El cristianismo como fuente de violencia, intolerancia y prejuicio individual y grupal

Originalmente publicado en dos partes en el blog Naturaleza y racionalismo [1], [2]

El Cristianismo fue instituido por Jesús como la religión que lo reconoce a él mismo como Hijo de Dios. Se originó en Jerusalén por los años 30 y 43 A.C mientras gobernaba el emperador romano Tiberio. Las bases sobre las que fundó Jesús su iglesia, se encuentran en las doctrinas profesadas por profetas anteriores a él, como Abraham y Moisés. La historia de ambos es conocida por los relatos bíblicos; pero cabe hacer una observación interesante acerca de Moisés. Se da por sentado que Moisés es de origen hebreo, y que luego vivió en Egipto, donde se convirtió en parte de la nobleza, para luego volver a su pueblo natal, ya convertido al monoteísmo y como profeta de Dios. En Éxodo 2, 5-10 dice:

“Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase. Y cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: De los niños de los hebreos es éste. Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón: ¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño? Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió. Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo saqué.”

En hebreo, el nombre de Moisés es Mosche, que significa “el que saca de las aguas”; algo extraño, puesto que más bien fue él quien fue sacado de las aguas. Por otro lado, el término egipcio Mose significa “niño”. En Egipto, muchos nombres se construían en base a este vocablo; entre los más célebres podemos encontrar a Ram-mose (Ramsés) o Thut-mose (Tutmosis). Esta forma peculiar de asignar nombres poseía en ocasiones significados más largos aún, por lo que en muchos documentos y restos egipcios se puede encontrar fácilmente el término Mose para referirse a un niño cualquiera de manera simple.

Además, el sentido común nos dice que si la hija del Faraón, era egipcia, ¿no tuvo que ponerle un nombre egipcio? ¿Por qué habría de utilizar una denominación perteneciente al idioma del pueblo que los egipcios tenían como esclavos?

Claro, muchas personas se preguntarán cuál es la importancia de este juego idiomático en cuanto al nombre de Moisés. Pero lo que quiero mostrar con esto es que en muchas ocasiones el nacimiento de un patriarca o de algún personaje importante (sobre todo en la historia antigua), era objeto de la creación de mitos y condiciones asombrosas con respecto a su origen. Esto quizás para marcar una diferencia con el común de la gente. Un patriarca o un rey, no pudo haber nacido en condiciones normales, como todo el mundo, sino que la idea de un origen plagado de elementos fuera de lo común, es mucho más llamativa y más digna de una figura de tal magnitud, por lo que se le atribuían tales condiciones.

Volviendo al origen del cristianismo en sí, se puede decir que la doctrina de Jesús fue fundamental para la posterior divergencia entre cristianos y judíos, y fue también, el inicio de una creciente diferencia ideológica y política, hasta el punto que surgieron en los siglos posteriores, odios y conflictos entre estos dos importantes grupos.

La doctrina del Cristianismo se basa en que Jesús (o Cristo) fue enviado por su padre, Yahvé, para morir y subsanar el pecado de toda la humanidad: tanto el pecado pasado como el futuro. Para los Cristianos, Jesús es el Dios Padre hecho humano y además el mayor profeta de la historia de la humanidad. El libro sagrado por excelencia para los Cristianos es la Biblia (a medida que aparecieron las diferentes sectas, surgieron nuevos libros que sirvieron de complemento a la Biblia; el Libro de Mormón para los de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Santos, comúnmente conocidos como Mormones, o los escritos de Elena G. de White para los adventistas).

La doctrina cristiana tiene como base muchas creencias, como la existencia de la Santa Trinidad, el nacimiento de Jesús de una mujer virgen, la inmortalidad del alma y la vida eterna, etc. Obviamente este conjunto de creencias sirven de pilar a la doctrina cristiana, aunque de acuerdo a las sectas que la conforman, hay detalles que varían más o menos. Por ejemplo, el Catolicismo, cree en lo anterior, pero además venera a los santos (personas que vivieron sus vidas al servicio de Dios, y que al morir les fue concedido el honor de ser santos de Dios) y al símbolo de la muerte de Jesús: la cruz. Es al llegar a esta parte, cuando recuerdo las palabras de Lenny Bruce formuladas en el pasado siglo XX:

“Si Jesús hubiera sido ejecutado hace veinte años, los niños católicos irían a la escuela con sillitas eléctricas en sus cuellos, en lugar de cruces”.

