El título es de Éxodo 22:18 en la Biblia y ha ido cambiando con el tiempo. La bruja pasó a ser hechicera, el lenguaje se hizo más llano pero el objetivo era el mismo: matar a esos que consideres brujos o que están haciendo brujería. De hecho, desde tiempo más antiguo, las poblaciones eran amonestadas por asombrosas acusaciones cuya validez no estaba anclada en nada más que rumores, anécdotas, reacciones a las personas en general y a lo mejor alguna que otra agenda vengativa y personal.
Tomemos el ejemplo de las leyes de las doce tablas en Roma donde el gobierno anunciaba que a “cualquiera que, por medio de encantamientos y hechicerías, hiciera que los granos y cultivos pertenecientes a otros dejaran de crecer, se sacrificaría a Ceres”.
¿Cómo demostrar que el cultivo del vecino no creció porque yo lo maldije? Hoy, el detective científico descubriría que mi maldición tiene un nombre químico que mató la huerta del vecino y lo identificaría por su ADN.
Hace mucho que los humanos andamos molestando a otros que no nos gustan o que no piensan igual. De hecho, muchas veces no es ni siquiera por molestar, simplemente andamos con el cerebro repleto de ideas sin fundamentar que por algún lado nos satisfacen, nos inundan la cabeza con el combustible que necesitamos. El sacrificio humano existió durante mucho tiempo en nuestro pasado, solíamos comernos unos a otros a menudo y el asesinato era un asunto tomado más a la ligera. La magia, el mundo de lo sobrenatural y paranormal era la explicación para todo lo que el ser humano no entendía; y mientras más hacia atrás miramos, más ignorantes nos encontramos.
“La religión y la creencia en un ser sobrenatural es una consecuencia natural de la forma en que estamos alambrados y conectados como seres humanos: nuestros cerebros evolucionaron para convertirse en “motores de creencias” y, por esa razón, no debemos aceptar que nuestras creencias, en particular nuestras creencias religiosas, son las correctas”, explica el británico Lewis Wolpert, biólogo del Colegio Universitario de Londres y autor del libro Seis cosas imposibles antes del desayuno. “Creo que las creencias religiosas han sido, al menos en parte, genéticamente determinadas. ¿Cómo más se puede explicar el hecho de que no se ha descubierto ninguna sociedad sin algún tipo de creencia religiosa? Las creencias causales nos hacen humanos. Lo que nos diferencia de los demás animales es que tenemos un concepto de causa y efecto en el mundo físico”.
Indudablemente, la historia humana está plagada de creencias sin sustento. Ideas que aún le cuestan la vida a otros que no creen en ellas o que por alguna razón no son considerados aptos para los dioses. ¿Qué puede llevar a una persona a sacrificar a un niño inocente debido a una horrible sequía? ¿Cuál es la noción en la mente de un grupo para aniquilar a otro sólo porque no comparte su creencia? ¿Cómo puede una madre pensar que un ser invisible salvará a su hijo de la enfermedad y negarle así los medicamentos?
Son elementos fuertes que logran calar en los vínculos más pesados del grupo, capaces de generar violencia y agresión mientras predican lo contrario. Evidentemente, la lógica puede ser tan sólida como un ladrillo, aún así, para el creyente su fe es superior y lo gasifica.
“Formamos nuestras creencias debido a una variedad de razones subjetivas, personales, emocionales y psicológicas dentro del contexto de ambientes creados por la familia, amigos, compañeros de trabajo, cultura y por la sociedad en general, después de la formación de estas creencias, las defenderemos, justificaremos y racionalizaremos contra una serie de razones intelectuales, argumentos convincentes y explicaciones racionales. Las creencias son lo primero, las explicaciones a las creencias le siguen”, escribe Michael Shermer en su libro El cerebro creyente.
La Biblia y todos los libros considerados como sagrados son ejemplos del desarrollo de estos memes de la fe. Durante los siglos XV y XVIII la brujería y la hechicería comprendían una parte importante de las sociedades cristianas. En el siglo XVII, de hecho, era posible escuchar a los intelectuales discutiendo sobre la hechicería, muchas veces los debates se referían a si los pactos creados por las brujas con los demonios eran explícitos o tácitos.
San Agustín, con su regular dosis de desquicie, argumentaba que ‘las artes sobrenaturales’ eran eficaces sólo porque los demonios ayudaban al hechicero o astrólogo. Este concepto de que las brujas hacían un pacto con el diablo se desarrolló durante la Edad Media; de hecho, el primero y más importante libro sistemático sobre brujería fue el Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas), escrito en 1486 por Jacob Sprenger y Heinrich Kramer, dos frailes dominicos, y que fue reimpreso en varias ocasiones durante los dos siglos siguientes. El mundo cristiano entonces ardía con la hechicería pero las cosas fueron cambiando y la religión cambió con ellas. Por eso no vemos hoy unicornios en la Biblia moderna, aunque, como dijo mi amigo el pastor, entre risas, “hoy todo en la Biblia es una metáfora”.
