Neurología. Las compañías que producen alimentos están invirtiendo en experimentos como éstos para diseñar comida que cause placer pero no haga daño al organismo.
Si se ha preguntado últimamente por qué no le es posible dejar de comer ese delicioso postre, algunos científicos en la Universidad de Oxford tienen la respuesta. De acuerdo con el más reciente experimento neurológico de este tipo, cuando nos llenamos la boca de alimentos ricos en grasas y azúcares, activamos regiones de placer en el cerebro. Horror; al órgano principal del organismo le gusta sentirse gordo.
Anteriormente se habían realizado experimentos sobre el olor y el sabor de las comidas. La ciencia trata de averiguar lo que sucede en la materia gris cuando probamos o cuando olemos alimentos distintos. Análisis de esta actividad cerebral descubrieron que ciertas áreas placenteras son activadas con los olores y los sabores, pero en esta ocasión, el análisis se realizó sólo de la textura.
Los investigadores tomaron a doce hambrientos voluntarios y los conectaron a unos tubos por donde recibirían varios tipos de alimentos. Sus cerebros, al mismo tiempo, serían observados a través de una máquina de resonancia magnética funcional. Los alimentos que llegaban por el tubo hasta las bocas de los voluntarios no tenían sabor y las personas no podían olerlos ni verlos. Los científicos notaban la reacción neuronal cada vez que una textura distinta llegaba hasta la persona.
“Intentamos con masas sin sabor combinadas con agua, con aceite de maíz, con sirope de caramelo o con aceite vegetal. Notamos que mientras más viscosas y espesas eran las soluciones, más placer parecía experimentar el cerebro al probarlas”, explicó Iván de Araujo, uno de los miembros del equipo de Oxford que ha publicado los resultados en el diario científico Neurociencia.
Al parecer, la región protagonista de las texturas es la corteza cingulate, conocida por los neurólogos debido a sus vínculos con aspectos de la vida que nos causan placer. Así, si usted se saca la lotería, si recibe una caricia o si se encuentra ante la presencia de un grato aroma de perfume, esta corteza se ilumina con actividad. De la misma forma, el nuevo estudio confirma que esta área también se activa cuando distinguimos texturas pastosas y densas en nuestras bocas.
“En definitiva, la textura nos hace percibir de forma distinta lo que comemos y al cerebro le agradan mucho precisamente todas esas texturas que encierran, más que un exquisito placer, un sinnúmero de calorías”, concluyó Edmund Rolls, también de Oxford.
El apetito y el cerebro
Otro estudio esta semana segura que la hormona conocida como leptina puede cambiar los circuitos cerebrales y aumentar el apetito si no se encuentra en cantidades normales. Hoy, otro estudio asegura que no sólo el apetito interviene en el engorroso proceso alimenticio sino que la textura, más que el olor y el sabor, también causa ricos placeres en la materia gris.
Evolución y hambre
Las comidas ricas en grasas y azúcares también son ricas en energía. Es posible, de acuerdo con los expertos, que el cerebro haya desarrollado el gusto por este tipo de comidas para almacenar las grasas que podría necesitar en tiempos de hambruna.
El futuro de la comida
Estos estudios pueden ayudar en el diseño de comidas que producen placer pero sin que hagan daño al organismo. Por ejemplo, algunas compañías están invirtiendo dinero en experimentos científicos para engañar al cerebro con bebidas que se sienten frías aún estén a temperatura ambiente. También se están diseñando texturas densas y espesas, con el sabor y el olor de las naturales, pero sin las calorías extras y la grasa nociva para el corazón y la circulación.
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