Efectivamente, es irónico que el principal símbolo de los católicos sea el objeto en el que su principal profeta y, según ellos, hijo de Dios encontró una horrible muerte. Ya no estoy seguro de si la utilización y popularización de dicho símbolo se encuentra fundamentada en la burla o en la ignorancia de quienes lo impusieron. Pero una cuestión más profunda con respecto a este acontecimiento es el hecho de preguntarse ¿cuál es el sentido de la muerte de Jesús, con respecto a la absolución del pecado original y los pecados de la humanidad? Simplemente no lo hay. El filósofo francés Denis Diderot, ya se había preguntado lo mismo en el siglo XVIII, y lo plasmó de una manera irónica y un tanto burlesca, pero llena de razón: “¿Qué es ese Dios, que mata a Dios para apaciguar a Dios? E incluso, uno podría preguntarse ¿de qué pecado original se habla, si muchas religiones admiten que Adán y Eva solo constituyen una metáfora? Es decir, ¿acaso Jesús murió por un pecado inexistente cometido por personas que nunca existieron?

Por otro lado, a pesar de que básicamente Jesús fue un judío, el catolicismo ha despreciado y perseguido a los judíos; alegando que éstos son los asesinos de Jesús. No existe argumento más ridículo que ese para justificar la crueldad al extremo y los genocidios cometidos desde tiempos de Jesús. ¿Qué culpa tendrán los descendientes de los judíos de la época de Jesús en la muerte de éste? La respuesta es ninguna. Pero el fundamentalismo que ha caracterizado sobretodo a la Iglesia Católica a lo largo de la historia es abrumador. Incluso, los responsables directos de la muerte de Jesús fueron los Romanos y no los judíos, quienes habrían cumplido un papel decisivo, pero indirecto en lo que respecta a su muerte.

Llegó una época en la que Jesús se convirtió en un fenómeno que movía masas de gente; gente que casi en su totalidad eran pobres, enfermos y oprimidos. Este fenómeno se podría explicar desde el punto de vista social, en el que Jesús aprovechó la necesidad de la gente para darles esperanzas con la idea de una vida después de la muerte y con la idea de un Dios que nos ama. Por otro lado, la parcialización de Jesús hacia los pobres y oprimidos, se veía reflejada en su trato hacia la gente adinerada y las autoridades de la época. En la frase atribuida a Jesús: “Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas. Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre al Reino de Dios”, se puede ver claramente de qué lado se encontraba él. La fórmula era simple: Pobres y oprimidos sobrepasan notablemente en número a los ricos y acomodados; entonces, ¡a trabajar con los pobres y oprimidos!. De esta forma, la tarea de Jesús era notablemente más simple y con una probabilidad de expansión mayor, ya que él trataba con gente sufrida, pobre, oprimida, maltratada y rechazada, a los cuales reconfortaba en demasía la idea de una vida mejor después de la muerte y la idea de un Dios que los protegiera y que haría justicia sobre los que se encontraban sobre ellos. De hecho, y al margen de esta interpretación social del fenómeno Jesús, su existencia, en términos históricos, es discutible. Desde mi punto de vista (y desde el de la mayoría de racionalistas), el origen divino de Jesús es inexistente. Pero, una cuestión aparte es si en realidad existió o no.

Muchos historiadores han contribuido a la humanidad con sus registros de diversos acontecimientos sucedidos a lo largo de la historia; algunos contaban con unos cuantos escritos y otros eran escritores prolíficos. Muchos personajes importantes y que causaron algún revuelo político o social en su época, fueron registrados por la historia, al menos en algunos documentos. Pero algo curioso sucede con Jesús. Dada la asunción de que Jesús fue un hombre que movía masas enormes de gente, y que causó un gran revuelo entre las autoridades y los sabios de su época, incluso trascendiendo las fronteras de su nación, cabría esperar que existan numerosos escritos históricos sobre sus milagros, sus hazañas y sus enseñanzas. Pero, la realidad es otra: no los hay.

Un creyente podría argumentar que quizás dichos documentos fueron destruidos por pueblos anticristianos, como un intento de borrar a Jesús del mapa histórico; pero sucede que incluso en una incursión militar tan destructiva hacia un pueblo o pueblos, nunca queda todo destruido, siempre existen restos y vestigios. Además, los escritos y documentos sobre Jesús no hubieran estado acumulados todos en un solo pueblo, sino en varios. Por otro lado, si asumimos que existieron tales documentos, y que fueron borrados en su totalidad, ¿qué hay de la Biblia? Los textos bíblicos y otros textos religiosos son los únicos documentos existentes que hablan sobre Jesús. Existen otros documentos en los que es mencionado: los escritos del historiador del Siglo I, Flavio Josefo, quien, en su muy extensa obra, sólo menciona a Jesús en un par de párrafos. Simplemente, poquísimas evidencias de la auténtica historicidad de Jesús existen hoy en día, exceptuando numerosos textos religiosos, los cuales basan casi todo en la Biblia o en tradiciones orales míticas transmitidas durante los dos últimos milenios. En todo caso, los textos religiosos deberían poder corroborar sus historias con los textos históricos escritos por los cientos o miles de historiadores desde tales épocas, pero la realidad es que no sucede así. Incluso, examinando los evangelios, no existen evidencias de información fidedigna acerca de Jesús, ya que los primeros evangelios datan de finales del Siglo I y principios del II; es decir, nadie presenció realmente las “obras” de Jesús. Incluso, en las primeras menciones del concepto de un Hijo de Dios, no se asocia directamente a este Dios hecho humano, con Jesús.

