A siglo y medio de la publicación del “Origen de las especies” y a 200 años del natalicio de Darwin aún muchos insisten en tergiversar sus ideas o confundirlas con otras.
Charles Darwin (12 febrero 1809-19 abril 1882) sabía muy bien lo que podía pasar con sus postulados científicos, el biólogo británico acertó al presagiar: “sé perfectamente que apenas se discute en este libro un solo punto acerca del cual no puedan aducirse hechos que con frecuencia llevan, al parecer, a conclusiones diametralmente opuestas a aquellas a que yo he llegado.”
La profecía se cumplió mientras vivía y el científico tuvo que lidiar con ello. ¿Cómo fue que su obra “El Origen de las Especies” y libros conexos sirvió de inspiración para ideas que él nunca concibió? Tal fue el caso de la tesis filosófica bautizada como “darwinismo social” o “evolucionismo filosófico” postulado principalmente por su compatriota Herbert Spencer (Derby, 1820 - Brighton, 1903).
Aclaremos, Spencer no era un mal individuo, mucho menos un mal pensador, de hecho fue uno de los filósofos más populares y reconocidos durante la segunda mitad del siglo XIX y, a su manera, fue defensor de la teoría verdadera de Darwin, aunque al final le hizo un flaco favor al científico. De Spencer, el famoso político, orador y escritor estadounidense Robert Ingersoll dijo: “Se paró a gran altura, y con los ojos de un filósofo, de un profundo pensador, examinó el mundo. Él influyó el pensamiento de los más sabios.”
Teoría original y su versión filosófica
En su libro “El Origen de las Especies” (1859), Charles Darwin propuso la entonces polémica tesis de la selección natural, la cual descartaba la explicación bíblica del origen inalterable de los animales y plantas y coloca al humano como parte de un largo proceso evolutivo en el que la selección natural del mejor adaptado dicta quien vive y quien se extingue; en palabras del naturalista: “Existen organismos que se reproducen y la progenie hereda características de sus progenitores, existen variaciones de características si el medio ambiente no admite a todos los miembros de una población en crecimiento. Entonces aquellos miembros de la población con características menos adaptadas (según lo determine su medio ambiente) morirán con mayor probabilidad. Entonces aquellos miembros con características mejor adaptadas sobrevivirán más probablemente”.
La tesis de Darwin es la piedra angular de la moderna teoría sintética de la evolución, que es aceptada por el mundo científico como la mejor explicación del desarrollo, desaparición y aparición de miles de millones de especies a lo largo de la historia natural.
Claro está que en su época Darwin soportó el embate rabioso de los fundamentalistas religiosos pero ni ellos ni sus descendientes pudieron refutarlo, por lo que se dedicaron a la satirización y tergiversación, y es allí donde entra el desafortunado Spencer, que propuso que la dura competencia de las criaturas para sobrevivir, la sobrevivencia del mejor adaptado, podía aplicarse a los procesos de las sociedades humanas.
Para mala fortuna del filósofo, y aún más para el Darwin que nada tenía que ver con ello, el darwinismo social alimentó décadas más tarde a ideologías violentas y eugenésicas como el nacionalsocialismo de Hitler. Eso fue aprovechado por los ortodoxos, viene a mi mente un artículo publicado por un siquiatra, quien se dejó decir que “Según Darwin, el no evitar que los miembros más indeseables, viciosos o inferiores de la sociedad incrementen su número a un ritmo más rápido que los hombres de mejor clase sería un gran obstáculo para el progreso de la sociedad. Con el mismo planteamiento de la teoría de Darwin y dentro del marco del materialismo científico emergería, con años de diferencia, el Nacionalsocialismo de Hitler que seguiría al pie de la letra la propuesta eugenésica de depuración étnica derivada de la idea darwinista.”. La Nación de Costa Rica (20/8/08).
Esto si lo dijo Charles Darwin: “Si la miseria del pobre es causada no por las leyes de la naturaleza, sino por las instituciones, grande es nuestro pecado” dejando por sentado que su teoría nada tenía que ver con los procesos sociológicos humanos. Incluso, el naturalista británico también legó una reflexión profunda sobre la necesaria evolución moral de la humanidad, ajena a la sobrevivencia del más fuerte:
“Conforme el ser humano avanza en civilización, y las pequeñas tribus empiezan a unirse en comunidades mayores cada individuo tendría que extender sus instintos sociales y simpatías a todos los miembros de la misma nación, aunque le resulten personalmente desconocidos. Una vez alcanzado este punto, solo una barrera artificial puede impedir que sus simpatías se extiendan a los humanos de todas las naciones y razas… La simpatía más allá de los confines humanos, es decir, los sentimientos humanitarios hacia los animales inferiores, parece ser una de las últimas adquisiciones morales”
Después de eso es difícil imaginar que Darwin tuviera algo que ver con el darwinismo social, y menos con el nazismo, el capitalismo ortodoxo y otras malas hierbas; sin embargo, en la larga historia de difamaciones y calumnias de las que los grandes hombres han sido víctimas –Einstein y Nietzsche incluidos- la imputación de que el naturalista británico inspiró principios racistas o genocidas no puede estar más lejos de la realidad.
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