceremonias de oración, mientras que las reuniones de ateos han sido interrumpidas por oficiales superiores apegados al cristianismo, en directa violación de la Primera Enmienda [de la Constitución Estadounidense]. Estoy furiosa porque a los grupos cristianos evangélicos se les está dando acceso exclusivo para hacer proselitismo en las bases militares —una vez más en las fuerzas armadas de Estados Unidos, de nuevo en violación directa de la Primera Enmienda. Me enoja que los soldados ateos que se quejan de esto estén siendo acosados y hasta reciban amenazas de muerte de los soldados cristianos y oficiales superiores —una vez más, en las fuerzas armadas de Estados Unidos. Y estoy enfadada porque los cristianos siguen, petulantes, santurrones, diciendo cosas como “no hay ateos en las trincheras”. ¿Sabes por qué no ves ateos en las trincheras? Porque los creyentes están amenazando con dispararles si se muestran.

Estoy enojada porque el 41º Presidente de los Estados Unidos, George Herbert Walker Bush, dijo recientemente: “No, yo no sé si los ateos deberían ser considerados ciudadanos, tampoco deberían ser considerados patriotas. Esta es una nación amparada por Dios”. Mi Presidente. No, yo no voté por él; pero él era, igualmente, mi Presidente y, aún así, seguía diciendo que mi falta de creencia religiosa hace que no deba ser considerada como una ciudadana.

Estoy enojada porque hubo que esperar hasta 1961 para que a los ateos se les garantizara el derecho a servir en jurados, testificar en la corte u ocupar cargos públicos en todos los estados del país.

Enojada porque casi la mitad de los estadounidenses creen en el creacionismo. Y no en un creacionismo en su sentido amplio: “Dios tuvo algo que ver con la evolución”, sino en un creacionismo estricto de la Tierra Joven, que afirma que Dios creó al hombre más o menos en su forma actual en algún momento de los últimos 10.000 años.

Y respecto de ese tema: estoy molesta porque los consejos escolares en todo el país aún siguen —82 años después del juicio de Scopes[1]— teniendo que gastar tiempo, dinero y recursos en la lucha para que la evolución se enseñe en las escuelas. Los consejos escolares no están exactamente repletos de tiempo, dinero y recursos, entonces cualquier tiempo, dinero y recursos que se gasten en la lucha contra esta estúpida pelea es tiempo, dinero y recursos que no se está gastando, como sabemos, en la enseñanza.

Enojada porque las mujeres se están muriendo de SIDA en África y América del Sur porque la Iglesia Católica las ha convencido de que el uso de preservativos hace llorar al niño Jesús.

Me enoja que las mujeres estén teniendo abortos sépticos —o se vean obligadas a tener hijos no deseados, que resienten y maltratan— porque las organizaciones religiosas han conseguido aprobar leyes que hacen del aborto algo ilegal o inaccesible.

Estoy enojada por lo que le sucedió a Galileo. Todavía. Y porque la Iglesia Católica tardó hasta 1992 para pedir disculpas por ello.

Me enojo cuando los columnistas-consejeros les dicen a quienes les escriben consultándolos que hablen con su sacerdote, ministro o rabino… cuando no hay absolutamente ningún requerimiento legal que obligue a un líder religioso a algún tipo de capacitación en orientación o terapia.

Y me enfado cuando los líderes religiosos ofrecen orientación y asesoramiento a las personas con problemas —consejos sexuales, consejos de relaciones, consejos sobre la depresión y el estrés, etc— sin basarse en ninguna evidencia acerca de lo que realmente funciona y lo que no funciona en el cerebro y la vida de la gente, pero sí sobre la base de lo que su doctrina religiosa les dice que Dios quiere para nosotros.

Me enojan los predicadores que les dicen a las mujeres de su grey que se sometan a sus maridos porque es la voluntad de Dios, aún cuando sus parejas las golpean hasta casi matarlas.

