La fe no mueve montañas pero te hará creer que sí

Cuando nacemos necesitamos creer. No me refiero a creencias en seres sobrenaturales ni locuras mágicas, nuestro cerebro no sabe nada de eso cuando sale del vientre de mamá, hablo de la necesidad de un sistema de confianza que nos impulse a seguir las instrucciones de esas personas que nos reciben en el mundo. Es algo vital para la supervivencia del animal, un fenómeno que ha sido estudiado y observado y que es conocido como impronta. Para mí, es aquí donde comienza la tosca aventura del individuo con la fe.

El fenómeno fue primero documentado en aves. Konrad Lorenz lo popularizó al demostrar que unos gansos criados en incubadoras seguirían como guía al primer objeto en movimiento que reconocieran en esas primeras horas que son definitivas para la impronta. De hecho, existen muchas imágenes del investigador seguido por sus fieles gansos. Pero la impronta no sólo ocurre en aves, es sólo que en ellas el procedimiento es más mecánico y simple. Más aún, otras clases de improntas ocurren en el animal, como la sexual y la genómica, todas implican un tipo de expresión, ya sea conductual o genética, que ocurre en un período de aprendizaje específico o de expresión genética distinta a la básica “mendeliana”. La impronta sexual es, de hecho, muy interesante, con su contraparte el efecto Westermarck; un tema que tocaremos en otra ocasión.

Para muchos, la impronta filial humana inicia en el vientre, cuando el feto comienza a reconocer las voces de sus padres. Una vez el niño nace, la intimidad de alimentarlo y mimarlo, de mirarlo constantemente y atenderlo en esos primeros días, culmina este efecto que enlaza al bebé con sus cuidadores primarios, mamá o papá, un lazo que es cementado por la oxitocina y otros neurotransmisores y hormonas. Es estresante para un bebé que lo separen de la persona con quien ha hecho este lazo, una conducta de ansiedad que también es observada en otros bebés primates. Y es que venimos ‘programados’ para anclarnos en esa confianza y en ella depositamos nuestra seguridad; en ella, de hecho, habita nuestra supervivencia. Por supuesto, el cerebro primate es mucho más complejo que el de las aves. Por encima de esa básica impronta, nuestros bebés inician ciclos de aprendizaje que van más allá de lo encantador. Poseemos, los primates, un asombroso sistema de neuronas espejo que permite imitar y ponernos en los zapatos de los demás, por así decirlo, nos ofrece el uso de la empatía. Aparentemente, gracias a ese sistema de neuronas espejo es posible desarrollar la llamada Teoría de la Mente, esa valiosísima habilidad de adivinar las intenciones del otro.

Bien, permíteme ahora, mi querido lector, dar un salto a otro lugar. Dejemos a los padres y su bebé jugar tranquilos en el jardín y démosle la vuelta a una idea; evolutivamente, ¿qué ventajas ofrece la fe al animal?

Imaginemos un escenario: un australopitecino decide ponerse de rodillas y rezar cuando está a punto de ser atacado por un peligroso animal, el homínino padece de un ataque extremo de fe que impedirá que sus genes se reproduzcan. En otro escenario, un neandertal se pone a esperar que los dioses provean con la comida para su familia en vez de ir a cazar. ¿Cuáles son las probabilidades de que sobrevivan? Si aquellos antepasados hubiesen dejado la invención del fuego y la rueda a la fe en sus dioses, hoy nuestros genomas estarían especializados en comer comida cruda y andar.

En otras palabras, es probable que la fe sea una enjuta (véase “Dios, una enjuta neuronal“), y que la enseñanza temprana, la presión de grupo, la imposición masiva de creencias en el mundo, la función de unas regiones cerebrales importantes y la variación genómica sean responsables de que cuele tanto en la especie y en sus acciones. Lo curioso es que este fenómeno está basado en numerosas y evidentes fantasías. Fantasías que dependerán de la familia donde nazca el individuo, del lugar donde viva su familia y de la época de su nacimiento.

Otra interesante pregunta se desprende precisamente de su carácter innecesario. Si la fe puede ir en detrimento de la supervivencia del individuo, ¿por qué nace?, ¿cómo surge?, ¿qué cosas la hicieron necesaria?

