Menos es más: cómo evolucionan los escincos africanos

Es frecuente pensar en la evolución como algo que sucedió y no como algo que sucede. La evidencia fósil es categórica, en menos de dos siglos los estratos geológicos nos han brindado toda una galería de criaturas del tipo “mitad esto y mitad esto otro”: criaturas mitad ave y mitad dinosaurio -Archeopteryx-, mitad pez y mitad anfibio -Ichthyostega-, mitad invertebrado y mitad vertebrado -Pikaia-; y hasta hay algunas difíciles de definir -pero no de interpretar, tal como Ambulocetus, una criatura mitad ballena y mitad… algo no muy parecido a una ballena.

En fin, a esta abreviadísima selección de formas intermediarias, súmense las criaturas del tipo “más esto que lo otro”, por ejemplo, criaturas “más ave que dinosaurio” o “más dinosaurio que ave”, o aún “mucho más dinosaurio que ave” y “mucho más ave que dinosaurio”… Dígase de paso que esta categoría posee un número mucho más grande de representantes que la anterior, la de las criaturas del tipo “mitad esto y mitad esto otro”, pues no hay límites a la cantidad de veces que se pueden repetir las palabras “mucho” y “más”. Esto nos hace recordar a Zenón de Elea y su incómodo paradigma de la flecha y el blanco, separados por una cantidad de puntos infinitos.

Figura 1. Fósiles de la serie evolutiva del caballo.

Y es que entre más se busca en el registro fósil más se encuentra, y las formas intermediarias, para fortuna de la biología, no cesan de multiplicarse. Es por eso que en la biología moderna se habla de series evolutivas. Algunas series son más populares: la evolución del caballo (Fig. 1), la transición de los cinodontes [1] a los mamíferos, o la misma evolución humana. Al observar estas galerías de eslabones no tan perdidos, no hace falta ser Darwin para darse cuenta de lo que sucedió. Sin embargo, más de alguien se habrá preguntado “¿Bueno y por qué la evolución se detuvo?” o ¿acaso vemos algún animal o planta cambiando a nuestro alrededor? [2] La realidad es que nuestra mente no está hecha para manejar el tiempo geológico. Para nosotros, simples humanos, un siglo es bastante tiempo, mil años son mucho más que un siglo, y un millón de años es una cantidad de tiempo definitivamente absurda. Esto nos hace difícil comprender, visualizar, el proceso evolutivo.

Afortunadamente las series evolutivas no son exclusivas del registro fósil. Muchas de éstas pueden ser observadas en nuestros días, mostrándonos cómo la evolución continúa su trabajo. Esto es lo que se puede constatar en algunos escincos del sur de África, los cuales evidencian una magistral serie evolutiva actual, mostrándonos cómo éstos pierden sus miembros. Los escincos son un numeroso grupo de lagartos [3], de distribución cosmopolita. Son en general de tamaño reducido, con unos pocos centímetros de longitud, algunos viven en ambientes tropicales, otros en desiertos; algunos son arborícolas, otros viven en el suelo y algunos son subterráneos. Es precisamente este último hábitat el que ha “estimulado” la pérdida de miembros locomotores en algunos escincos, pues éstos no son necesarios para desplazarse dentro de un suelo blando o arenoso, tal como lo muestran las lombrices de tierra y muchos otros animales subterráneos. La naturaleza ha mostrado que constituye una ventaja el deshacerse de una estructura cuando ésta ya no es útil, principalmente si estorba. Y aquel que tiene ventajas, por pequeñas que sean, tiene más posibilidades de ser seleccionado por la naturaleza. Es este caso, menos es más, y el deshacerse de los pies ha representado “un paso” evolutivo bastante benéfico para algunos escincos subterráneos del sur de África. Así, lo que presenciamos es una “serpentización” de algunos escincos.

Esa evolución está nítidamente documentada en las especies vivientes de escincos pertenecientes al género Scelotes. En ellas se ve, gradualmente, el proceso de pérdida de sus extremidades, hasta convertirse en reptiles ápodos. Las especies Scelotes capensis y S. mirus (Fig. 2A y B) poseen dos pares de extremidades con cinco dedos cada uno. Scelotes limpopoensis limpopoensis, (Fig. 2C) posee 3 dedos en los miembros anteriores y 4 en los posteriores, en cuanto que S. caffer (Fig. 2D) posee apenas tres dedos en cada par de miembros, mostrando ya una fuerte reducción en el tamaño de las extremidades anteriores. Las especies Scelotes sexlineatus, S. bipes, S. kasneri y S. bidigitatus (Fig. 3A-D) han ya perdido los miembros anteriores, y sus miembros posteriores poseen sólo dos dedos. Las especies Scelotes mossambicus y S. gronovii (Fig. 4A y B) han perdido también las extremidades anteriores y poseen únicamente un dedo en las posteriores, mientras que S. bourquini posee apenas miembros posteriores rudimentarios, sin dedos, difíciles de apreciar a simple vista (no pueden ser vistos en la Figura 2D). La pérdida total de las extremidades consta en las especies Scelotes arenicolus, S. anguineus y S. inornatus (Fig. 5A-C). Cabe aquí resaltar que, apesar del parecido, los escincos sin patas no son verdaderas serpientes, pues no tienen parentesco cercano con éstas si no con otros lagartos. Se trata en verdad de lagartos ápodos, lagartos que han “imitado” a las serpientes.