Me enfada que tantos creyentes traten la oración como una especie de lista de compras cósmica de Dios. Estoy furiosa porque los creyentes oran para ganar eventos deportivos, las manos de póquer, concursos de belleza y mucho más. Como si fueran el centro del universo, como si a Dios le importara una mierda quién gane los últimos cuatro de algún campeonato universitario… y como si los otros equipos, jugadores o participantes no estuvieran rezando igual de fuerte.

Estoy especialmente molesto por los creyentes que utilizan la oración como una lista de compras cósmica cuando se trata de la salud y la enfermedad. Estoy furiosa porque esta creencia lleva a la repugnante conclusión de que Dios deliberadamente enferma a la gente, por lo que van a rezarle para mejorarse. Y estoy enfadado porque impone esta creencia en los niños enfermos y moribundos -en esencia, enseñándoles que, si no mejoran, es culpa de ellos. Que no rezaron lo suficiente, que no oraron correctamente, o sólo que Dios no los ama lo suficiente.

Y me enojo cuando otros creyentes insisten en que la lista de compras cósmica no es lo que la religión y la oración realmente se tratan, que su propia teología sofisticada es la verdadera comprensión de Dios. Me enojo cuando los creyentes insisten en que la lista de compras es un hombre de paja, una forma anticuada de la religión y la oración que nadie toma en serio, y en que es absurdo que los ateos la critiquemos.

Me enfurezco cuando los creyentes usan terribles tragedias, empapadas de dolor, ya sea como oportunidades de cantar sus propias alabanzas y hablar de lo maravillosos que son su Dios y su religión… o como oportunidades para atacar y demonizar a los ateos y el secularismo.

Me enojo con la maestra de Escuela Dominical que le dijo al dibujante de cómics Craig Thompson que él no podría dibujar en el cielo. Y estoy enojada porque se lo dijo con la más absoluta convicción de autoridad… cuando en realidad no tenía ninguna base para esa afirmación. ¿Cómo diablos sabía ella cómo era el cielo? ¿Cómo podía saber que podía cantar en el cielo, pero dibujar no? ¿Y por qué diablos le diría algo que acallara y desdeñara a un niño con talento?

Enojada porque la Madre Teresa tomó su sufrimiento personal y la desesperación en su fe perdida en Dios, y lo convirtió en una obsesión que la llevó a tratar el sufrimiento como un hermoso regalo de Cristo a la humanidad, una ofrenda preciosa de la humanidad a Dios, y una parte necesaria de la salvación espiritual. Y estoy enfadado porque, aparentemente, esta obsesión la llevó a ofrecer atención médica y alivio del dolor grotescamente inadecuados en sus hospitales y hospicios, en esencia, transformando su crisis personal de fe en millones de personas desesperadamente pobres y desvalidas.

Estoy enojada con el administrador de la Iglesia Presbiteriana local que le dijo a su hija adolescente que en realidad no cree en Dios o la religión, pero que era importante para mantener su trabajo, porque sin religión no existiría la moral en el mundo.

Me enfurece que tantos padres y líderes religiosos aterroricen a los niños —que (a) tienen cerebros que están preprogramados para confiar en los adultos y creen lo que les dicen; y (b) interpretan todo literalmente— con vívidas y traumatizantes historias de fuego eterno y tortura para asegurarse de que van a estar demasiado asustados hasta para cuestionar la religión.

Y me enojo más aún cuando los líderes religiosos de forma explícita dicen a los niños —y adultos, para el caso— que el propio cuestionamiento de la religión y la existencia del averno es un pecado terrible, que les garantizará terminar en el infierno.

Enojada porque la religión enseña a los niños que odien y teman a sus cuerpos y su sexualidad. Y estoy especialmente enfadada porque a las niñas la religión les enseña a odiar y temer su femineidad, y porque a los niños homosexuales la religión les enseña a odiar y temer su homosexualidad.

Estoy enojada por la niña musulmana en la escuela pública —con docentes pagos por impuestos de los contribuyentes— a quien le dijeron que las rayas rojas en bastones de dulces de Navidad representan la sangre de Cristo, que tenía que creer y ser salvada por Jesucristo, o estaría condenada al infierno; y que, si no lo hacía, no había lugar para ella en su salón de clases. Y estoy enfadada porque le dijo que no volviera a su clase cuando no se convirtió.

