Un día el Demonio venció a Dios en la guerra por el cosmos. La derrota redujo su condición a la de hombre, estado desde el cual decidió seguir luchando sabiendo lo estéril de su intento. Murió en un planeta llamado Tierra, cabeza abajo atado y clavado a una cruz. El Demonio vencedor no quiso importunar a otras criaturas del cosmos, más poderosas que Dios y aún que Él, hasta afianzar su poder en el sitio Divino. Decidió pasar desapercibido para lo cual fue muy hábil, pues al comienzo sólo se limitó a imitar sistemáticamente todas las actitudes de Dios. Por su puesto, esto no fue difícil para el Demonio y la impostura fue perfecta. Pasaron eones y algunas criaturas del cosmos, las de orden más alto, percibieron una evolución en la perfección de Dios. Estas criaturas superiores que percibieron la evolución de la entidad Dios, se reunieron para tomar una decisión que asegurara la continuidad del equilibrio en el cosmos. Pidieron a Dios que creara una criatura igual a Él, pero de naturaleza opuesta, que luego llamarían Demonio.
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