Los filósofos descuartizan a Darwin

El año pasado celebramos el aniversario número 200 del nacimiento de Charles Darwin y el aniversario 150 de la publicación de su libro, Sobre el origen de las especies mediante la selección natural, o la Preservación de razas favorecidas en la lucha por la vida. El aniversario fue marcado por conferencias por todo el mundo. No diré a cuántas yo fui; los lectores ecológicamente sensibles de The Chronicle podrían comenzar a quejarse cobre mis huellas de carbono y ese tipo de cosas. Déjenme sólo decir que me encontré pasando no menos de tres veces por el Aeropuerto Internacional Quad City en Moline, Illinois. ¡Moline!

Menciono esto como fondo para la publicación de un nuevo libro escrito por Jarry A. Fodor, un profesor de filosofía en la Universidad de Rutgers y Máximo Piattelli-Palmarini, profesor de ciencia cognitiva en la Universidad de Arizona. El título del libro, “En lo que Darwin se equivocó” (Farrar, Straus y Giroux), te dice la opinión de estos autores del viejo naturalista británico y sobre su teoría de la evolución a través de la selección natural. Si Fodor y Piattelli-Palmarini fueran un caso aislado, uno podría desestimar el libro con una mueca (si eres un biólogo), a darle la bienvenida con una ovación (si eres un creacionista). Pero en la comunidad filosófica, hay cada vez más filósofos eminentes, albergando dudas acerca de Darwin. Para entender sus críticas, debemos primero atrasar el reloj por todo un año, al inicio de las celebraciones.

Las conferencias de aniversario usualmente cuentan con un gama de profesionales tipo Darwin como yo, soy un historiador y un filósofo científico especializado en la teoría evolutiva, sin embargo, la masa de los presentadores y espectadores estaba conformada por biólogos evolucionarios. Por dos razones, la atmósfera era universalmente positiva. En primer lugar, los científicos respetan profundamente a Darwin y sus logros. Estas personas son evolucionistas y se toman el pasado muy en serio. En segundo lugar, no había una persona en estas conferencias que no estuviese emocionado sobre la ciencia que poseemos hoy. La biología evolutiva anda de buena racha, y eso es buena razón para celebrar y para abarrotar el programa con todas las presentaciones posibles sobre las nuevas noticias en la ciencia. Más aún, los científicos se aseguraron, persona por persona, de que el primer punto condujera al segundo sin problemas. Todo el mundo aprecia las herramientas del Darwinismo, y sobre todo, el mecanismo de la selección natural. No obstante, la ciencia grandiosa no se detiene. Lleva y trae ideas y descubrimientos más allá de las más trilladas esperanzas de sus fundadores. La biología evolutiva es hoy profundamente Darviniana, pero ha rebasado al Origen de las especies en formas que su autor nunca pudo haber imaginado. Para usar una frase ya bien gastada, Darwin le dio a la biología un paradigma y los biólogos han estado expandiéndolo desde entonces.

Aquí  les traigo algunos de los trabajos que escuché. Esto es importante para lo que tengo que decir en este ensayo. Meter y Rosemary Grant, profesores eméritos de biología en la Universidad de Princeton, han estado por muchos años rastreando y estudiando los pinzones en el archipiélago Galápagos. Recientemente, los Grants se han interesado más y más en la especiación, cuando grupos se separan y construyen barreras reproductivas. Paleoantropólogos como Dean Falk, mi colega en la Universidad del Estado de Florida, han estado estudiando el cerebro de los pequeños seres que parecen humanos, descubiertos recientemente en el archipiélago indonesio y bautizado como Homo floresiensis, mejor conocido como el hobbit. También escuché varias veces a Donald Johanson, director del Instituto de Orígenes Humanos en la Universidad del Estado de Arizona, quien, en 1974, descubrió a Lucy, un esqueleto de tres millones de años de antigüedad de un homínido femenino. Ella caminaba erguida pero tenía el cerebro del tamaño del de un chimpancé. Pero ahora de lo que se habla es de la reconstruida Ardipithecus ramidus. Más antigua que Lucy, por más o menos un millón de años, ella también caminaba erguida. Pero también vivía por mucho tiempo en las ramas de los árboles, por lo tanto, su aparición es como un reto a hipótesis anteriores sobre proto-humanos mudándose a las planicies cuando las junglas se secaron, por lo que se vieron en la necesidad de caminar erguidos. De hecho, ahora se piensa que el bipedalismo surgió mientras estábamos todavía en la jungla.