Poco después de nacer el cristianismo, se origina la Iglesia católica, la cual fue instituida a la fuerza en muchas naciones como la religión oficial (y única), y de maneras nada pacíficas.

Durante casi toda la existencia de la Iglesia Católica, (la cual, dicho sea de paso, es la iglesia cristiana más antigua e influyente, incluso en nuestros tiempos) hubo una época de oscurantismo. Más de mil años en los que cualquier investigación científica o cualquier opinión filosófica que contradijera las doctrinas cristianas y las que eran aceptadas por la Iglesia, eran vetadas y condenadas. Muchas mentes brillantes perecieron en la hoguera, o simplemente fueron silenciados e impedidos de seguir con su labor debido a este motivo. Con respecto a esto, las palabras de Catherine Fahringer dan en el clavo:

“Estaríamos mil quinientos años mas adelantados si no hubiera sido por la Iglesia, arrastrando a la ciencia tomada de sus faldones y quemando nuestras mejores mentes en la hoguera”.

Existen muchos sucesos de genocidio asociados directamente a la Iglesia Católica a lo largo de su historia. Por nombrar a algunos: la persecución a los herejes, la cacería y quema de brujas, y las guerras “santas” o Cruzadas. Algunos de estos sucesos se realizaban por mandato divino y en nombre de las Escrituras (herejía, Cruzadas), otros por cuestiones de poder político y diferencias religiosas (Cruzadas) y otras por simple capricho y sinsentido (cacería y quema de brujas).

Es preciso decir que en cuanto a la quema de brujas, la cuestión iba más allá de lo que conoce el común de la gente. Existían “cazadores de brujas” los cuales recibían recompensas de acuerdo al número de brujas cazadas. Estos, en su afán por el dinero, acusaban en ocasiones a personas al azar, simplemente porque se les ocurría, o porque alguien las acusaba sin evidencia alguna. Por supuesto que ello fue degenerando hasta alcanzar cifras altísimas de personas torturadas y asesinadas bajo el cargo de brujería. Por ejemplo, el Papa Inocencio VIII en el siglo XV, asignó a dos personas, los monjes dominicos Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger para que diseñen un estudio acerca de la brujería. Los convirtió en inquisidores de brujas. Ellos, en su obra ya completa de 1486, Malleus Maleficarum (Martillo de Brujas) detallaban numerosos métodos para detectar brujas, además de métodos de tortura, los cuales servirían como medio indispensable para la confesión por parte de las brujas de sus blasfemias y herejías. Según ellos, la quema de brujas era un método de purificación de las almas mediante la eliminación de los demonios que poseían los cuerpos de las brujas. Realmente un atroz escenario.

A partir de este hecho, la corrupción y la ambición económica hizo que se incrementen estos salvajes hechos. Más inquisidores eran nombrados, y por lo tanto, más “brujas” eran cazadas y muertas. No había piedad para con ellas. Su palabra no valía nada: si negaban su herejía, se le atribuía a que los demonios eran obstinados y tercos; si aceptaban, era evidencia contundente de que eran brujas. Por supuesto que si “aceptaban” su culpabilidad, era para tratar de aliviar su sufrimiento debido a las torturas (cosa que no lograban de todos modos).

En fin, esta es solo una muestra de la crueldad basada en sistemas inamovibles y sujetos a graves y profundas malinterpretaciones (o interpretaciones literales en muchos casos) de sus doctrinas y escritos sagrados.

Cabe decir que estas cuestiones (la inquisición, las persecuciones religiosas y las “guerras santas”) fueron realizadas por la Iglesia Católica, la cual es la secta cristiana más importante de la historia y de la actualidad. Pero, ¿qué sucede con otras sectas cristianas como el mormonismo, o los adventistas? En las siguientes líneas trataré brevemente acerca de cada una de ellas.

