Disciplina. El valle de lo inverosímil es ese espacio que cruza la persona cuando el agente deja de gustarle porque algo raro aprecia en él ya que a pesar de aparentar humano, ciertas incongruencias lo revelan como robot
Esa intensa emoción que suscitan ha sido protagonista de la buena ciencia ficción en robótica. Por alguna razón, mientras más parecidos a nosotros sea el extraño, más nos desconcierta, y ahora estamos hablando de la especie completa. Cuando el robot se parece a nosotros, no como el divertido R2D2 o el necio C3PO, nuestros cerebros se ponen en alerta.
Por supuesto, la primera explicación que llega a la mente es pensar que se trata de lo extraño. ¿Pero lo extraño a qué? Al parecer, necesitamos entender qué es lo que existe de anormal de esta persona que parece un humano pero que no lo es; y por mucho tiempo. Pues ahora, un equipo en la Universidad de California en San Diego se puso a observar y analizar los cerebros en estas situaciones, buscando respuestas a la desavenencia perceptiva, ¿qué realmente la causa?
No se trata de un fenómeno nuevo y las personas acostumbradas al mundo de la robótica lo conocen bien. De hecho, ellos tienen un nombre para esa sensación que ocurre cuando el objeto deja de gustarte precisamente por el parecido que tiene a los humanos sin serlo: se llama “el valle de lo inverosímil”.
“Las personas responden positivamente a un agente que comparta algunas de las características con los humanos, pensemos en los muñecos, los animales parlanchines, los robots, de hecho, en pruebas sobre personajes y películas, hemos visto que mientras más humano se convierte el agente pues más gusta. No obstante, hay un momento en que comienza la caída, cuando el agente es percibido como extraño y desconcertante. Los personajes de la película “Polar Express”, por ejemplo, lucían muy humanos para gustar, lo mismo ocurre con los androides japoneses llamados Q2 que también caen en el valle de lo inverosímil”, explica Ayse Pinar Saygin, uno de los autores de la investigación que utilizó a los Q2 en los videos.
Pero no se sabía por qué ocurría esto, o no se había visto. El equipo en San Diego usó resonancia magnética para ver los cerebros mientras observan videos de un robot, un androide y un humano. La idea era descubrir y entender sistemas cerebrales, esos que tienen que ver con la apariencia humana y con su movimiento, dos cosas distintas. Los investigadores buscaban qué era más atrayente para el cerebro en su “sistema perceptivo de acción” y si de esta forma es más probable comprender las acciones y los movimientos humanos.
No muy apegados a los robots
Lo primero fue escoger el grupo de muestra. Los investigadores no querían japoneses por sus lazos culturales con la robótica, así que eligieron 20 personas, entre los 20 a 36 años, que no estuviesen para nada familiarizados con los robots. Este grupo observaría 12 videos de lo que en Japón se llama Repliee Q2; este androide realiza acciones distintas, desde asentir y saludar hasta tomar agua y levantar un papel de la mesa. Un humano y un robot harían las mismas cosas en otros videos. De esta forma, los voluntarios veían acciones de humanos biológicos, robots con apariencia y movimientos mecánicos y un androide, un agente que parece humano pero se mueve como robot.
Los voluntarios vieron primero los videos sin resonancia magnética y fueron informados cuáles eran humanos y cuáles no, (para evitar reacción de sorpresa o asuntos inexplicables después) al final, los investigadores se dieron cuenta de que todo se trataba de la incongruencia.
La desproporción es clave
“Al cerebro no parece importarle la apariencia biológica ni el movimiento biológico per se, lo que parece hacer es buscar que sus expectativas sean alcanzadas, que la apariencia y el movimiento sean congruentes. El problema comienza cuando, luego de toda una vida de experiencias, el movimiento y la apariencia no son proporcionados”, dice Saygin.
Los investigadores notaron el gran cambio allí, en la desproporción al ver al androide. En ese momento, la corteza parietal de ambos hemisferios se iluminaba, especialmente en la trayectoria de la corteza visual que procesa los movimientos corporales con la sección de la corteza motora donde se piensa habitan las neuronas espejo, o de empatía, que nos permiten realizar la teoría de la mente y ponernos en los pies de los demás.
“Es posible que nuestros cerebros se acostumbren a los androides con el tiempo, especialmente cuando luzcan menos incongruentes, pero también es posible que ese fenómeno nos impida elaborarlos aún más y que decidamos no hacerlos tan cercanos a nuestra imagen, tan parecidos a nosotros”, asegura.
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