La ignorancia y la cruel indiferencia de la naturaleza parecen ser respuestas populares. Las condiciones en que los seres humanos nos hemos desarrollado no han sido paradisíacas, los homíninos de antaño vivían desprotegidos; no tenían ningún tipo de ayuda para sobrevivir, sus bebés y miembros del grupo morían sin motivo conocido y sin forma alguna de salvarlos, aquellas tribus nómadas tenían poco conocimiento sobre dónde aferrar su futuro. Tampoco poseían las herramientas para explicar lo desconocido. La erupción de un volcán o las auroras boreales era fenómenos tan extraños para esos primeros bípedos como lo es la energía oscura para nosotros. No debe sorprendernos que asociaran todo aquello con asuntos mágicos e inexplicables; gente inteligente aún lo hace. La muerte, dolorosa, finita e impenetrable, también formó parte del desarrollo de la narrativa sobrenatural. Por eso los primeros dioses y diosas dominaban sobre el clima, la fertilidad, las cosechas, la vida; por eso el Sol y la Luna eran deidades, por eso también vemos cómo las creencias comienzan a ser más complejas a medida que el hombre avanzaba adquiriendo conocimientos. La creación de sociedades complejas produjo narrativas menos ingenuas pero más violentas, y sus creadores comenzaron a darse cuenta que mediante el uso de la fe, era posible manipular a millones.

Está claro que la fe no es la única forma de manipulación que hoy posee el ser humano, pero continúa siendo una de las más poderosas y contundentes. Para un hombre de fe, no hay razonamiento que valga si va en contra de lo que su secta cree. La fe logra silenciar la razón. Y eso es fascinante. Tristemente, no he encontrado experimentos neurológicos que incluyan estudios comparativos con ateos, en la única ocasión que vi algo aproximado no se trataba de un experimento sino más bien un intento de Michael Persinger de despertar el concepto de Dios en el cerebro de Richard Dawkins. Les refrescaré un poco la memoria. Ya hemos cubierto aquí el caso del casco de Persinger, una herramienta que utiliza la generación de débiles campos magnéticos para crear cambios temporales en áreas específicas del cerebro y ver qué sienten las personas. Con el casco manipulando el lóbulo temporal, los voluntarios suelen percibir una presencia y muchos alucinan escuchar lo que para ellos es la “voz de dios”. Dawkins no sintió ninguna presencia (puede ver el video en YouTube: http://www.youtube.com/watch?v=Y_-txbHNyOY), cabe enfatizar que los resultados de Persinger no han sido corroborados aún de forma independiente aunque él afirma que el 80% de las personas que usan el casco aseguran sentir dicha presencia. Por eso me parece relevante realizar más experimentos que incluyan distintos grupos de ateos; desde los que son criados en familias ateas y continúan siendo ateos, hasta los que fueron criados en una religión para luego descartarlas todas.

En un experimento elaborado por el Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos en Maryland, Estados Unidos, los resultados sugieren que no existe un sistema de creencia o de fe en el cerebro sino que el órgano utiliza distintas áreas de la cognición y las emociones para procesar las diferentes emociones e historias que conforman la religión. “Cuando a los participantes creyentes se les pedía que pensaran en las formas en que Dios interviene en el mundo, regiones en el lóbulo frontal lateral, utilizadas para la empatía hacia otros, se activaban; cuando se les preguntaba sobre la ‘ira de Dios’, zonas que utilizamos para juzgar a otros, como las circunvoluciones temporal media y frontal, se activan; de igual modo, cuando los voluntarios contemplaban aspectos de sus creencias como la idea ‘la resurrección ocurrirá’ y otros fenómenos abstractos, la circunvolución inferior temporal se iluminaba, que es la que usamos para comprender significados metafóricos”, explica Jordan Grafman, profesora de neurología y una de las autoras del estudio. Otros estudios han descubierto que problemas eléctricos en los lóbulos temporales producen alucinaciones pertinentes a la fe; más aún, la epilepsia ha sido relacionada con individuos que suelen ‘padecer’ de fe excesiva; de hecho, tanto traumas como distintas drogas despiertan en muchas personas la disposición para creer ciegamente. Para muchos, la narrativa religiosa ofreció también cohesión y seguridad a los grupos, pavimentando así la necesidad de las creencias en las sociedades; a pesar de que muchas fueron impuestas a punta de espada.