Aunque no es necesario que los unicornios hagan su presencia en las páginas del libro cristiano por excelencia para notar ideas insostenibles por todos lados, por algo no significa nunca lo que es y debe ser interpretados; de hecho, son interpretados de miles formas. No obstante, los memes evolucionan.
“Así como la biosfera se encuentra por encima del mundo de la materia no viviente, de la misma forma, un reino abstracto se eleva por encima de la biosfera. ¿Los habitantes de este reino? Las ideas”.
Esa es una analogía del biólogo francés Jacques Monod quien compartió un premio Nobel en 1965 por su labor descubriendo la función del mensajero ARN en la transferencia de la información genética. Para Monod las ideas eran capaces de infectar, así como un virus; tienen poder. Un ejemplo de una idea seriamente infecciosa podría ser una ideología religiosa.
“Las ideas han conservado algunas de las propiedades de los organismos”, escribió Monod. “Al igual que ellos, no sólo tienden a perpetuar su estructura para reproducirse, sino que también pueden fusionarse, recombinarse, segregar su contenido; de hecho evolucionan y en esta evolución selectiva seguramente desempeñan un papel importante”.
También el neurofisiólogo estadounidense Roger Sperry había presentado una noción similar unos años antes, con el argumento de que las ideas eran tan reales, como las neuronas que habitan. El biólogo Richard Dawkins continuó con este camino ideológico en la mira. Con el estudio de la evolución de los genes pasó al mismo desarrollo de las ideas, infeccioso, contagioso, transformador. Y llamó a las ideas memes.
“¿Qué significaría si un replicador existiera sin la química? Me parece que un nuevo tipo de replicador ha surgido recientemente en este mismo planeta”, escribió Dawkins en El gen egoísta, en 1976. “Nos está mirando a la cara. Todavía está en su infancia, aún flotando torpemente en su caldo primario, pero ya está logrando un cambio evolutivo a una velocidad que deja el viejo gen jadeando y muy atrás. Ese caldo es la cultura humana; el vector de transmisión es el idioma y la zona de desove es el cerebro”.
Las ideas, por supuesto, son impulsadas por la información. Obtener conocimiento es una de las metas humanas primarias y es precisamente lo que hoy en día sostiene la cultura, por lo menos la occidental. Para bien o para mal, una cantidad de información, de ideas que llevan siglos viajando por el tiempo, afectan las leyes sociales, el otorgue de derechos y el bienestar de los seres vivos. Por estos lados, radio, televisión e internet son las plataformas por donde agenciamos estas ideas; a veces nos alimentan con ellas desde que somos muy pequeños, otras veces nos encuentran y en algunas otras las buscamos y las descubrimos. Las ideas nos cambian, pueden hacernos libres aunque el mundo a nuestro alrededor continúe condenado; aunque esa misma condena reduzca la libertad de nuestros propios pasos.
“Lo que reposa en el corazón de todo ser viviente no es una llama ni un cálido aliento, tampoco es la chispa de la vida. Es información, palabras, instrucciones. Si quieres entender la vida, piensa en la tecnología de la información”, comentó Dawkins.
Como un gen, las ideas bailan en esta piscina memética, surgiendo, reapareciendo, prosperando o disminuyendo.
“La creencia en Dios es un ejemplo. Es una idea antigua que ha conseguido replicarse a sí misma no sólo en palabras sino también en la música y el arte. La creencia de que la Tierra gira alrededor del Sol es también un meme, compitiendo con otros para sobrevivir. La verdad puede ser una cualidad útil para un meme, pero es sólo una entre muchas”.
En la actualidad, muchos humanos han eliminado la idea de aquella hechicera que tenía un pacto con el diablo y que había que asesinar. Pero no todos. La brujería es un meme que, como dios, ha sobrevivido con muchos disfraces, desde la moderna Wicca que danza debajo de un árbol y adora a la madre tierra, hasta la psíquica que lee el tarot o la borra del café y la santera que te dice cómo amarrar al tipo que te gusta y enfermar a su compañera. Por lo menos, hemos disminuido el poder de asesinarlas gracias a memes más fuertes y racionales; pero no podemos hablar por todo el planeta. Algunos todavía hacen sacrificios por Ceres; aunque le han cambiado el nombre cientos de veces.