Sean Carroll, biólogo de la Universidad de Wisconsin en Madison y un maestro del desarrollo evolutivo (evo devo), y su equipo han estado publicado descubrimientos fantásticos sobre cómo los genes regulan el desarrollo. El más excitante descubrimiento en la experimentación reciente de la biología evolutiva es que los humanos y el mime, Drosophila, son significativamente similares a nivel molecular, como en el ADN. Los organismos realmente están construidos sobre el principio del Lego, con los mismos bloques de construcción: si tomas una vía sale un humano, si tomas otra te sale un mime. Mientras tanto, los psicólogos evolucionarios y antropólogos, como Marc Hauser de la Universidad de Harvard, están estudiando la conducta moral con tanta precisión que ya hasta pueden señalar las partes del cerebro que están involucradas en el pensamiento racional, las reacciones emocionales y las motivaciones. Y, como siempre, el contexto es Darviniano. ¿Por qué la selección empuja algunas cosas para un lado en vez de para otro sitio?

Tiempos emocionantes, un hecho que hace aún más excepcional escuchar voces de las principales corrientes filosóficas, cuestionando la veracidad de la teoría evolutiva. Mencionaré tres. En primer lugar se encuentra Alvin Plantinga. Aunque enseña en la Universidad de Notre Dame, una institución Católica Romana, Plantinga es el más distinguido filósofo protestante de religión. Un profundamente sincero calvinista, nunca ha titubeado al momento de argumentar su fe y ha realizado trabajo vanguardista en base a preguntas sobre el conocimiento y la creencia. Aún si estás en desacuerdo con sus conclusiones, es posible admirar su habilidad y aprender de sus argumentos. Plantinga, sin embargo, desde hace mucho tiempo ha albergado desconfianza y hasta un disgusto ardiente, a teorizar sobre la evolución en general y del pensamiento Darvinista en particular. En un ensayo publicado en 1999, escribió, “Considere el papel jugado por la teoría de la evolutiva en nuestro mundo intelectual. La evolución es un ídolo moderno de la tribu; un santo y señor que viene a distinguir a las cabras fundamentalistas e ignorantes de las científicamente informadas ovejas aquiescentes. Dudas al respecto pueden hacerte perder tu trabajo. Ha sido declarada a voces como cierta, tan cierta como que la Tierra rota sobre su eje y gira alrededor del Sol, cuando esa certeza no existe para nada”.

Plantinga es un proclamado entusiasta del diseño inteligente, la creencia de que en algunos puntos en la historia de la vida, un ser inteligente intervino para encaminar el proceso. No estoy seguro si esta creencia hace de Plantinga un creacionista puro, aunque él ha dicho en el pasado que no la considera una posición imposible. Algunos de los que apoyan el diseño inteligente, como Phillip E. Johnson, profesor emérito de leyes en la Universidad de California en Berkeley y autor de Juicio a Darwin (Regnery, 1991), al parecer rechaza todas las formas de evolución. Otros, como Michael J. Behe, profesor de ciencias biológicas en la Universidad de Lehigh y autor de La caja negra de Darwin: el reto bioquímico de la evolución (Free Press, 1996), aparentemente acepta mucha descendencia en común y hasta podrían ser llamados evolucionistas teístas, que significa que ellos creen que Dios guía el curso del desarrollo continuo.