Enojada —furiosa— por los sacerdotes que abusan sexualmente de los niños y les dicen que es la voluntad de Dios. Estoy enfurecida con la Iglesia Católica que, consciente y deliberadamente, en repetidas ocasiones, durante años, actuó para proteger a los sacerdotes que abusaban de niños y, consciente y deliberadamente actuó para mantenerlo en secreto, poniendo la reputación de la Iglesia como una prioridad mayor que, mierda, el que no se abuse de los niños. Y estoy furiosa porque la Iglesia está tratando de argumentar en la corte, que la protección de los niños que abusan de los sacerdotes de la persecución, y el traslado de los sacerdotes de una diócesis a fin de que puedan abusar de los niños en una comunidad nueva que todavía no sospecha ellos, es una forma constitucionalmente protegida de la expresión de la libertad religiosa.

Estoy enojada por el 11-S.

Y furiosa porque Jerry Falwell culpó del 11-S a paganos, abortistas, feministas, gays y lesbianas, la ACLU, y a People For the American Way. Estoy furiosa por la teología de una iracunda venganza de Dios contra los paganos y exigente abortistas mediante el envío de los musulmanes radicales para hacer estallar un edificio lleno de secretarios y banqueros de inversión… esto era una teología en manos de un poderoso, ampliamente respetado líder religioso con millones de seguidores.

Me enfureció que, cuando mi papá tuvo un derrame cerebral y entró en un hogar de ancianos, el personal le preguntara a mi hermano: “¿Es bautista o católico?” Y yo no estoy sólo enfadada en nombre de mi padre ateo. Estoy enojada en nombre de todos los judíos, todos los budistas, todos los musulmanes, todos los neo-paganos, a cuyas familias casi seguro les han hecho la misma pregunta. Esa pregunta es una falta de respeto enorme, no sólo al ateísmo de mi padre, sino a todos aquellos alojados en la residencia de ancianos que no fueran bautistas o católicos.

Enojada por los abuelos de Ingrid. Estoy furiosa porque su fundamentalismo ha sido una fuente tan grande de conflictos e infelicidad en su familia, que los enajenó drásticamente de sus hijos y nietos. Estoy furiosa porque trataron de meterle esas ideas por la fuerza a Ingrid, hasta el punto de que ella todavía está traumatizada por ello. Y estoy enfadado porque su religión, que no debería hacer otra cosa que confortarlos en su vejez, era en cambio una fuente de angustia y desesperación… porque sabían que sus hijos y nietos, todos iban a ser quemados y torturados siempre en el infierno, y ¿cómo podría ser el cielo cielo si sus hijos y nietos estaban siendo quemados y torturados eternamente en el infierno?

Me enoja que Ingrid y yo no podamos casarnos legalmente en este país —o que reconozcan la legalidad de nuestro matrimonio contraído en otro país— en gran parte porque los líderes religiosos se oponen a eso. Y me enfada que los líderes religiosos y políticos hayan descubierto que pueden ganar puntos explotando grandes temores de la gente acerca de la sexualidad en un mundo cambiante, avivando las llamas de esos temores… y dando a la gente una excusa religiosa para que sus temores estén justificados.

Enojada porque grandes franjas de la política pública en este país (no sólo en el matrimonio del mismo sexo, sino también en la investigación con células madre, el aborto y la educación sexual en las escuelas) no se basan en la evidencia de cuáles de ellas funcionan y cuáles no, y lo que es o no verdad sobre el mundo, sino en los textos religiosos escritos cientos o miles de años atrás, y en sus sentimientos personales acerca de cómo esos textos deben ser interpretados, sin evidencia alguna, ni concepto claro de por qué se necesita alguna prueba.