Un primate que hace herramientas cada vez más complejas
El cerebro es un “motor de creencias”
“Cuando deseo buscar noticias sobre acontecimientos de actualidad, ya sea relacionadas con los últimos resultados deportivos o de entretenimiento, agarro mi iPhone. Cuando estoy en el trabajo, ya sea durante el sofocante calor de verano o durante los meses fríos y gélidos de invierno y necesito una actualización sobre cómo estará el tiempo para informarme antes de tomar una decisión al respecto, le echo mano a mi iPhone. Cuando necesito comunicarme con familiares, amigos o compañeros de trabajo, también agarro el iPhone”, escribió el educador canadiense Rob De Lorenzo.
Ciertamente, no se trata de un caso único. Ya sea un Blackberry, HTC, Motorola, Samsung o cualquier otro, el teléfono inteligente ha reemplazo la forma en que obtenemos información y nos vinculamos. La semana pasada, Facebook anunció tener unos mil cien millones de cuentas y el mundo digital hasta ha transformado la forma en que nos enamoramos, trabajamos, leemos la prensa, comunicamos quiénes somos y dónde estamos y aprovechamos la oportunidad para socializar de forma distinta. Millones han pasado de la televisión a YouTube, del teléfono a Skype y las ideas van a la velocidad del neutrino, cambiando mientras vuelan como cambian de color las luces de navidad.
Así, cada vez es más difícil atrapar la verdad. Pero hoy contamos con posibilidades que antes no teníamos, no sólo saltamos en un colchón de evidencias discernidas y acumuladas desde que el pensamiento racional despertara en el cerebro humano, sino que la tecnología que hemos desarrollado nos ayuda a confirmar o a eliminar lo que funciona y lo que no. Sin embargo, aún existen memes que se resisten completamente al pensamiento moderno donde los derechos pertenecen a todos los seres humanos y el escepticismo es necesario antes de creer; existen países gobernados por normas como las de las doce tablas romanas donde la libertad es inexistente, tanto para los esclavos como para los que creen ser sus amos, existen cerebros rodeados de evidencias y asombrosa información que siempre preferirán creer. Y lo harán… de las formas más crueles posibles.
Wolpert piensa que lo que nos hace humanos es la tecnología.
“Es algo que podemos resumir en la definición de Kenneth Oakley, hace 50 años, quien decía que el hombre se distingue como un primate que hace herramientas. La fabricación de herramientas nos hizo humanos. Los primeros homínidos entendían lo de causa y efecto, y llegaron a creer en dioses y espíritus invisibles como causas de los grandes misterios de la vida, incluyendo la enfermedad y la muerte”.
Precisamente, muchos memes han sido arrojados de millones de cerebros en el mundo porque no tienen sentido, porque nuevas ideas los reemplazan con hechos, evidencias y aplicaciones; porque la magia, al final, ha demostrado no existir; ningún monstruo vive debajo de la cama.
De hecho, los libros sagrados han originado violentos y desinformados memes, ideas que, al final, han terminado perjudicándolos. Aunque no lo suficiente. La gente cree y su fe mueve montañas de neuronas dispuestas a cualquier cosa para mantener lo ilógico en sus pensamientos, para no cambiar. De alguna forma, sostener reflexiones violentas, discriminatorias y sin sentido tiene más valor que pensar críticamente; mantenerse estancado en una idea, a pesar de las evidencias en su contra, es más confiable, no importa si hay que odiar, asesinar y encarcelar para ello.
Ciertamente, como dice Wolpert y otros como él, el cerebro es un motor de creencias que afila su conocimiento justificando las consecuencias, ¿cómo explicar esa extraña reacción a mi acción? Eso debe de ser un dios, una bruja, un psíquico, un superhéroe… es preciso que exista algo que lo explique.
Y lo encontramos. Hemos descubiertos millones de explicaciones, explicaciones de lo que ni siquiera conocemos. El otro día leía a un científico exponiendo cómo medir la velocidad de un agujero negro. Tuve que reír.
“Al final” escribió Shermer, “todos estamos intentando darle sentido al mundo y la naturaleza nos ha dotado con una espada de doble filo que corta a favor y en contra. Por un lado, nuestros cerebros son las máquinas de procesamiento de información más complejas y sofisticadas en el universo, capaces de comprender no sólo el propio universo sino de entender el proceso de la comprensión. Por el otro, debido al mismo proceso de formación de las creencias sobre el universo y nosotros mismos, también somos más capaces que cualquier otra especie al autoengaño y la ilusión, nos mentimos a nosotros mismos mientras tratamos de evitar que la naturaleza nos tome el pelo”.
¡Irónico!
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