Trilogía final

I. Tiempo

El monstruo que a diario me devora,
Saturno hambriento de su tierno fruto,
tiene las fauces de un salvaje bruto
que traga sin cesar, hora tras hora.
Mi muerte no desea por ahora;
tan sólo hacer, minuto tras minuto,
que sienta en este cuerpo que disfruto
la Nada que me llega sin demora.
Mientras el Tiempo siga de tal suerte
robándome la vida que me queda,
no he de temer que mi final suceda.
Hambriento estás de mí, Tiempo, no ceda
tu trágico apetito, pues advierte
que, si descansas, llegará tu muerte.

II. Nada

Ser joven es lo mismo que ser viejo.
Mi Vida es la tragedia del presente,
que, apenas lo concibo, ya es ausente.
Imagen de la Nada en el espejo.

La Vida, que me deja tan perplejo,
es flor de Nada, sin vital simiente:
estéril ilusión con que, demente,
mi duda olvido y mi temor protejo.

La Vida es el no ser, el ser de nada.
La más extraordinaria fantasía
que imaginó una mente enajenada.

Sé que soy Nada en el eterno día,
que vivo una existencia imaginada,
que seré Nada tras la tumba fría.

III. Testamento

Cuando mi tiempo su vivir acabe
y pálido mi rostro se despida
de aquellos que me amaron en la vida,
que nadie llore, ni mi fosa cave.

Ser libre quiero, libre como el ave,
al súbito llegar de mi partida.
Ser libre al fin, por la mortal herida
que al hombre llevará donde no sabe.

Cuando mi cuerpo duerma sin querella,
descansaré de atormentadas lizas
y habré pasado, cual fugaz estrella.

No quiero tierras ocres ni calizas.
Mi cuerpo al fuego dad, y a la mar bella
mi póstumo puñado de cenizas.
Francisco Aguilar Piñal

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