Donde sea que Plantinga se encuentre en este espectro creacionista, su puesto es con los teóricos del diseño inteligente al enfatizar fuertemente lo observado como la falsedad de la biología evolutiva de Darwin.

¿Por qué es este el sentimiento de Plantigan? Desde su punto de vista, el Darwinismo implica que no ha habido ni puede haber una dirección en la historia de la vida. Todo cambio es una función de variaciones nuevas que aparecen al azar (mutaciones) que luego son filtradas por mecanismos oportunistas de la selección natural. Aunque las nuevas variaciones tienen sus causas no aparecen en concordancia con la necesidad. Como el mismo Darwin argumentó, pensar de otra manera es traer al tapete, ilícitamente, un Dios director. El fallecido paleontólogo de la Universidad de Harvard, Stephen Jay Gould, solía bromear que la llegada de la especie humana fue un accidente causado por nuestras estrellas de la suerte, un cometa que colisionó con la Tierra hace unos 65 millones de años, erradicando a los dinosaurios y permitiendo el reinado de los mamíferos. Precisamente, Plantigan se opone a este tipo de pensamiento.

Las reacciones de Plantigan hacia la biología evolutiva son decepcionantes pero entendibles. Decepcionantes porque, hablando en general, los calvinistas tienden a favorecer la ciencia: todo es parte de la soberanía de Dios y es nuestra labor descubrir sus leyes inmutables. Así como solían decir los Victorianos sobre las relaciones sexuales, si Dios decidió que debemos reproducirnos de una forma tan asquerosa, entonces, es nuestro deber aceptar este hecho y ponerlo en contexto. Lo mismo puede decirse sobre la evolución darwinista. Los puntos de vista de Plantigan son entendibles porque la filosofía moderna tiende a ser muy secular y existe mucha simpatía hacia las ideas de los llamados “Nuevos Ateos”, Richard Dawkins, Daniel C. Denté, Sam Harris, Christopher Hitchens, que si eres darvinista, entonces, por lo menos deberías ser agnóstico, si no un ateo vocal. Philip Kitcher, profesor de filosofía en la Universidad de Columbia y autor del libro “Viviendo con Darwin: evolución, diseño y el futuro de la fe” (Oxford University Press, 2007), ha hablado sobre la decisión de Plantinga de promocionar el libro de Johnson revela “una combinación de Schwärmerei (sentimiento excesivo) por la doctrina creacionista y una ignorancia profunda de relevantes pedazos de biología”, lo que ha causado que Plantigan ponga su cerebro en “almacenamiento frío”.

Mucho más sorprendente es la posición del filósofo de la Universidad de Nueva York, Thomas Nagel, quien se ha establecido en la cima de este campo del conocimiento gracias a una serie de esplendorosos ensayos sobre temas tan diversos como el aparato de pensamientos de los murciélagos y la naturaleza de la perversión sexual. Aunque él asevera firmemente que no cree en ninguna deidad, ahora ha emitido declaraciones en contra del Darwinismo. Si Nagel no apoya el diseño inteligente, uno se pregunta por qué él dice lo que dice. Nagel ha respaldado un libro escrito por Stephen C. Meyer, “Firma celular: el ADN y la evidencia a favor del diseño inteligente (HarperOne, 2009), llamándolo uno de los mejores libros del 2009 en el suplemento literario del diario The New York Times.

En un artículo reciente, Nagel argumenta que es apropiado enseñar diseño inteligente en los salones de clase. Poniendo en duda la afirmación darviniana de que las fuentes de la variación no son dirigidas, Nagel cita a Behe como una autoridad. “¿Son las fuentes de la variación genética uniformemente aleatorias o no? Ese es el asunto central, y el punto de entrada para los defensores del diseño inteligente”, escribr Nagel. Continúa diciéndonos, además, que el reciente libro de Behe, The Edge of Evolution, examina la “evidencia actual disponible sobre el carácter bioquímico de la frecuencia normal de mutaciones aleatorias en el material genético de varios organismos”.