Me enojo cuando los creyentes proclaman que todo lo bueno que se haya hecho en nombre de la religión es una razón por la que la religión es una fuerza para el bien… y luego, cuando se la confronta con los males terribles cometidos en su nombre, dicen que esos males no se hicieron por motivos religiosos sino por la política de la avaricia o el miedo o lo que sea, que se habría hecho de todos modos incluso sin la religión, y que no debería contarse como fallo de la religión. (Por supuesto, para ser justos, también me enojo cuando los ateos hacen lo contrario: apuntarse todo el mal hecho en nombre de la religión como un punto negro en el registro religioso, pero insistir en que las cosas buenas que se hicieron por otras razones se habrían hecho de todos modos, etc. Ninguna de las partes tiene derecho a afirmar ambas cosas.)

Enojado con los creyentes que ponen calcomanías en sus vehículos con un pez de la fe comiéndose un pez Darwin… y que piensan que es ingenioso, que piensan que la fe religiosa realmente debería triunfar sobre la ciencia y la evidencia. Estoy enojada con los creyentes que tienen tan poco respeto por el mundo físico que su Dios supuestamente creó, que se sienten perfectamente satisfechos de ignorar montañas de pruebas físicas que se acumulan alrededor de ellos sobre el mundo real, muy contentos de ver ese mundo como algo menos real y verdadero que sus opiniones personales acerca de Dios.

(Nota:. La letanía de agravios específicos va ahora por más de la mitad. El análisis de por qué la ira es necesaria y valiosa se aproxima. Lo prometo.)

Me enoja cuando los líderes religiosos usan de manera oportunista la religión,la confianza de la gente y la fe en la religión, para robar, engañar, mentir, manipular el proceso político, tomar ventaja sexual de sus seguidores, y en general se comportarse como la escoria de la Tierra. Me enojo cuando ocurre una y otra y otra vez. Y me enojo cuando la gente ve que esto sucede y aún dicen que el ateísmo es malo porque, sin la religión, la gente no tendría base para la moral o la ética, y no habría razón para dejar de hacer solamente lo que quisieran.

Me enojo cuando los creyentes argumentan contra el ateísmo —y acusan a los ateos— sin haberse tomado la molestia de hablar con los ateos o leer cualquier escrito con esa inclinación. Me enojo cuando se sacan a relucir el viejo “El ateísmo es una filosofía nihilista, sin alegría ni sentido a la vida y no hay base para la moralidad y la ética” cuando, si pasaran diez minutos en la blogosfera atea, descubrirían que los ateos experimentan gran alegría, ven el sentido en sus vidas y están intensamente preocupados por bien y el mal.

Me enoja que los creyentes usen la frase “ateo fundamentalista” aparentemente sin saber lo que la palabra “fundamentalista” significa. Llaman a las personas tercos, testarudos, sarcásticos, intolerantes, incluso. Pero a menos que se pueda señalar el texto al que estos “fundamentalistas” ateos, se apegan literal y estrictamente, sin cuestionárselo, por favor, cierre la puta boca y no diga que somos fundamentalistas.

Me enfurece que los creyentes religiosos basen su filosofía de vida en lo que es, como mucho, una corazonada; cuando ignoran, rechazan o racionalizan cualquier evidencia que contradice la intuición o la ponen en tela de juicio… y luego acusan a los ateos de ser de mente cerrada, haciendo caso omiso de la verdad evidente.

Y me enfada que los creyentes glorifiquen a la fe religiosa, sin pruebas, como una virtud positiva, un rasgo de carácter que hace a la gente buena y noble…y entonces continúen acusando a los ateos de ser de mente cerrada, haciendo caso omiso de la verdad evidente.

Me enojo cuando los creyentes dicen que se puede conocer la verdad —la verdad más grande de todas acerca de la naturaleza del universo, es decir, la fuente de toda existencia— con sólo sentarse en silencio escuchando a su corazón…y luego acusan a los ateos de ser arrogantes. (Esto no es sólo arrogante hacia los ateos y los naturalistas tampoco. Es arrogante hacia personas de otras religiones que se han sentado tan tranquilamente, escuchando a su corazón con sinceridad en igual medida, y llegaron a conclusiones totalmente opuestas acerca de Dios, el alma y el universo.)

