Chicxulub y el pastor protestante

“La ciencia tiene pruebas pero no está segura. Los creacionistas están seguros sin pruebas”.

—Ashley Montagu

La ciencia y la religión difieren en la forma como obtienen el conocimiento. En la primera se usa el método científico, mientras que la segunda se basa en la “revelación”. El conflicto entre estos dos magisterios se da cuando la religión intenta explicar el mundo natural desde una óptica fundamentalista que hace caso omiso a las evidencias.

El caso de Galileo Galilei ha sido uno de los enfrentamientos más álgidos entre el literalismo bíblico y la ciencia. El 5 de marzo de 1616 la Iglesia Católica condenó a Galileo Galilei por su teoría de que la Tierra gira alrededor del Sol, siendo la propuesta heliocentrista contraria a la interpretación literal de algunos versículos de la Biblia. Actualmente muchas personas recuerdan este episodio como la lucha del heliocentrismo contra el geocentrismo, pero en realidad significó una lucha mayor: Galileo revolucionó la forma de acercarse al Universo y conocer sus secretos; significó el pisoteo a los argumentos de autoridad y el inicio de la búsqueda de evidencias como una buena razón para creer algo. Galileo dejó sentada esta nueva posición cuando dijo: “Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca a uno solo, eso sería facilísimo…, pero las cosas no van por ese camino…, porque sería necesario no sólo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al cielo”.

Pasados ya muchos años desde estos hechos, muchas personas piensan que los días del oscurantismo se han ido para siempre, pero en la época de la informática, los viajes espaciales y la ingeniería genética, la gran mayoría de las personas son analfabetas en ciencias (Carl Sagan afirmó que en los Estados Unidos el porcentaje de analfabetismo científico es de un 95%). Esto es especialmente cierto en el tema de los orígenes, pues un gran número de personas no aceptan que los seres humanos seamos producto de un largo proceso evolutivo; es más: muchas iglesias fundamentalistas han patrocinado una pseudociencia denominada “creacionismo científico”. Hoy bien podríamos parafrasear las palabras de Galileo: “Si para suprimir la teoría de la evolución bastase con cerrar la boca a uno solo, eso sería facilísimo…, porque sería necesario no sólo prohibir el libro de Darwin y los de sus seguidores sino toda la ciencia biológica y geológica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar el registro fósil o comparar las secuencias de los genes”. Afortunadamente, hoy día las iglesias fundamentalistas no pueden encarcelar a los científicos, los cual nos ha permitido conocer episodios maravillosos de la historia de nuestro planeta. A uno de estos mementos del pasado me referiré a continuación. La extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años, al final de la era Mesozoica (Figura 1), era hasta hace poco un enigma gigantesco. Su desaparición repentina dejó el camino libre a los mamíferos, que de ser pequeños como ratas, pasaron a ser las ballenas, caballos, murciélagos, Ud., yo, y si tiene perros, gatos o hámsteres puede incluirlos también. De no haber desaparecido los dinosaurios quizás seguirían dominando la Tierra.

Figura 1. Escala de tiempo geológico mostrando el límite K-T entre el Cretácico y el Terciario.

Después de 1977, se empezaron a analizar las arcillas italianas del límite K-T (Límite estratigráfico entre el Cretácico y el Terciario, siendo el Cretácico el último período de la Era Mesozoica), en busca de pistas del factor responsable de la extinción de los dinosaurios. Estos análisis arrojaron un resultado extraño: las concentraciones de iridio eran demasiado altas para provenir de muestras tomadas en la corteza terrestre.

El iridio es un elemento del grupo del platino; es escaso en la corteza terrestre porque el hierro del núcleo absorbe este elemento. Entonces, ¿de dónde provino el iridio del límite K-T? Puesto que este elemento es más abundante en los meteoritos que en la corteza terrestre, surgió la hipótesis de que uno de ellos podría haber chocado contra la Tierra hace 65 millones de años. Sin embargo, la comunidad científica con su escepticismo redomado (lo cual es su mejor virtud) exigía más pruebas. Posteriormente se comprobó la misma anomalía de iridio en otros lugares: Dinamarca, España, Nueva Zelanda, Estados Unidos y el Océano Pacífico. Se encontró después, en las mismas arcillas, cuarzo con marcas de una gran colisión y esférulas del tamaño de milímetros, que eran residuos de la roca alcanzada por el meteorito (esto se supo por la composición molecular de sus minerales). Pero la hipótesis del impacto necesitaba la prueba reina: el cráter producido por el impacto. Las pistas para llegar a él las proporcionaron los indicios del paso de un terrible tsunami de hace 65 millones de años el cual, por su fecha, podría relacionarse con el impacto. Estos indicios se encontraron en Haití y Texas lo que indicaba que el cráter se encontraba en algún lugar del Golfo de México. Posteriormente, en el año de 1991 y tras 11 años de trabajo, se había podido demostrar la realidad del impacto. El cráter se encontró enterrado en la península de Yucatán en la región de Chicxulub y su edad era exactamente la de 65 millones de años. ¡Por fin el asesino había sido descubierto!