En la segunda mitad del siglo XIX, fue fundada la Iglesia Adventista del Séptimo Día por Ellen G. White [3]. Considerada como profetisa y emblema del adventismo, Ellen G. White escribió varios libros, que según ella, fueron inspirados por Dios (como todos los llamados profetas). Las doctrinas y bases principales del adventismo se encuentran en sus libros, entre ellos: Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, y Consejos sobre el Régimen Alimenticio, ambos elaborados por la misma White. En ellos, se enseña que el día de guardar es el Sábado y no el Domingo, como hacen los católicos (cuestión que me parece de lo más trivial). El Sábado Adventista empieza al atardecer del día Viernes y termina al atardecer del día Sábado; en él no se debe realizar ninguna actividad: ni trabajar, ni hacer esfuerzo físico, ni estudiar. Ese día en particular se debe dedicar a alabar a Dios y estar con la familia. Claro, uno dirá que es un buen consejo y una buena doctrina, pero los problemas vienen después. Por ejemplo, y por mandato de Ellen G. White, los adventistas no comen carne de cerdo [4], ya que, como dice en la Biblia, la carne de animales de pezuña hendida, es inmunda. Tampoco bailan ni aplauden, ya que “Jesús no bailaba” y además porque “el baile atrae al pecado y a la tentación”. Tal idea me parece de lo más tonta y abolible.

Ellen G. White, era una mujer de escasa preparación académica y con apenas estudios escolares. Sin embargo, escribió sobre temas diversos como nutrición, salud humana y consejos acerca de la familia. Por supuesto, que sus escritos acerca de materias que requieren de un estudio serio, son cuestionables, aún teniendo en cuenta que contaba con secretarias personales, las cuales la ayudaban en sus manuscritos. Por ejemplo, la siguiente cita, tomada de su libro Consejos sobre el Régimen Alimenticio:

“Muchas veces cuando se come carne, ésta se descompone en el estómago, y produce enfermedad.”

Nada más falso que eso. La comida, incluida la carne, no se descompone en el estómago. Sino que los jugos gástricos y las numerosas enzimas digestivas permiten la conversión de moléculas complejas y grandes presentes en los alimentos, en moléculas simples y pequeñas, las cuales pueden ser absorbidas fácilmente por las células. Evidentemente, una profeta de Dios, no puede cometer tal error, y menos cuando dichos escritos fueron realizados bajo la “inspiración divina”.

Otra secta aparecida en la primera parte del siglo XIX en Estados Unidos, es el mormonismo, o la Iglesia de los Santos de los Últimos Días. Como su nombre lo dice, los mormones creen en que existen Santos, del mismo modo en que los católicos lo hacen, con la única diferencia de que aún hoy en día una persona puede hacerse santo gracias a sus acciones. El fundador del mormonismo fue Joseph Smith, un aficionado a la búsqueda de tesoros perdidos y a la adivinación. Se dice que Smith, fue abordado por Moroni, un ángel de Dios, el cual le manifiesta que todas las religiones del mundo están erradas en sus doctrinas y que en consecuencia, no poseen la verdad absoluta. Posteriormente se le “presentó” Juan El Bautista, que le indicó que iba a recibir un libro escrito en planchas de oro, en el cual se encontraba la historia del origen de los habitantes americanos a partir de inmigrantes israelitas. Junto a estas planchas, encontró dos piedras, las cuales le sirvieron para traducir (cómo le sirvieron, es un misterio que no logro entender) las planchas de oro, que estaban escritas en ¡Hebreo! Este libro fue denominado El Libro de Mormón. Lo más asombroso es que no existe evidencia alguna del origen semita de los pobladores de América; es más, existen evidencias que apuntan hacia algo totalmente distinto, sin embargo, millones de personas en el mundo actual creen en dichas historias. Luego, Joseph Smith (convenientemente) destruyó las planchas de oro, con lo que la valiosa evidencia se hizo humo.

Para los mormones, el Libro de Mormón tiene un valor equivalente a la Biblia, ya que la Biblia es la palabra revelada de Dios para las naciones del Viejo Mundo, mientras que el Libro de Mormón es su homólogo americano.

Una respuesta típica de los predicadores mormones, a la pregunta de cómo saben que dicho libro está en lo cierto es que “lo siento en mi corazón, ya que Dios me lo ha mostrado en sueños que responden dicha interrogante”. Lo único que me pregunto yo es si esa es una respuesta aceptable para convencer a alguien. Pero indudablemente muchas personas creen tener esa misma sensación y por lo tanto, se convierten al mormonismo. El Libro de Mormón, contiene historias mucho más fantásticas que las que se encuentran en la Biblia, e incluso, evidentemente mucho más inconsistentes con la realidad y con la ciencia.

El mormonismo, posee altas cuotas de misticismo y fantasía, pero sus miembros no muestran un carácter tan fundamentalista como los adventistas por ejemplo. Al menos, lo que he podido ver en mis experiencias con personas de ambos grupos, me da una idea de cómo funciona esta tendencia.

Como conclusión sólo puedo decir que el cristianismo y las variantes en su seno, sólo generan ignorancia e intolerancia. De hecho, la violencia y la discriminación no se quedan atrás. Pero así está forjada la sociedad en la que vivimos, por lo que lo único que queda por hacer es actuar ante este decremento del desarrollo humano y tratar de crear una sociedad humanista y libre de dogmas irracionales.



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