El ateo y la muerte

Según las encuestas, sólo el 9 % de los argentinos son ateos y, del 91% restante, el 74 % son católicos [1]. Así es que, cuando se tiene que enfrentar con la muerte de un familiar, amigo o propia, la persona que no cree choca contra una cultura que no suele entender conceptos que le son ajenos. A veces, esto se da porque el religioso no está acostumbrado a escuchar y tratar de comprender otras posturas ya que está del lado de la mayoría, casi nunca tiene que defender las propias; otras es porque cualquier otra visión que no sea el “paso a la inmortalidad” o “la ascensión del alma”, etc, le va a parecer casi una herejía o, en el mejor de los casos, algo muy lastimoso para el doliente. Así que, en vez de sentirse acompañado, el no creyente se va a encontrar a sí mismo en toda una serie de conversaciones en las que tratarán de convencerlo de que no puede ser tan pesimista (cuando, al no creyente, la visión sin dioses de por medio le parezca más optimista y natural), de que lo que pasó seguro tiene como finalidad “un bien mayor que está fuera de la comprensión humana” (comentario más que ofensivo y frente al cual la opción podría ser enviar fotos del último desastre natural… pero las minorías suelen ser más tolerantes) o de que ahora ese ser querido es un ángel al que un dios determinado llamó antes de tiempo de tan bueno que era (a esta altura, lo más probable es que el ateo diga algo sobre la ética de ese supuesto dios y haga alusiones a cómo refleja la ética del que así lo construyó). Y lo peor llega en el momento de decidir qué hacer con el cuerpo…

Primero, si existe la posibilidad de donar órganos, es raro que los médicos le hablen de esto a la familia del que agoniza, pese a que cada vez más gente se muere en las listas de espera del INCUCAI [*] porque hay cada vez menos donantes [2]. Segundo, es casi imposible que le digan que se necesitan cuerpos para investigación, experimentación y docencia. En este contexto, el de un país mayoritariamente religioso, se suele esgrimir el argumento de que sugerirle al familiar de un difunto esa opción puede ser ofensivo… afirmación que no tiene en cuenta que, para el que no cree (o que cree pero quiere que el cuerpo, ya convertido en objeto, tenga alguna utilidad), es ofensivo que en un momento de dolor no le faciliten las cosas para hacer lo que el muerto o su familia quieran. Y es que cuando se solicita información para llevar a cabo esta decisión, en la administración de clínicas y hospitales nadie sabe qué hay que hacer, a quién llamar, a dónde dirigirse para efectivizar la donación. Esto, si se les llega a consultar, ya que, en principio, según ellos, la única opción posible es que una funeararia retire el cuerpo para su posterior cremación o inhumación. Tener que cumplir con ritos ajenos es doloroso, tener que reconocer (de nuevo) el cuerpo antes de dejar el cajón en un cementerio es doloroso, tener que empezar a llamar a centros de investigación y morgues hasta dar con el teléfono y la persona adecuada es doloroso. A la persona que preferiría hacer el trámite (dicho sea de paso, más que sencillo) para que dispongan del cadáver en una facultad de medicina —o que quizás no sabe si lo preferiría ya que ese tipo de información no se brinda— la obligan a seguir todos los rituales o, al menos, a pagarlos.

Otro problema es que, por más que el difunto haya donado sus órganos sanos a instituciones como el INCUCAI y/o el resto a la ciencia, una vez muerto, la última palabra la tiene la familia. Así, no falta la historia del tío o abuelo al que, pese a que fue ateo o desoyó la tradición cristiana sobre el destino final de los cadáveres (o saben que los últimos papas se pronunciaron a favor de la donación), lo pasearon por salas velatorias, iglesias y capillas antes de darle cristiana sepultura. Habría que ver qué pasa si sucediera al revés: ¿habrá ateos que donan los cuerpos de sus familiares religiosos aunque hayan dejado asentado que querían ir a reposar eternamente al lado de la esposa o que tiraran sus cenizas por tal río? En resumen, en una familia católica, el ateo no va a tener derecho sobre su propio cadáver, con el impacto que esto tiene en los números de muertes evitables. Otro problema que habría que agregar es que no todos podrán hacer este tipo de donación, todo va a depender de la causa de muerte y de si hay un proceso judicial de por medio, así que muchas personas no van a poder hacer efectiva su voluntad ni siquiera si los familiares la respetan, reduciendo todavía más los ya reducidos números de donantes.