Los organismos que se extinguieron en la catástrofe fueron muchos: dinosaurios, pterodáctilos, reptiles marinos, ammonites (en Villa de Leyva, Boyacá, se encuentran sus fósiles por montones), organismos microscópicos del mar llamados foraminíferos y muchas plantas, que se sabe que se extinguieron porque el polen se fosiliza. Los restos fósiles de los infortunados se hallan hasta la capa que está debajo de las arcillas que marcan el límite K-T.

Después de recogida la evidencia del “asesino” se pudieron reconstruir los hechos del “momento del crimen”: Mientras que en Norteamérica vagaban manadas de Triceratops, seguidas de cerca por Tyrannosaurus rex, y mientras la parte occidental de Colombia estaba cubierta por un mar en el que nadaban miles de ammnonites, un meteoro cruzó el cielo y chocó contra la península de Yucatán a 30 km/s o más. El aire comprimido por debajo del meteoro produjo un ruido inmenso y su temperatura subió a niveles altísimos. Las elevadas temperaturas producidas en el momento del impacto propiciaron reacciones químicas en las moléculas del aire permitiendo la formación de sustancias ácidas que después del impacto llovieron sobre la Tierra. El impacto a tal velocidad no duró más de 3 segundos, pero sus consecuencias fueron definitivas. La onda de choque cruzó 3 kilómetros de piedra caliza, hizo trizas el meteoro y luego la roca se fundió y evaporó.

Los restos de la colisión fueron expulsados hasta salir de la atmósfera; el calor extraordinario generado por el impacto junto con el calor de los eyectos balísticos por la fricción con el aire provocaron gigantescos incendios en toda Norteamérica. Un terrible tsunami, con una ola calculada en varios kilómetros de altura barrió las costas del Golfo de México. Los restos del impacto dieron la vuelta al planeta, impidieron el paso de la luz del sol, dejaron la Tierra a oscuras durante meses y dispersaron el iridio por todo el mundo. La fotosíntesis se detuvo, los ecosistemas colapsaron, y los grandes reptiles dieron su adiós para siempre. Bueno, pero todo no fue tristeza: los pequeños mamíferos, los cocodrilos, tortugas, muchos peces, aves y lagartos sobrevivieron, y es por esta razón que Ud. en este momento puede estar leyendo este relato.

La abundante evidencia de la extinción a causa de un meteorito hace 65 millones de años se constituyó en una tremenda cachetada para las explicaciones amañadas de los creacionistas, igual que lo fue la demostración de la existencia de las lunas de Júpiter para el clero en la época de Galileo. Esta evidencia generó muchas preguntas embarazosas:

¿Cómo explican los creacionistas que la anomalía de iridio se encuentre en las arcillas del límite K-T del mundo?
¿Cómo explican los creacionistas que a pesar de su ataque a los métodos de datación, todas las arcillas con anomalías de iridio y con cuarzo impactado de finales del cretácico dan la misma fecha de 65 millones de años?
¿Cómo explican la existencia del cráter de Chicxulub de 180 km de diámetro, que atestigua la colisión de un meteoro de 10 a 15 kilómetros de envergadura?
¿Cómo explican, si no es por medio de una extinción masiva, que todos los grandes reptiles se encuentren sólo en los sedimentos de 65 millones de años para atrás y todos los mamíferos grandes de esa fecha en adelante?
¿Si supuestamente fue un diluvio lo que extinguió a los dinosaurios, como es que también se extinguieron animales marinos como los ammonites?

En las iglesias fundamentalistas, los pastores dicen que los dinosaurios se extinguieron en un diluvio universal, sólo porque necesitan desesperadamente dar una explicación para el final de estos majestuosos animales. Ahora, ¿qué harán con el cráter de Chicxulub? ¿Esconderán de la gente un cráter de cerca de 180 kilómetros de diámetro de la misma manera como hicieron los católicos en 1616 con las lunas de Júpiter o con las manchas solares? En verdad, la mejor estrategia que tienen los pastores es mantener a sus fieles en la ignorancia. Yo fui criado en una iglesia que es creacionista. En 1997 empezaba a tener mis primeras dudas, y fue por esos días que le pedí a un pastor que me dijera cómo entender los hechos del meteorito que colisionó en Yucatán, pues esto no favorecía la idea de que la vida sólo tuviese 6 mil años y que todos los fósiles fueran producto del Diluvio. A esto, él me respondió: “Eso es lo que el enemigo (tradúzcase “el Diablo”) quiere: Que los Hijos de Dios pierdan su fe en la Palabra por atender teorías de hombres. No hagas caso a esto; los científicos siempre andan preguntándose cosas y nosotros no, porque no hay necesidad de buscar respuestas sobre el pasado: ¡nosotros tenemos en la Biblia todas las respuestas!” Afortunadamente me di cuenta que estaba siendo engañado, que el creacionismo es una farsa y que sus esfuerzos solo son válidos en la medida que se mantenga a la gente en la ignorancia.

Lecturas recomendadas

Para ampliar sobre este tema, puede consultar la página del Grupo de Investigación del Cráter de Chicxulub del Instituto de Geofísica de la U.N.A.M.

  • Tyrannosaurus Rex y el cráter de la muerte. Walter Álvarez.

    Editorial Critica (Grijalbo Mondadori S.A.)

Es una excelente obra de divulgación científica, escrita por el científico que trabajo de primera mano con la hipótesis del impacto extraterrestre.


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