Nagel deja al lector con la impresión de que las inquietudes de Behe han sido bien manejadas. Behe, según Nagel, argumenta que “los amplios ejemplos citados sobre la adaptación evolutiva, incluyendo el desarrollo de la inmunidad a los antibióticos, cuando es apropiadamente comprendida, no pueden ser extrapolados para explicar la formación de nuevos complejos sistemas biológicas. Éstos”, él clama, “requerirían mutaciones de una complejidad de diferente orden, mutaciones cuyas probabilidades aleatorias, ya sea como mutaciones simples simultáneas o como secuencias de mutaciones adaptadas aunque individualmente separadas, son cada vez más pequeñas”.

Como Plantigan, Nagel es escéptico sobre toda la empresa evolutiva. Suponga usted que alguien dice que dudar de la teoría de la evolución es equivalente a pensar que la tierra es plana. Nagel escribe: “Esto me parece, en mi condición de observador ajeno, una vasta subestimación de todo lo que no sabemos y cuánta información sobre los procesos evolutivos es todavía especulativa y superficial”. Nos dice también que aquellos que piensan que estamos en el camino de entender los mecanismos de la evolución están equivocados. “Nada ni cercano a esto es posible”. Y en un comentario al que me referiré más abajo, él escribe: “Mucho depende de la probabilidad de que los complejos sistemas químicos que observamos se originen a través de secuencias de mutaciones aleatorias de ADN lo suficientemente largas, y que cada una mejore la condición física del animal. Es dificultosos encontrar en la literatura asequible, las pruebas concretas en las que los biólogos evolutivos ponen toda su confianza sobre este tema”.

Naturalmente, el asunto del origen-de-la-vida es discutido y ellos han decidido que no da la talla (“un completo misterio científico hasta el momento”). Por lo que no debe sorprendernos, entonces, que Nagel piense que la biología evolutiva es más felizmente aceptada por los no creyentes que por los teístas. “Esto es sólo un asunto de sentido común”.

Jerry Fodor, no menos distinguido que Nagel y Plantingan, es bien conocido por su afirmación de que la mente está compuesta de módulos que funcionan de forma separada. Y él también ha salido ahora a criticar la teoría de Darwin, primero en un artículo publicado en el London Review of Books y ahora con What Darwin Got Wrong (En lo que Darwin se equivocó), Fodor encuentra un profundo fallo en el pensamiento evolucionario contemporáneo: “Un número apreciable de perfectamente razonables biólogos han arribado a la idea de que la teoría de la selección natural no es un hecho que podamos dar por sentado. La teoría es, hasta el momento, mayormente pajas en el viento; pero no podemos descartar que una revolución científica, que traiga por lo menos una revisión a la teoría evolutiva, ya está a la vista”.

Para Fodor, la noción de la selección natural es fallida. Él hace mucho que ha argumentado públicamente que las metáforas en la ciencia son engañosas, y que deben ser eliminadas a medida que la ciencia madure. En el caso del darwinismo, tenemos una analogía o metáfora en el trabajo, entre la selección artificial que los criadores usan cuando mejoran el ganado, ovejas con más lana, vacas con más carne, y el proceso de reproducción diferencial que los darwinianos piensan lleva al cambio evolucionario (en la dirección de ventajas de adaptación). Fodor piensa que la reproducción diferencial trae ilícitamente a la mente pensamientos sobre el proceso natural:

La preocupación presente es que la explicación de la selección natural como se aplica en la cría selectiva es seriamente engañosa y que también traicionó a Darwin. Como los criadores tienen mentes, hay que pensar en las características que ellos desean mejorar en sus animales; si uno quiere saberlo sólo debemos preguntarles. La selección natural, por el contrario, no tiene mente; actúa sin malicia. Eso tensa la analogía entre la selección natural y la crianza, quizá hasta el punto de romperla. ¿Cuál es, entonces, la interpretación pretendida cuando se habla de la selección natural? La pregunta continúa completamente abierta mientras escribo esto.

