Con la expresión “siete tiempos” la Sociedad Watch Tower, que dirige y administra los asuntos de los Testigos de Jehová, se refiere a los siete tiempos de los que habla el profeta Daniel y que hallamos en el capítulo 4 de su libro, versículos 31 y 32, donde leemos: “A ti se te dice, oh Nabucodonosor el rey: ‘El reino mismo se ha ido de ti, y de la humanidad te echan, sí, y con las bestias del campo tu morada será. Vegetación te darán aun a ti para comer tal como a toros, y siete tiempos mismos pasarán sobre ti, hasta que sepas que el Altísimo es Gobernante en el reino de la humanidad, y que a quien él quiere darlo lo da”. Estos siete tiempos los considera la Sociedad Watch Tower como un periodo profético de 2.520 años que van del 607 antes de nuestra era (año que estiman fue el de la destrucción de Jerusalén por los babilonios) hasta el 1914 (en que dio comienzo la I Guerra Mundial).
Tal periodo de 2.520 años no es en realidad una interpretación original de los Testigos de Jehová, como bien lo expresa la Watch Tower en el libro “Proclamadores”, página 134, donde señala que el año 1914 fue propuesto (y el periodo de siete tiempos calculado) antes de Charles Taze Rusell, fundador del movimiento jehovista en 1879, sino que éste lo adoptó en 1876 del adventista Nelson H. Barbour, quien colaboró con Rusell por un tiempo. Barbour a su vez había tomado la idea de otros predicadores e intérpretes bíblicos que le antecedieron, entre ellos E. B. Elliott y William Miller, este último considerado como el fundador del movimiento adventista, también denominado millerista. Estos habían recogido los cálculos de un tal John Aquila Brown, que fue el primero que en 1823 expuso la teoría de los 2.520 años, si bien fijó su comienzo en el 604 antes de la era común (a.e.c.) y el final en 1917 de la era común (e.c.). Brown se había inspirado a su vez en las interpretaciones de quienes le precedieron años e incluso siglos antes. Por esa razón no solamente los Testigos de Jehová, sino también los adventistas, tienen presente el periodo de 2.520 años, aunque difieren en las fechas de comienzo y finalización.
¿Cómo llegaron tales personas a la conclusión de que los siete tiempos del profeta Daniel equivalían a 2.520 años? Daniel no menciona que los siete tiempos sean un periodo tan largo. Es más, el profeta solamente aplica esos siete tiempos al rey Nabucodonosor, al anunciarle que sufriría un periodo de enajenación mental que le duraría un lapso de siete tiempos. Los eruditos bíblicos entienden que esos siete tiempos equivalieron a los hipotéticos siete años que Nabucodonosor pasó trastornado y alejado del trono, finalizados los cuales se recuperó. La Historia calla al respecto, aunque la posibilidad de que el rey sufriera el mencionado trastorno por siete años cae dentro de la lógica, si bien los estudiosos no han hallado evidencia del hecho ni del periodo, ya que casi todos los años de su reinado están documentados en tablillas y su estudio no permite hallar siete años consecutivos de ausencia real, y menos en los años finales de su reinado, que es cuando los siete tiempos entrarían en acción, no antes ni al principio de su ascenso al trono, pues el relato bíblico menciona que Nabucodonosor acababa de enorgullecerse verbalmente de las magníficas construcciones que había realizado en Babilonia cuando Daniel le habló a continuación de los siete tiempos que había de sufrir.
El fundador de la Watch Tower, C. T. Rusell, hizo suyos los cálculos que le había pasado Barbour, quien estimó que esos siete tiempos comenzaron en el año de ascenso de Nabucodonosor, a su entender el 606 a.e.c., si bien los historiadores calcularon (y continúan calculando con mayores evidencias) que el año de ascenso de Nabucodonosor fue el 605, un año después de lo estimado por Barbour. Partiendo del 606 a.e.c. llegó Barbour a 1914, año en que a su parecer acontecería el Armagedón o destrucción del mundo impío y comienzo efectivo del reinado de Cristo sobre la Tierra, aunque la presencia de Cristo en su Reino la situó en 1874, con lo que daba un margen de cuarenta años entre su presencia y la destrucción del sistema mundial. Esta misma opinión fue la que tomó Rusell, quien, convencido de lo correcto de los cálculos de Barbour, elaboró en 1879 la doctrina básica de los Estudiantes de la Biblia, que en 1931 adoptaron el nombre de Testigos de Jehová.
La doctrina básica de los Testigos de Jehová, y que es el objeto principal de su predicación mundial, señala que la fecha de 1914 es inamovible. Aunque en un principio Rusell y sus Estudiantes de la Biblia entendieron que 1914 sería el del Armagedón o destrucción del sistema político, no fue hasta principios de los años cuarenta en que se estableció que 1914 tan solo fue el año de comienzo del reinado o toma de posesión de Cristo como rey, trasladando a 1914 la fecha de 1874 (que hasta entonces se creía la de ascenso de Cristo al reinado). Rusell murió en 1916 creyendo que el Armagedón era inminente y que probablemente había un error en el cálculo que señalaba a 1914 (aunque al principio defendió con ahínco la fecha). Para él el armagedón y el establecimiento del Reino de Dios estaba al caer en aquellos años, sino en 1914, en el siguiente o siguientes.