Y me enfado cuando los creyentes dicen que la enormidad inimaginable de todo el universo fue hecho sólo y específicamente para la raza humana —cuando los ateos, por el contrario, decimos que la humanidad es un punto microscópico en un punto microscópico, un parpadeo infinitesimal en la inmensidad de tiempo y espacio - y una vez más, los creyentes acusan a los ateos de ser arrogantes.

Me enfurezco cuando los creyentes dicen cosas como: “Sí, por supuesto, la mente humana no es perfecta, vemos lo que esperamos ver, vemos las caras y los patrones y la intención, cuando no estan necesariamente allí… pero eso no podría pasarme a mí. Los patrones que veo en mi vida… de ningún modo pueden ser coincidencia o confirmación del prejuicio. Definitivamente estoy viendo la mano de Dios”. (Y luego, una vez más, esos mismos creyentes nos acusan de ser de mente cerrada y ver sólo lo que queremos ver.)

Me enojo cuando los creyentes tratan las lagunas de la ciencia y el conocimiento científico como si fuera una prueba de la existencia de Dios. Me enfado cuando, aún luego de una seguidilla de miles de años de explicaciones sobrenaturales consistentemente reemplazadas en varias ocasiones con argumentos naturales, los creyentes todavía piensan que los fenómenos sin explicación única pueden ser mejor explicados por Dios. Y estoy enfadado porque, cada vez que un vacío en nuestro conocimiento no se llenan, los creyentes tampoco tratan de suprimirlo (véase más arriba: evolución en las escuelas), o bien decir: “Bueno, esa parte del mundo no es lo sobrenatural pero, ¿qué pasa con esta brecha por aquí? ¿Puede usted explicarlo, señor científico sabihondo? ¡No puede! ¡Debe ser Dios! ”

Me da bronca cuando los creyentes dicen al principio de un argumento que su creencia se basa en la razón y la evidencia, y al final del argumento de decir cosas como, “Ese es el camino para mí”, o “lo siento en mi corazón”, como si eso fuera un factor decisivo. Quiero decir, ¿no podrían haber dicho eso al inicio de la discusión, y derrochar mi maldito tiempo? Mi tiempo es valioso y limitado cada vez más, y tengo cosas mejores que hacer con él que debatir con personas que fingen preocuparse por la evidencia y la razón, pero en última instancia, no lo hacen.

Me enojo porque yo tengo que saber acerca de su religión de mierda más de lo que ellos saben. Me enojo cuando los creyentes dicen cosas acerca de los principios y los textos de su religión que son rotundamente falsas, y yo tengo que corregirlos.

Me enfurezco cuando los creyentes tratan cualquier crítica a su religión —es decir, señalar que su religión es una hipótesis y una filosofía sobre el mundo, y pedir que se defienda sola en el mercado de las ideas— como insultante e intolerante. Me enojo cuando los creyentes nos acusan de ser intolerantes por decir cosas como: “No estoy de acuerdo contigo”, “Creo que te equivocas en eso”, “Eso no tiene ningún sentido”, “Yo creo que esa posición es moralmente indefendible”, y “¿Qué pruebas tiene usted para apoyar eso?”.

Y sobre este punto: Me enojo cuando los cristianos en los Estados Unidos —miembros del grupo religioso más poderoso e influyente en el país, en el país más rico y poderoso en el mundo—, se comportan como las víctimas asediadas, como si fueran de nuevo mártires lanzados a los leones, cada vez que alguien los critica o no se salen con la suya.

