Evolución social. Primatólogos, psicólogos y neurólogos han realizado varios experimentos que demuestran que la capacidad para el engaño y la mentira, mejora mientras más compleja sea el volumen de la neocorteza cerebral.
Un joven babuino, culpable de varias travesuras, huía de su madre que se empeñaba en enseñarle buenos modales con una paliza. El pequeño primate, loco por escapar al castigo, de repente se detiene en medio de la persecución y comienza a escanear el horizonte como si escuchara o viera algo interesante. El acto entretuvo a todo el grupo de babuinos, incluida la madre, que comenzó a prepararse para defender el territorio de los supuestos intrusos, y el astuto joven logró así desviar la atención materna y evitar el castigo.
¿Le parece una conducta familiar? Ciertamente, el engaño y la mentira han sido parte siempre de nuestro desarrollo social. Y ahora, científicos han confirmado algo que los evolucionistas sospechaban desde hace mucho tiempo: mientras más grande el cerebro, más compleja será la capacidad para engañar y mentir. Y de ejemplos está hecho el mundo, especialmente cuando hablamos de políticos y negocios, pero la conducta caracteriza a todos los primates. Aunque, como en todo, los humanos nos llevamos el primer premio.
Richard Byrne y Nadia Corp, ambos de la Universidad de St. Andrews, en Escocia, han estudiado este arte de engañar en varias especies de primates y han definido con detalles la relación entre la neocorteza cerebral y la complejidad de la mentira. Esta estructura cerebral es relativamente nueva, es decir, se encuentra entre las piezas fundamentales que se desarrollaron al final de la evolución primate. Obviamente, mientras más grande la capacidad de razonamiento, más complejas serán las mentiras que diremos.
“Los humanos tenemos una neocorteza densamente corrugada, lo que nos permite mentir crónicamente y con aplomo”, expresó Bella De Paulo, profesora de psicología de la Universidad de California en Santa Barbara. De Paulo y sus colegas realizaron una interesante investigación con más de un centenar de voluntarios, tanto estudiantes como empleados. Los voluntarios, elegidos al azar, debían mantener un diario donde escribían sus conductas diarias y, cada vez que mentían, tenían que explicar cómo y por qué. Los resultados no deben extrañarnos ya que, realmente, la vida social exige mentiras. “Los estudiantes mentían por lo menos dos veces al día mientras que los miembros de la comunidad decían por lo menos una, diariamente. Afortunadamente, la mayoría de las mentiras carecían de importancia, como las que decimos cuando alguien nos llama y no queremos hablar con ellos o un amante que asegura extrañar a la pareja cuando no es cierto”, agregó.
El deseo de que nos mientan
En más de cien estudios realizados sobre la mentira, los investigadores han detectado una acción que denominan “ceguera de la mentira”, en la que los voluntarios parecen desear ser engañados, como cierta preferencia hacia la fábula estilizada que a la cruda verdad. Lo que tiene mucho sentido en la sociedad humana. “Existe una motivación contraintuitiva para no detectar las mentiras o ya nos hubiésemos hechos campeones en el arte de descubrir al mentiroso”, explicó Angela Crossman, psicóloga del Colegio Universitario de Justicia Criminal John Jay. “A lo mejor la persona no desea saber que la comida que acaba de cocinar no huele ni sabe bien o que su esposo la está engañando”. Ciertamente, el mundo que nos rodea y todos sus animales utilizan algún tipo de engaño para salirse con la suya, ya sea cambiar de apariencia para no ser descubiertos, aves que fingen que se han roto el ala para alejar el depredador del nido y peces que se mueven como gusanos para atrapar su comida. Este engaño natural ha avanzado en primates para convertirse en mentira táctica.
La mentira en el reino de los primates
El cerebro alcanzó su punto máximo en los primates, especialmente en el Homo sapiens. De hecho, de acuerdo con el gran primatólogo Frans B. M. de Waal, profesor en el centro para primates de la Universidad Emory, ha observado a chimpancés y orangutanes en sus intentos de engaño. “Muchas veces quieren que los humanos se acerquen y toman una pajita en la mano y la enseñan con el rostro más amigable que hayas visto. Pero cuando el humano piensa que el chimpancé es amigable y se acerca, ocurre lo peor, el animal lo agarra por un tobillo, por ejemplo, y se acerca para probarlo con una mordida. Lo interesante es que este comportamiento no resulta entre ellos, se conocen muy bien para caer en ese engaño”, explicó. Aunque los primates mienten para salirse con la suya, como el joven babuino. Un chimpancé enamorado pondrá las manos sobre su erección si el macho alfa se presenta. Hasta los delfines aprenden a engañar. Cuando los entrenadores les enseñaron a limpiar la piscina y recibir un premio por basura presentada, una hembra elaboró un plan donde escondía debajo de una piedra varias piezas de basura y la llevaba una por una al entrenador, recibiendo más premios que los demás.
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