En lo que posteriormente difirió Rusell de Barbour fue en la atribución al año 606 a.e.c. del ascenso al trono de Nabucodonosor. Para Rusell lo que aconteció en el 606 fue la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, dándose comienzo en tal año a los “tiempos de los gentiles o de las naciones”, naciones que habrían de gobernar por un periodo de 2.520 años desde que el Reino de Dios terrestre fue suprimido de Jerusalén, pues se entendía que los reyes de Judá se sentaban en el trono de Jehová o Yavé en aquella ciudad. Así que, cuando la ciudad fue destruida y la línea de reyes interrumpida, ya no había Reino de Dios sobre la tierra. Como Jesucristo dijo que “Jerusalén sería pisoteada hasta que se cumplieran los tiempos señalados de las naciones”, los Estudiantes de la Biblia, como lo había hecho antes Barbour, dieron por sentado que esos tiempos comenzaron en el 606 a.e.c. y durarían hasta 1914.
No obstante, Rusell cometió un primer error de tiempo al adoptar el cálculo equivocado de Barbour, porque del 606 a.e.c. hasta el 1914 median exactamente 2.519 años y no 2.520. Ni Barbour ni Rusell habían tenido en cuenta que no existe año cero en la línea de cómputo que separa nuestros años de los años anteriores a nuestra era. Así que mucho después de la muerte de Rusell, la Sociedad Watch Tower con su Cuerpo Gobernante al frente, para no desplazar el año 1914, corrigió el error sobre el papel y trasladó la destrucción de Jerusalén al año 607 a.e.c., es decir, al año anterior al 606 (no olvidemos que los años a.e.c. se cuentan desde atrás hasta el año 1, al revés que nosotros, que lo hacemos desde el año 1 hacia adelante). No nos detendremos a considerar que la evidencia científica en los campos arqueológicos y astronómicos (y está confirmado con los modernos programas informáticos de astronomía), señala, en contra de la caduca opinión no documentada de la Watch Tower, al año 587 a.e.c. como el de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Para el caso que aquí nos ocupa, tal diferencia de 20 años no tiene gran importancia.
Volvemos a la pregunta que dejamos atrás: ¿Cómo los que precedieron a Rusell y Rusell mismo llegaron a la conclusión de que los siete tiempos del profeta Daniel equivalían a 2.520 años? ¿Cómo se dio comienzo al cómputo de los 2.520 años? En principio se estimó que los siete tiempos de los que hablaba Daniel equivalían a siete años; pero, ¡atención!, no a siete años solares de 365,25 días, sino a siete años proféticos de 360 días cada uno. De aquí parte todo el asunto. Se trata en principio de 7 años proféticos de 360 días, lo que supone 2.520 días (7 x 360). Si se hubieran aplicado los 7 tiempos a años solares serían 2.557 días en números redondos (7x365,25). Distinguimos, pues, entre años solares o comunes y años proféticos. La profecía de Daniel de los siete tiempos comenzó a interpretarse como de siete años proféticos.
Ahora bien, algunos de los que decían entender los escritos bíblicos, y especialmente quienes desde Brown hasta Rusell se dedicaron a especular sobre los siete tiempos de Daniel, a los 2.520 días proféticos de que constaban los siete tiempos les aplicaron la regla de “un día por un año”, según deducían de los textos bíblicos de los libros de Números 14:34 y Ezequiel 4:6, textos que nada tienen que ver con las profecías de Daniel. De esta manera los 2.520 días proféticos se convirtieron en 2.520 años; pero, ¿son años proféticos de 360 días o se trata de años solares de 365,25 días? Porque si se han comenzado a contar los siete tiempos de Daniel como años proféticos, es de ciencia y razón continuar la operación con años proféticos. Pero se evidencia que no ha sido así, y aquí está el error craso que Rusell aceptó de Barbour, ya que éstos contaron en principio los siete tiempos como años proféticos y, al elevar los días resultantes a años, es decir, los 2.520 días proféticos a 2.520 años, resulta que éstos últimos los contaron como años solares de 365,25 días y no como años proféticos de 360 días. Así, pues, los siete tiempos proféticos que supuestamente deberían ser 2.520 años proféticos, se convirtieron, por un involuntario error de apreciación, en 2.520 años solares. Y, al aplicarse 2.520 años solares, que no proféticos, al corregido 607 a.e.c., se llegó al 1914 e.c.