Me enfurezco cuando los creyentes responden a todos o algunos de estos delitos, diciendo: “Bueno, esa no es la verdadera fe. Odiar a los gays/rechazar la ciencia/sofocar las preguntas y la disidencia… eso no es la verdadera fe. Las personas que hacen eso no son verdaderos cristianos/judíos/musulmanes/hindúes/etc.)”. Como si tuvieran una maldita línea con Dios. Como si tuvieran alguna razón para pensar que saben a ciencia cierta lo que Dios quiere, y que los miles de millones de otras personas que no están de acuerdo con ellos están obviamente equivocados. (Además, soy atea. El argumento “no están profesando bien la religión” no va conmigo. No creo que ninguno de ustedes tenga la razón. Para mí, es todo algo que la gente simplemente inventó.)

Sobre este tema: Me enojo cuando los creyentes religiosos insisten en que su interpretación de su religión y su texto religioso es la correcta, y que los creyentes con una interpretación en sentido contrario claramente se equivocan. Me enojo cuando los creyentes insisten en que las partes sobre el rápido retorno de Jesús y todas las oraciones están contestadas son, obviamente, no literales… pero las partes acerca del infierno y la condenación, y de que el sexo gay es una abominación, eso sí es real. Y me enfado cuando los creyentes insisten en que las partes acerca del infierno, la condena eterna y el sexo gay como abominación no deben interpretarse literalmente, pero mantienen que las partes sobre el cuidado de los pobres son realmente lo que Dios quería. ¿Cómo diablos saben en qué partes de la Biblia/Torah/Corán/Bhagavad-Gita Dios habla literalmente y en qué partes no? Y si no saben, si están simplemente basándose en sus propios instintos morales y sus propias percepciones del mundo, entonces ¿en qué se basan para creer que Dios y sus textos sagrados tienen algo que ver con eso? ¿Qué derecho tienen a actuar como si su opinión fuera la misma que la de Dios y él los respaldara totalmente?

Y me enfado cuando los creyentes actúan como si estas ofensas no fueran importantes, porque “no todos los creyentes actúan de esa manera. Yo no actúo de esa manera.” Como si tuviera alguna puta importancia. Ese es el modo habitual de conducirse de la religión en nuestro mundo, y me enfurece oír a los creyentes tratando de minimizarlo porque no es lo que les pasa a ellos. Es como una persona blanca en respuesta a un afro-americano que describa su experiencia del racismo, diciendo: “Pero yo no soy un racista”. Si usted no es un racista, entonces ¿puede callarse la puta boca durante diez segundos y escuchar lo que dicen los negros? Y si usted no es intolerante con los ateos y simpatiza con nosotros, entonce, ¿puede callarse durante diez segundos y dejarnos contarle cómo es el mundo para nosotros, sin estar a la defensiva argumentando que no es su culpa? ¿Cuándo esta conversación internacional sobre el ateísmo y la opresión religiosa empezó a ser sobre usted y sus sentimientos heridos?

Pero quizás sobre todo, me enfado —un enfado ruidoso, desarticulado, que me acelera el pulso— cuando los creyentes nos reprochan a los ateos estar tan enojados. “¿Por qué tienes que estar tan enojada todo el tiempo?”, “Toda esa ira está tan fuera de lugar”, “Si el ateísmo es tan grande, entonces ¿por qué hay tantos de ustedes tan enojados?”.

Lo que me lleva a la otra parte de esta pequeña perorata: ¿Por qué la ira atea no sólo es válida, sino también valiosa y necesaria?


En realidad hay una respuesta simple y directa a esta pregunta:

Porque la ira siempre es necesaria.

Porque la ira ha impulsado a todo gran movimiento para el cambio social en este país, y probablemente en el mundo. El movimiento obrero, los movimientos por los derechos civiles, por el sufragio femenino, el feminismo moderno, el orgullo gay, los pacifistas de los años sesenta y los de hoy, el que sea…todos ellos han tenido, como una importante fuerza motriz, una gran cantidad de ira. La ira por la injusticia, la ira por el maltrato y la brutalidad, la ira por la impotencia.

Quiero decir, ¿por qué otra maldita cosa podría molestarse la gente en sustentar los movimientos sociales? Son difíciles. Llevan tiempo, consumen energía, a veces implican grave riesgo de vida e integridad física, de la comunidad y de la carrera. Nadie se molestaría una mierda si no estuvieran furiosos por algo.