Fodor argumenta que este problema no es solucionable. Afortunadamente, no necesitamos preocuparnos mucho porque al elegir la selección los evolucionistas han estado intentando de agarrar el lado equivocado de la vara. Desde este punto de vista, los verdaderos pensadores de biología evolutiva de hoy están descubriendo que todo está en la variación. Todos los cambios evolucionarios se producen a través de los genes y sus desarrollos. Aún si la selección natural funcionara, Fodor argumenta, lo más que pudiera hacer sería hacerse cargo de la limpieza después de que todo termine.

¿Qué decir de estas críticas? Podría uno echar por tierra cuestiones individuales, por ejemplo, el alegato de Fodor acerca de la reproducción selectiva frente a la selección natural. Lo último que Darwin y sus seguidores tratan de hacer es asignar mente a la naturaleza. Tanto en artificio como en naturaleza, algunos organismos se van a reproducir y otros no, y las razones de esto (en promedio) van a estar conectadas a las diferentes características de los ganadores y de los perdedores. Decir que una polilla moteada tiene menos probabilidades de ser comida por un petirrojo que una polilla oscura, porque el petirrojo puede ver con menor facilidad la polilla moteada contra los árboles cubiertos de liquen, es decir nada acerca de Dios u otro ser consciente.

También se podría recoger en el hecho de que ni Plantinga ni Nagel, parecen tener la menor conciencia de las críticas científicas que se han lanzado contra el diseño inteligente. Cada ejemplo que los partidarios del diseño inteligente producen para sugerir que las causas naturales no son suficientes -el flagelo bacteriano, la coagulación en cascada de la de la sangre- han demostrado ser el exquisito resultado final de la evolución. Y uno podría ciertamente lamentarse ante la gastada sugerencia de que los darwinistas no son conscientes de o están amenazados por los avances en el desarrollo evolutivo. Ningún biólogo evolutivo, y menos aún Sean Carroll, sugiere que un día el ojo sólo apareció de pronto. Por mucho que las nuevas fuentes de variación se agoten, la selección va a estar allí junto con ellas. Pero en lugar de trabajar sobre los detalles, quiero llamar la atención sobre el modo en que esta cosecha de críticos ignoran la biología evolutiva -aparte del tipo de selección de literatura en la que Fodor participa.

Nagel puede burlarse de la imposibilidad de encontrar “literatura accesible” que responda a sus preocupaciones. ¿En qué parte de la biblioteca estaba haciendo su búsqueda de literatura? ¿Donde, por ejemplo, está cualquier discusión del trabajo de los Grant sobre los pinzones de las Galápagos? ¿Qué pasa con una mirada detallada a la nueva escuela que está retando a las nociones tempranas sobre la evolución del bipedalismo? ¿Qué pasa con los descubrimientos de la biología molecular y de las similitudes (homologías) entre los seres humanos y las moscas de la fruta? ¿Y por qué no se menciona a Marc Hauser y su trabajo para descubrir los secretos del pensamiento moral? Hay un silencio ensordecedor sobre estas y otras cuestiones. Fodor, Nagel, y Plantinga no necesitan convertirse en bioquímicos, pero algo de conciencia sobre estos asuntos y sus avances no estaría totalmente fuera de lugar.