Negocio o ignorancia

No es claro si hay un arreglo entre las empresas funerarias y las instituciones de salud, o sus empleados, así que no se sabe si la derivación automática a una funeraria es por pura ignorancia del personal o es adrede. Lo que es seguro es que, en mayo de 2017, el servicio de sepelio salía, mínimo, ARS 18.000 [3]. El servicio incluye:

  • El traslado al cementerio, que se hace en una carroza fúnebre, todo lujo extra sube el precio.

  • El ataúd: hasta el más básico es carísimo y queda tirado por ahí si el cadáver no va a tierra.

  • La inhumación: entierro o cremación… que para el que no quiere ninguna de las dos opciones son ridículas, innecesarias. En el caso de la cremación, la urna se cobra sí o sí, aunque no se use porque la familia decide no pasar a retirar las cenizas.

  • Velatorio: da lo mismo que sólo se deposite el féretro en el crematorio o que se haga un servicio en una sala velatoria.

  • El cátering, que quizás es lo más aprovechable, el hambre no distingue entre creyentes y ateos.

  • Trámites: esto facilita las cosas pero, si la defunción fue en un hospital, conseguir todos los papeles es sencillísimo.

Foto: Sebastián Barreiro

A los que tienen una obra social que les cubre parcial o totalmente estos gastos, les hacen el reintegro después de más y más trámites (que no soluciona la funeraria) en un período que extiende el proceso y genera mas estrés. Este dinero, obviamente, estaría mejor destinado a la cobertura de medicamentos y prestaciones varias de los vivos y no para alguien para quien los ritos no tienen sentido. Los que no tengan cobertura van a tener que desembolsar una suma de dinero despuès de lo cual, además de tristes, van a quedar ajustados o endeudados. Y todo para cumplir con ritos que, si no se comparten, no tienen sentido, ni hablar de que se extiende un paso en el duelo: buscar otro destino para ese cuerpo es engorroso.

Foto: Sebastián Barreiro

Por último, cabe aclarar que hay religiosos que prefieren la donación, ya sea para transplantes o para la ciencia, ateos que quieren cumplir con toda o parte del rito funerario católico y gente que hace un híbrido interesante de su destino final, esparciendo las cenizas en un acto simbólico: somos humanos y habitamos lo simbólico. El hecho de que los restos de alguien querido vaya a ayudar a mejorar la vida de otros humanos, no deja de tener una carga simbólica. Si no se puede hacer justicia a la frase “donar órganos es donar vida”, es posible colaborar para que la ciencia avance. Los estudiantes de medicina cada vez tienen menos cadáveres [4], imprescindibles para su formación y, también, se necesitan cuerpos y tejidos para investigar sobre normas de seguridad y nuevas formas de hacer una cirugía con menos riesgos para los vivos, etc.

Como siempre, lo importante es poder elegir y sólo se puede elegir si de verdad se puede acceder a todas las opciones. Actualmente, pareciera que sólo está el rito católico. Y es un gran negocio.

Información

  • Para ser donante de órganos y tejidos para transplantes y/ o investigación: aunque uno ya haya llenado el formulario del INCUCAI, hay que revisar si la inscripción sigue vigente y, llegado el caso, volver a inscribirse, en: http://www.incucai.gov.ar/index.php/comunidad/como-ser-donante/11-comunidad/99-podes-registrar-tu-voluntad-ahora

  • Para donar cuerpos a la facultad de medicina, UBA (Universidad de Buenos Aires): cátedra de anatomía, +54-11-5950-9623 o +54-11-5950-9500, internos 2105 y 2107. Lunes a viernes de 10 a 15 hs (desde febrero hasta diciembre).


Notas


Violeta Bournasell nació en 1984, es profesora de Bellas Artes y casi traductora científico técnico literaria por el Lenguas Vivas Spangenberg. Actualmente, da clases de inglés en escuelas. El resto del tiempo, dibuja, escribe, y lee todo tipo de textos.


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