En su libro The Speed of Dark (La velocidad de la oscuridad), Elizabeth Moon profundiza sobre el concepto de “lo normal”. Su héroe en la historia, un joven autista llamado Lou Arrendale, confronta la no tan simple decisión de si curar o no su autismo. Curiosamente, no es una opción que sólo exista en las dimensiones ficticias de la literatura moderna; aunque aún no tengamos la posibilidad de remediar el autismo, pacientes con otras condiciones pueden recurrir a ciertas sustancias para erradicarlas.
Una de ellas es el déficit de atención. Un amigo que lo padece confronta diariamente el dilema de si tomar o no Ritalín, uno de los medicamentos recomendados. Él odia los efectos que la droga le produce y, aunque le permite pensar de forma linear y concentrarse mejor en el estudio, reduce también su creatividad y el “ritmo de las cosas”, según sus propias palabras.
Las condiciones neurológicas ocurren por problemas químicos o estructurales en el cerebro, muchas de ellas impiden que el paciente lleve una vida normal y es difícil imaginar que alguien pudiera rechazar una cura. Es precisamente en esa laguna confusa que Moon, quien tiene un hijo autista, se sumerge; en aquello que dicta lo que es normal y en el dilema de si es o no necesario que todos nos apeguemos a esa norma que sigue la mayoría. Para ella, la normalidad es el tipo de percepción que ha adquirido la generalidad de la población. No obstante, en la periferia, un sinnúmero de personas experimenta el mundo de otro color, y ella se pregunta si debemos considerarlo siempre una enfermedad y no tomarlo como una cuestión de grados.
Para mi amigo con los pensamientos en todos lados, el Ritalín que le quita color y ritmo a su vida es una ayuda significativa cuando llegan los exámenes. Durante los otros meses de su carrera, las cosas no son tan difíciles como antes. Me contó que la tecnología le facilita mucho el estudio de la medicina, carrera que termina este año.
“Ahora tienes el Internet, los profesores hacen presentaciones en Power Point, en las universidades tenemos cadáveres virtuales”, él vive en Michigan, Estados Unidos, “si vieras los tomos que había que estudiar antes para comprender la medicina, hoy el estudio es mucho más interactivo y eso es perfecto para un cerebro como el mío”.
Investigaciones han mostrado que el proceso evolutivo no “trata” de alcanzar homogeneidad total, por el contrario, permite lo diferente; y es que si todos fuésemos iguales llegaría un momento en que el progreso se detendría.
Lo que me lleva al tema de la religiosidad. Un nuevo estudio realizado en la Universidad de Miami confirma lo que otros ya habían descubierto: la religión promueve el autocontrol. El doctor Michael McCullough, quien no es religioso pero ha especializado sus investigaciones en las causas para la evolución de la religión y las ventajas que ésta presenta a la especie, realizó varios estudios y descubrió que los religiosos poseen más autocontrol, tienden a permanecer felizmente casados, van al dentista con regularidad, se toman sus vitaminas, son más disciplinados en el colegio y menos impulsivos.
“Es indiscutible que la religión ha ayudado a mucha gente. Estudios con resonancia magnética indican que los cerebros de las personas cuando rezan o meditan manifiestan actividad en dos áreas cuyos funcionamientos están vinculados con la forma en que regulamos nuestra conducta. Es como si estas actividades fueran una sesión aeróbica para el autocontrol”, explicó el investigador para la columna de John Tierney, en el diario The New York Times.
Y la religiosidad ha demostrado ser mucho mejor en el área que la espiritualidad. Investigadores de la Universidad de Maryland descubrieron que las personas en religiones tradicionales mostraron más autocontrol que voluntarios que creían que un poder cósmico “guía sus vidas”. Más aún, las personas que van a la iglesia con el objetivo de socializar no desplegaban los beneficios de la autorregulación como los creyentes de fe que entregan la vida a un dios.
Tierney, que no es creyente, se preguntaba qué cosas podía hacer una persona como él en cuanto a la autodisciplina, de la que todos parecemos desear un poco, McCullough le recomendaba copiar algunos mecanismos de las religiones organizadas e implementarlos en su vida secular. Pero aquellas ideas no satisfacían mi curiosidad, el dilema del héroe de Moon continuaba escabulléndose entre mis neuronas.
En nuestro cerebro poseemos un policía. Se encuentra en el frente, en la corteza prefrontal y en la corrugada neocorteza. Son áreas que inhiben pensamientos y acciones que consideramos errados; “tentaciones”, impulsos. Mi amigo en Michigan dice que el Ritalín activa partes de esta corteza, (que su déficit de atención mantiene desactivadas), con el propósito de inhibir muchos de sus pensamientos y acciones y obligarlo a concentrarse en un objetivo, pero estos pensamientos reprimidos son, en su opinión, parte importante de su identidad.
Como mencionaba antes, el complejo proceso evolutivo, aunque se base en una idea simple, no progresa hacia la homogeneidad total, permite que avancen individuos que no siguen la norma. Es lo que han llamado “supervivencia con dependencia en la frecuencia”, donde organismos con variantes inusuales tienen mayores probabilidades de sobrevivir.
No es que los que piensan “distinto” sean necesarios porque son todos unos genios, nadie podría argumentar a favor de una idea tan arrogante y equivocada, pero una visión distinta del mundo es siempre necesaria para mantener abierto un espacio para la heterogeneidad.
No olvidemos que muchos impulsos han desencadenado grandes descubrimientos. A lo mejor Lou no necesite la droga, ni mi amigo el Ritalín todo el tiempo y es evidente que muchos no necesitamos la religión para ejercer el control necesario sobre nuestras vidas. Entonces, en ese sentido, no todos necesitamos autorregularnos.
La religiosidad y el autocontrol
Otra forma de ver el mundo
El orden y el autocontrol son cualidades necesarias. Especialmente para una especie de primates como la nuestra, con tecnología de punta para usar pero no suficientes sentimientos de compasión. Precisamente, muchos adictos han sobrellevado los síntomas de su adicción gracias al apego a una religión, sin embargo, no todos necesitamos que el ejército se mude a nuestra neocorteza. Un poco (o un mucho, depende de su nivel particular de represión) de desinhibición es justamente lo que requiere la población para no estancarse. Aunque la psicología evolutiva anda en sus pañales, varios estudios en el área han sugerido que es nuestra cultura la que se encarga ahora de impulsar la evolución humana. Más aún, la tecnología moderna ya es parte de este impulso evolutivo que está produciendo cambios en nuestros genomas. Una especie que se ocupe de sus enfermos elimina algunas importantes funciones de la selección natural.
El héroe de Moon se preguntaba en el libro: “¿si no hubiese sido lo que soy, qué hubiese sido?” Su profesión era producto de su condición pues se ganaba la vida en la bioinformática por la capacidad de su cerebro para distinguir patrones específicos. De hecho, grandes físicos y matemáticos se caracterizan por una ausencia ya típica de la habilidad para socializar; no obstante, son infalibles cuando se trata de números y otros lenguajes cósmicos. Algunos genios en el mundo han sido personas indisciplinadas, para nada excelentes en el colegio (Einstein, Darwin) y que vivieron una vida de impulsos.
Apagar lo diferente no es siempre lo requerido. Grandes momentos de la historia han sido y continúan siendo protagonizados por los creadores de nuevos “memes” (si me permiten el significado más común del controvertido término) y dentro de esas ajenas y disímiles ideas, se esconden trozos importantes del futuro de nuestra evolución.
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