Regresemos entonces con nuestro bebé y sus padres. Él aprende de ellos que existe un dios invisible y que se llega a él a través de algo que se llama fe. Durante sus primeros años es introducido a figuras de autoridad, personas que merecen respeto porque tienen comunicación directa con estos dioses y aprende a respetarlos sin pensar por qué; y lo hace muy bien. Sus padres están orgullosos. También es introducido a los rituales religiosos. Las distintas iglesias en el mundo están perfectamente preparadas para proveer con ritos que desencadenan el sentimiento de camaradería, misticismo, esperanza y positivismo que los fieles buscan, así logran que los devotos no se detengan a pensar en los absurdos que pueblan las opiniones de sus dioses. Infrasonidos, tambores, ecos y otros medios son utilizados para suministrar en la persona una intensa experiencia emocional. Muchas tribus usaban y usan drogas alucinógenas para inducir la comunión con los dioses, pero eso ya no se ve bien, las religiones de poder lo ven como algo “primitivo”.

El doctor británico Richard Wiseman, psicólogo de la Universidad de Hertfordshire y experto en investigaciones paranormales, ha realizado varios experimentos sobre los efectos que producen el infrasonido y otros fenómenos, tanto en las iglesias como en las casas ‘embrujadas’ de Inglaterra. Otro experimento controlado y realizado en Londres corroboró los resultados de Wiseman. Una de las investigadoras en el proyecto, la ingeniera y compositora Sarah Angliss, supervisó la construcción de un tubo, como los que utilizan los órganos para producir notas musicales. “Los tubos largos producen notas bajas y algunas mucho más bajas de los 20 Hertz que es la frecuencia que comenzamos a escuchar los seres humanos”.

El equipo llevó el tubo a la parte trasera del salón de conciertos e invitaron a 750 personas para que escucharan algunas piezas contemporáneas y en medio de los temas mezclaban el infrasonido. El equipo pidió a la audiencia que escribiera cualquier sentimiento extraño o curioso en cualquier momento del concierto. “Durante la introducción del infrasonido los reportes de experiencias extrañas y sensaciones raras aumentaron en un 22 por ciento. Teníamos personas que decían haber sentido sus muñecas temblar incontrolablemente, otros sintieron un escalofrío recorrerle la columna vertebral, hubo reportes de ansiedad, una terrible pena y un sentimiento extremo de nostalgia”, explicó el doctor Richard Lord, científico acústico del Laboratorio Físico Nacional de Inglaterra y otro miembro de la investigación.

El infrasonido posee un impacto real en las personas; este fenómeno tiene implicaciones en contextos religiosos y explica ciertas sensaciones que hasta ahora parecían derivarse de experiencias paranormales. Pero no todo lo imperceptible por nuestros sentidos procede necesariamente de otro mundo”, concluyó Angliss.

La fe es por ello un fenómeno complejo. Es permitida por sistemas cerebrales que usamos primariamente para otras cosas y desencadenada por la familia. La cultura y la época la proveen con matices varios, incluyendo el nivel de agresividad o bienestar que provea la religión al individuo o qué tan presionado se sienta y qué tan susceptible sea a la sugestión para que decida unirse a una secta. Las variaciones genéticas y de experiencias personales hacen posible los grados varios de fanatismo y tolerancia. La presión del grupo también influye en nuestras decisiones; no podemos olvidar que las poderosas religiones son infligidas en los menos conocedores; en muchas ocasiones, estas normas arbitrarias continúan siendo ley; por eso los ateos nos preocupamos por pensar en estos asuntos, estos clubes de fe son industrias productoras de dinero y entre ellos se disputan el capital de los fieles del señor, mientras nos llevan a todos por delante.

Desde Zeus hasta Xenu

Una recua de fantasías

Un señor cuya única posesión era un destartalado motor se encontraba en una protesta del partido comunista muy emocionado con el discurso de su líder. Estuvo aplaudiendo cada una de las decisiones sobre las reparticiones de bienes hasta el momento en que llegaron a su motor y decidían cómo era mejor repartirlo; fue entonces cuando se puso de pie y gritó: ¡esto es un abuso!

Como nunca he sabido contar un chiste, es posible que ni se hayan dado cuenta de que se trataba de un chiste; y aunque el mismo puede ser tomado como una forma capitalista de justificar el derecho a la posesión desmedida mediante un razonamiento relativista, lo he traído a colación para apuntar a eso que llamamos subjetividad; ese mundo interno que separa nuestra experiencia de la de los demás y hace tan difícil que la humanidad arribe a acuerdos que nos beneficien a todos.

