Mi educación religiosa fue una carga muy pesada. Apenas pude, renegué de Dios, y me enrolé en el ejército. Gané mucho dinero en las guerras civiles que siempre existen. Como buen profesional, lo hice todo, torturé, mutilé…
Pero nunca dejé de tener esa idea de la conciencia, del bien y del mal. Una voz interna que juzgaba cada uno de mis actos. Con eternas amenazas de que algún día pagaría. Pero la plata fácil era la felicidad inmediata.
Como a todos, la muerte me arrastró y a las puertas del averno encuentro que no se permiten infiernos propios y la primera que pagó, mutilada y aniquilada, fue mi propia conciencia.
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