Esta total falta de interés en la ciencia es, sin duda sugerente. Los críticos están siendo impulsados por sus preocupaciones más profundas. Y como un evolucionista, me dirijo al pasado en busca de pistas. Lo que alimentó la oposición inicial a Darwin fue una inquietud con nuestra especie, con el Homo sapiens. Durante 150 años, desde El Origen de las Especies, los críticos han temido que nosotros los seres humanos podríamos convertirnos en parte del cuadro evolutivo -no sólo nuestros cuerpos, sino nuestras mentes, nuestras almas. ¿Qué nos hace distintiva y exclusivamente humanos? Esta preocupación está viva y saludable en la comunidad filosófica de hoy. Plantinga es abierto en su temor de que el darwinismo hace imposible la garantía de existencia de nuestra especie. Más, durante años él ha argumentado que el darwinismo está ligado a la creencia metafísica de que todo es natural (en contraposición a lo sobrenatural), y que esto conduce a un colapso de la creencia racional y del conocimiento. Los elementos de probabilidad en el darwinismo simplemente no son compatibles con la fe cristiana de Plantinga.

Como no-creyentes, Nagel y Fodor son un poco diferentes, pero no tan diferentes. Durante años, Nagel ha argumentado en contra de una visión reduccionista de la mente humana, creyendo que es algo más que moléculas en movimiento -el obvio resultado final del darwinismo. A cierto nivel, Nagel cree, que la mente está por encima de lo material. A lo mejor es exagerado, pero probablemente no tanto, decir que el tipo de actitud favorable que Nagel toma hacia el diseño inteligente apunta no tanto a un teísmo oculto (similar al teísmo abierto de Plantinga) sino a un tipo de vitalismo, en el que existen fuerzas no naturales, no físicas, que dirigen las cosas en el mundo material. Y luego está Fodor. La sección final de su nuevo libro es muy reveladora. Como una horrible advertencia a aquellos que no aceptan sus principales conclusiones, Fodor imprime pasajes tras pasajes de afirmaciones de darwinianos de que uno puede entender la naturaleza humana y el pensamiento como el producto de la selección natural: Aquí es donde todos vamos a parar si no detenemos la podredumbre ya. Mi sospecha es que Fodor realmente no le importa un comino las moscas de la fruta o los pinzones o cualquier otra de estas cosas. Pero cuando se trata del Homo sapiens, él no quiere saber nada de una explicación naturalista que reduce el diseño al accionar de una ley ciega. A lo mejor no sea Dios, pero de seguro estamos hechos a su imagen.

A menudo bromeo, como alguien que pasa mucho tiempo luchando contra los creacionistas, que cuando uno de ellos dice algo tonto, eso significa más trabajo para mí: pan sobre la mesa. Cuando uno de ellos dice algo realmente tonto, hay mermelada de fresa también. En 2005, después de un juicio en Dover, Pensilvania, un juez federal determinó que el diseño inteligente no debe enseñarse en las escuelas. La respuesta de Pat Robertson -“Dios es tolerante y amoroso, pero no podemos seguir metiendo nuestro dedo en su ojo para siempre. Si tienen problemas en el futuro en Dover, recomiendo que llamen a Charles Darwin. Tal vez él pueda ayudarlos”- mantuvo a mi y a mi familia bien alimentados durante semanas. Ahora bien, aquellos de nosotros que amamos a Darwin y su teoría le hemos dado a los filósofos algo para hacer también. Veo filete en mi futuro. Pero, en verdad, no estoy muy contento. Incluso me podría volver vegetariano si pudiera convencer a mis colegas filósofos de empezar a tomar la ciencia seriamente. ¿Podrían ellos posiblemente abrigar la idea de que ser uno con el mundo viviente no nos hace menos dignos como seres humanos? Después de la publicación de El Origen de las Especies, la esposa del obispo de Worcester, supuestamente reaccionó: “¿Descendemos de los monos? Esperemos que no sea cierto. Pero si es cierto, esperemos que eso no sea ampliamente conocido”.

Un siglo y medio después, ha llegado el momento de gritar la verdad desde los tejados.


Michael Ruse dirige el programa de historia y filosofía de la ciencia en la Universidad Estatal de Florida. Su último libro, la Ciencia y la Espiritualidad: Crear espacio para la fe en la Edad de la Ciencia, acaba de ser publicado por la Cambridge University Press. Él contribuye al blog de The Chronicle Review’s, Brainstorm.


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