Figura 2. A, Scelotes capensis; B, S. caffer; C, S. limpopoensis limpopoensis y D, S. mirus .

Figura 3. A, Scelotes sexlineatus; B, S. bipes; C, S. kasneri y D, S. bidigitatus.

Figura 4. A, Scelotes mossambicus; B, S. gronovii y C, S. bourquini.

Figura 6. A, Scelotes arenicolus (con sus crías); B, S. anguineus y C, S. inornatus.

Pero, ¿acaso las especies que dan origen a otras no se deberían extinguir? ¿Qué hacen todas esas especies de escincos viviendo al mismo tiempo? ¿No es esto extraño? No, no lo es, de la misma manera en que no es “extraño” que un niño, su padre y su abuelo se encuentren vivos al mismo tiempo. En algunos casos, podemos encontrar también a su bisabuelo y tatarabuelo vivos ¿no? Por otra parte, a diferencia de los humanos, que tenemos una expectativa de vida determinada, la cual normalmente no excede los cien años -a menos que creamos en Matusalén- las especies en sentido estricto no la tienen. Una especie puede vivir más, o mucho más, que otra a la cual dio origen. Lo que determina la supervivencia de una especie no es su edad, sino su adaptación al medio. Evolucionar significa cambiar, transformarse, pero no necesariamente sobrevivir a largo plazo. De hecho, la mayoría de las nuevas especies se extinguen, unas más rápido que otras, pocas de ellas logrando sobrevivir por millares o millones de años. Volviendo a la analogía con una familia humana, un niño y su padre pueden fallecer, y su abuelo continuar vivo. De hecho, en la naturaleza una especie “abuela” puede sobrevivir por bastante tiempo, en algunos casos convirtiéndose en un fósil viviente.

En el caso del género Scelotes, tenemos a varios de sus representantes aún vivos, por lo que podemos apreciar detalladamente la transformación que este género ha experimentado. El proceso evolutivo de las especies no debe ser visto en línea recta, como en la analogía abuelo-padre-hijo, sino en forma de ramificación. Es decir, no todas las especies de escincos aquí mencionadas descienden una de la otra en una sola línea recta. Las relaciones entre éstas son como las ramas, las hojas y el tronco de un árbol.

Figura 6. A, Chamaesaura; B, Sepsina y C, Tetradactylus, otros escincos africanos en proceso de “serpentización”.

El ejemplo de los escincos aquí citado es apenas una de las muchas series evolutivas existentes. De hecho, dentro de los mismos escincos, la reducción de miembros puede ser apreciada en varios otros géneros africanos, tales como Tetradactylus, Chamaesaura y Sepsina (Fig. 6), así como también en escincos de otros continentes. En realidad, todos los grupos de seres vivos actuales pueden agruparse evolutivamente, por lo menos a grosso modo. Ese es el trabajo de los sistematas en la actualidad.

Figura 7. Espolón vestigial en la anaconda.

Lo que hace tan interesantes al género Scelotes y a sus similares, es, por un lado, lo didáctico y lo detallado de la muestra evolutiva que nos ofrecen y, por otro, que su transformación repite hoy en día la que varios millones de años antes experimentaron las serpientes.

Finalmente, después de haber visto cómo algunos lagartos se están quedando sin patas, puede ser interesante saber que algunas serpientes aún las poseen. Éste es el caso de las constrictoras, grupo al cual pertenecen las serpientes más grandes del mundo, las difamadas boas, pitones y anacondas. En éstas aún ser apreciado un pequeño espolón (Fig. 7) o garra vestigial, presente únicamente en los machos. Éste órgano rudimentario es todo lo que queda de los fuertes miembros locomotores de los reptiles, estructuras especializadas y que tanto trabajo le costó a los primeros anfibios el desarrollar, pero que las serpientes “decidieron” no usar más. Es un simbólico recordatorio de los lejanos antepasados de las serpientes, los cuales caminaban junto a los dinosaurios.

Lectura recomendada:

A Field Guide to Serpents and other Reptiles of Southern Africa” por Bill Branch. Struik Publishers.

Los Reptiles” por Archie Carr. Life Nature Library.

Notas:


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