Millones de padres en el mundo continúan oprimiendo a mujeres y niños con leyes que sólo favorecen a unos cuantos, sin embargo, son capaces de darles lo mejor a los suyos y sentir una fuerte angustia por alguna injusticia que los toque de cerca. De la misma manera, políticos aprueban leyes que no aplicarían en sus hogares; por lo general, tendemos a manejarnos por el mundo usando más nuestras experiencias y percepciones personales que el conocimiento que tenemos sobre él y eso nos ha traído muchos problemas.

Lo mismo ocurre con la religión y sus fieles. Puedes hablar de las atrocidades o las boberías promovidas por las religiones mientras sean ajenas y lejanas; en otras palabras, es posible criticar las elecciones y estilos de vida de un Testigo de Jehová o un seguidor del fallecido Sai Baba con un católico o evangélico, puedes echar pestes sobre las actitudes inquisitivas de aquellos oscuros siglos del cristianismo con cualquier cristiano; pero una vez comienzas a pisar los mosaicos de su propio y presente altar, la disposición cambia.

De hecho, esa actitud la adoptamos hasta cuando vamos a comprar. De acuerdo con Dengfeng Yan y Jaideep Sengupta, ambos de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong, solemos asumir que los atributos de artículos adquiridos por nuestros amigos a muy bajo precio apuntan a un producto de baja calidad. Nos basamos en el precio a la hora de juzgar la compra; a menos que seamos nosotros los compradores. Nuestras evaluaciones sobre la calidad de productos basados en el precio tienden a ser caracterizadas por la distancia, tanto temporal como psicológica.

Esa subjetividad plaga también el mundo de la religión, no sólo porque existen y han existido tantas, sino porque muchos creyentes deben adoptar un sistema relativista y selectivo que les permite justificar el tránsito paralelo de sus vidas, sus conocimientos y sus creencias. Existen y han existido tantos dioses y religiones que no tiene sentido aceptar una como válida, todas tienen los mismos fallos: proclaman proposiciones extraordinarias sin un ápice de evidencia y permiten interpretaciones ad infinitum de sus ‘escritos sagrados’.

El otro día hice una pregunta sobre la Biblia y mi amigo Hernán Toro me respondió: “¿cuál Biblia? Porque no existe “una” biblia. Hay centenares de versiones todas basadas en distintos manuscritos discordantes entre sí, tanto en detalles como en pasajes de forma.  Para los católicos, la Biblia autorizada “oficial” es la traducción de San Jerónimo, la Vulgata Latina. Para los evangélicos, lo más aceptable es King James, en español la Reina Valera. Esa Reina Valera 1906 es como la de San Jerónimo, pero sin “deuterocanónicos”. La traducción es torpe y confiada, incluye unicornios y todo. Elementos que las versiones nuevas pulen”.

Como bien lo expresara mi amigo biólogo y colega aquí en Sin Dioses, Ferney Yesyd Rodríguez, “afirmar que una religión puede nacer de hechos falsos no es una exageración. Basta ver cómo José Smith logró convencer a unos pocos, inicialmente en el siglo XIX, que Jesús había venido a América y que había existido toda una historia de unos pueblos llamados lamanitas y nefitas en América. Hoy los seguidores de esta doctrina, los mormones, son 14 millones en el mundo, de los cuales más de un millón vive en México. Una nación en la que nunca José Smith predicó.

Miles de personas son creyentes de la Cienciología, una doctrina creada por un escritor de ciencia ficción, L. Ron Hubbard, quien no obstante ser conocido como escritor de historias irreales, logró encontrar fieles para su religión, que incluye a un emperador intergaláctico llamado Xenu”.

Evidentemente, son todas fantasías; si clamas que una lo es, tienes que aceptar que todas las demás también lo son porque las diferencias que encontraremos están en los nombres y los orígenes de sus demonios, monstruos, seres mágicos y deidades; en su antigüedad, en el número de creyentes y en la cantidad de poder que posean sobre los demás y los gobiernos y, finalmente, en la forma en que la fe de cada uno acomode esas ficciones a su creencia personal.


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