En los relatos evangélicos llama poderosamente la atención la constante mención a las muchedumbres que de un lado para otro seguían a Jesús de Nazaret. Fue precisamente ante las muchedumbres que Jesús realizó la mayoría de sus milagros, como dos veces la multiplicación de los panes y los peces, las resurrecciones y las múltiples curaciones de ciegos, cojos, mudos y leprosos, entre otros. Algunos estudiosos bíblicos opinan que, sin muchedumbres, difícilmente habrían acontecido los milagros y aún el propio sermón del monte. Es decir, que si no hubieran existido muchedumbres que siguieran a Jesús, tampoco tendrían razón de ser los milagros y las palabras del famoso sermón. He aquí algunos ejemplos de pasajes evangélicos que mencionan a las muchedumbres que nos ocupan:
Mucha gente de Galilea, de los pueblos de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la región al oriente del Jordán seguía a Jesús. (Mateo 4:25)
Como se reunió mucha gente, Jesús subió a una barca y se sentó, mientras la gente se quedaba en la playa. (Mateo 13:2)
Mucha gente se reunió donde él estaba. Llevaban cojos, ciegos, mancos, mudos y otros muchos enfermos, que pusieron a los pies de Jesús, y él los sanó. (Mateo 15:30)
Entonces mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y los pescados y, habiendo dado gracias a Dios, los partió y los dio a sus discípulos, y ellos los repartieron entre la gente. (Mateo 15:35-36)
Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se alborotó, y muchos preguntaban: «¿Quién es éste?» Y la gente contestaba: «Es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea». (Mateo 21:10-11)
¿Pudo haber tenido Jesús a su alrededor estas muchedumbres que mencionan los evangelistas? Se dice que los evangelios fueron escritos en el primer siglo de nuestra era por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, todos ellos presuntamente judíos. De ser así, hubieran estado al tanto de que las tierras de Judea, Samaria y Galilea estaban bajo la dominación romana, algo que indignaba a sus habitantes. Si los evangelios hubieran sido escritos por los citados autores judíos, no se les habría pasado por alto que los romanos acudían prestos a disolver cualquier grupo multitudinario que se formaba, aunque fuera con fines pacíficos, y por tanto no era posible que nadie hablara libremente a unas multitudes concentradas a su alrededor. Siempre que se constituía un grupo del tipo que fuera, éste caía bajo la sospecha de los gobernantes romanos, que temían que el grupo en cuestión fuera a desembocar en rebeliones, por cuya razón era prontamente disuelto, si fuera menester, con las armas.
Incluso durante la Pascua, en que Jerusalén se llenaba de gentes venidas de muchas partes, los romanos vigilaban constantemente a las multitudes que acudían a los patios del Templo. En su obra “Antigüedades de los judíos”, el historiador Flavio Josefo, que nació en la primera mitad del siglo I, escribe acerca del procurador Cumano: “En la fiesta de la Pascua… congregándose una gran multitud… Temeroso Cumano de alguna sedición, ordenó que una cohorte se apostara con sus armas en los pórticos del Templo… Así acostumbraban a hacerlo antes que él los procuradores de Judea…” (Antigüedades de los judíos, 20, V, 3). Nótese que esto era una costumbre.
Los grupos subversivos se reunían a escondidas en los desiertos y en los montes; pero raro era que los romanos no estuvieran al tanto de ello y allí acudían a desbaratarlos, ocasionando por lo general grandes matanzas. Josefo escribe al respecto en su obra “Guerra de los judíos”, capítulo 2, XII: “Otros hombres… pretendiendo con sombra y nombre de religión hacer muchas novedades… se salían a los desiertos y soledades, prometiéndoles y haciéndoles creer que Dios les mostraba allí señales de la libertad que habían de tener. Envió contra éstos Félix… gentes de a caballo y de a pie, todos muy armados y mataron gran muchedumbre de judíos”.
Teniendo en cuenta lo precedente, difícil es concebir que en el desierto se reunieran muchedumbres en torno a Juan el Bautista, como indica Marcos 1:5: “Acudían a él de toda la región de Judea, todos los moradores de Jerusalén, y se hacían bautizar por él en el río Jordán”. E igualmente resulta difícil concebir las multitudes que se reunían en torno a Jesús y ante las cuales dicen los evangelios que realizó el nazareno sus milagros más espectaculares. Es indudable que quienes escribieron los evangelios no conocían más que de oídas las costumbres reinantes en la Palestina del siglo I. Y si tales autores hubieran redactado los evangelios con posterioridad a dicho siglo, que es lo más probable, sobra decir que no leyeron bien al historiador judío Flavio Josefo, quien dejó constancia de que los romanos disolvían al instante cualquier concentración de muchedumbres, y más cuando se reunían en torno de alguien que decía ser rey, aunque su reino no fuera de este mundo.
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