Nuestros ilustres estudiosos de los tiempos no se detuvieron a pensar en los pros y contras de lo que se traían entre manos y realizaron los cálculos con demasiada premura y, por tanto, incorrectamente. Debieron haberse sentado a estudiar imparcialmente durante largo tiempo las Escrituras antes de lanzarse a aplicar profecías de tanta trascendencia y que han trastornado tantos destinos humanos. Hagamos las cuentas pertinentes, partiendo del supuesto de que los siete tiempos comenzaron en 607 a.e.c. Ya tenemos establecido que siete tiempos son siete años proféticos. Y también tenemos establecido o aceptado que los siete años proféticos son 2.520 días proféticos. Incluso aceptamos la sugerencia de que los 2.520 días proféticos son 2.520 años, que por lógica deberían ser proféticos, pero que un malentendido los ha interpretado como años solares. Hemos de corregir, pues, el entuerto y averiguar en primer lugar cuántos años solares son 2.520 años proféticos.
El cómputo es muy sencillo. Primeramente hemos de calcular los días proféticos que contienen 2.520 años solares. Para ello multiplicamos 2.520 años por 360 días y obtenemos el producto de 907.200 días proféticos (2.520 x 360). Seguidamente dividimos esos 907.200 días proféticos entre los 365,25 días del año solar, al objeto de saber el número de años solares a que equivalen y, redondeando a la unidad superior, obtenemos el cociente de 2.484 años solares (907.200/365,25). Así que 2.520 años proféticos equivalen a 2.484 años solares o comunes. Ahora sí, ya establecidos los años solares a que equivalen los 2.520 años proféticos, podemos seguir operando. Si aplicamos el comienzo de los 2.484 años solares al 607 a.e.c., llegamos al año 1878 de nuestra era común, es decir, 36 años antes de 1914. ¿Es tal cálculo corregido motivo para asegurar que en ese año de 1878 comenzó el reinado de Cristo en el cielo y sobre la tierra? Pero si la destrucción de Jerusalén se cuenta en el 587 a.e.c., es decir, veinte años después, obtenemos el año 1898 como el del final de los siete tiempos proféticos, también bastante adelantado al incorrectamente calculado de 1914.
Procedamos de otro hipotético modo, esta vez con años solares desde el principio. Imaginemos que los siete tiempos son siete años solares, con lo que obtenemos 2.557 días redondeados. Si a éstos les aplicamos la regla de “un día por un año”, alcanzamos 2.557 años solares. Y aplicando el producto al 607 a.e.c. llegamos al año 1951 e.c. Y, si la destrucción de Jerusalén aconteció en 587 a.e.c., contamos veinte años más y alcanzamos el 1971 e.c. ¿Quiere esto decir que los predicadores milleristas y adventistas, así como Rusell, el fundador de la Watch Tower, se precipitaron en los cálculos y los siete tiempos no terminaron hasta varios decenios después de lo que anunciaron?
Pero si hubiera que buscar una aplicación literal y más realista de cuándo comenzaron los siete tiempos, no cabe duda de que éstos principiarían en los últimos años del reinado de Nabucodonosor, que es cuando el profeta Daniel le habló de los siete tiempos que habría de experimentar el propio rey tras haberse vanagloriado de lo mucho que había hecho por Babilonia. Por tanto, y dado que la historia demuestra (demuestra, no simplemente afirma) que Nabucodonosor ascendió al trono en el 605 a.e.c., los siete tiempos habría que contarlos lógicamente a partir de los últimos años de su reinado, que duró un total de 43, hasta el 562 a.e.c., en que le sucedió su hijo Evil Merodac o Amel Marduk, quien solamente reinó durante dos años.
Lo que aquí se pretende demostrar es que existe un error de estructura en la afirmación watchtoweriana de que los siete tiempos de los que habla el profeta Daniel comenzaron en el 607 a.e.c. y terminaron en 1914 e.c. En realidad hay muchos más errores estructurales, pues la Biblia no dice en ninguno de sus textos que los siete tiempos que se aplican a Nabucodonosor sean un periodo de 2.520 años. Eso únicamente es una elucubración infundada de unos pocos que creían tener un conocimiento superior de los entresijos bíblicos; pero está demostrado que erraron en unos simples cálculos. Y si erraron en algo tan elemental, ¿qué será de las doctrinas que edificaron sobre ese primario pero descomunal error, doctrinas y profecías que se obligan a rectificar constantemente, a medida que el tiempo avanza y no se cumple lo que con tanto énfasis anunciaron e hicieron anunciar a otros?
Una persona inteligente no puede, sin sopesar las consecuencias, construir el edificio de su vida sobre el fundamento de una fecha errónea y mucho menos entregarse sin condiciones a una causa que es mera especulación humana, por sincera que sea o pueda parecer. Quien acepta y acata sin someter al escrutinio de la razón cuanto le dicen, se expone a ser esclavo de las creencias de otros y a regir su vida por las extravagantes reglas que por ellos le son impuestas. Y todo por un error de fechas.
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