Entonces, cuando le dices a un ateo (o, para el caso, una mujer, un gay, una persona de color o lo que sea) que no esté tan enojado estás, en esencia, diciéndonos que nos quitemos poder. Nos estás pidiendo que bajemos una de las herramientas más poderosas de que tenemos a nuestra disposición. Nos estás pidiendo descartar una herramienta de la que ningún movimiento de cambio social ha sido capaz de prescindir. ¿Nos estás pidiendo que seamos ser corteses y diplomáticos, cuando la historia demuestra que la diplomacia cortés en un movimiento de cambio social trabaja mucho, mucho mejor cuando está unido a la ira apasionada. En una batalla entre David y Goliat, le estamos diciendo a David que deje su honda y sólo…no sé, que roa a Goliat en los tobillos o algo así.

Voy a reconocer que la ira es una herramienta difícil en un movimiento social. Incluso peligrosa. Puede hacer que la gente actúe precipitadamente, puede hacer más difícil pensar con claridad, puede hacer que la gente trate a sus potenciales aliados como enemigos. En el peor de los casos, puede incluso conducir a la violencia. La ira es válida, es valiosa, es necesaria…pero también puede fallar, y mal.

Pero a menos que en realidad estemos poniendo en peligro o dañando a alguien, no les corresponde a los creyentes decir a los ateos cuando deben o no utilizar la ira. No corresponde a los creyentes decir a los ateos que vamos demasiado lejos con ella y que tenemos que calmarnos. Del mismo modo que no les toca a los blancos decírselo a los negros, o los hombres a las mujeres, o los héteros a los homosexuales. Cuando viene de un creyente, no ayuda. Es condescendiente. Se presenta como un nuevo intento de debilitarnos y callarnos. Y sólo va a enojarnos más.

Y cuando los creyentes dicen a los ateos apasionados, enojados, que el extremismo nunca es correcto y la verdad por lo general se encuentra en algún punto intermedio, están cometiendo un gran error, muy grande. No sólo porque logran que queramos escupirles la cara. Están cometiendo un error porque están simplemente equivocados. Lean este artículo de Daylight Atheism, sobre la falacia del justo medio. Lean las citas del movimiento abolicionista, el movimiento de derechos civiles, el movimiento anti-guerra, la revolución americana. Y entonces vengan a decirme que la posición moderada es habitualmente la más adecuada.

¿Y saben qué más? Creo que tenemos que tener una puta perspectiva acerca de este negocio de la ira. Quiero decir, veo el Cristianismo organizado de este país —no sólo la derecha religiosa, sino también algunas iglesias más “moderadas”— interfiriendo con los esfuerzos de prevención del SIDA, tratando de meter su teología en las escuelas públicas, tratando activamente de evitar que Ingrid y yo consiguiéramos casarnos legalmente, y tirando de toda la otra mierda de la que hablé en este artículo.

Y veo a los ateos a veces, siendo mezquinos y sarcásticos en blogs, libros y revistas.

Y pienso, por favor, ¿podemos tener alguna puta perspectiva?

Porque lo otro que me enoja es el hecho de que, en este texto, he tocado —quizá— una centésima parte de todo lo que me irrita de la religión. Este artículo apenas roza la superficie. Sé, casi sin duda, que cinco minutos luego de clickear en “Publicar” y colgar esto en mi blog, van a ocurrírseme seis cosas diferentes que habría deseado poner aquí. Podría escribir un libro entero sobre todo lo que me jode de la religión —otros ya lo han hecho— y aún así no terminaría.

¿Realmente mirás esta mierda de la que hablo, una historia milenaria del abuso y la injusticia, la ignorancia voluntaria y el engaño —comparado con los ateos que son sarcásticos en internet desde hace un par de años— y ves a los dos como algo equivalente? O, peor aún, ¿ves el sarcasmo ateo como el mayor problema?

Si lo ves así, entonces, con todo respeto, podés chupármela.

Ahora puedes continuar con la programación de tus intentos de cortesía.


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